Fotografía: "El profesor Diego Espinosa y la tumba que le fue sembrada en su escuela de X-Hazil". Circa 1930.
Nadie mejor que el
maestro Claudio Lomnitz para hablarnos de la “invención” de la fiesta en torno
a los días de muertos de estos días. En su voluminoso estudio sobre la Idea de la muerte en México, Lomnitz nos
recuerda una postura que ha ganado adeptos entre los estudiosos de “los días de
muertos”: la idea de que estos días tienen muy poco de elementos precolombinos
o, “si los tienen, no son importantes y que, en el plano popular, es un
festival católico que la gente siente profundamente, pero que su evolución más
sobresaliente ha sido como una tradición inventada”.
Lomnitz recuerda
las críticas que Monsiváis le hiciera a los ensayos de Paz sobre la muerte y
los muertos que se encuentran en su ya clásico pero muy desfasado El laberinto de la soledad, y nos habla
de un “totemismo de la muerte en México” originado a partir de la etapa
posrevolucionaria (1940 en adelante); y a pesar de que a principios del siglo
XXI se ha dado la pauta para una integración democrática de una sociedad
mexicana en su mayoría urbana y abierta a nuevas ideas que contrarrestan el
tradicionalismo revolucionario, y no obstante de la caída en desuso de los
“mitos de la nacionalidad” inventados por intelectuales como Paz, Samuel Ramos
y otros, que concebían una especie de fascinación del mexicano por la muerte,
este “totemismo de la muerte” sólo se sostiene en un plano de la venta cultural
turística (véase los “paseos de las ánimas” y los “concursos de altares”
actuales). Vale la pena leer el capítulo del libro de Lomnitz, llamado “La muerte
y la revolución mexicana”, para entender acerca de estos recursos que el Estado
mexicano ha prodigado para utilizar a la muerte como algo consustancial en una
idea autoritaria y cerrada de “lo mexicano”.
El
concepto “invención de la tradición”, acuñado por Hobsbawn, le sirve a Lomnitz
para entender estas nuevas recreaciones culturales de la tradición inventada
por los aparatos del Estado. Recordemos que en un célebre estudio
introductorio, Hobsbawn nos definió el concepto que Lomnitz utiliza para entender
aquellas manifestaciones populares en torno a los “días de muertos”: “El término
‘tradición inventada’ se usa en un sentido amplio, pero no impreciso. Incluye
tanto las ‘tradiciones’ realmente inventadas, construidas y formalmente
instituidas, como aquellas que emergen de un modo difícil de investigar durante
un periodo breve y mensurable, durante unos pocos años, y se establecen con
gran rapidez”.
Entiendo
que existe una tradición en torno a estos días que realizan las comunidades
indígenas y no indígenas del país, pero mi crítica no se circunscribe a esas
ideas –mezcla de elementos mayas y españoles-, sino a los inventos recientes
efectuados por el Estado mexicano, o en su caso, el Estado regional en la
Península mediante sus escuelas indigenistas, o que implícitamente redundan en
el indigenismo clásico: la teatralización de estos días festivos que ocurren en
la intimidad de los caseríos de la Península, y que se convierten en un
exhibicionismo de las tradiciones inventadas y reinventadas. Es el caso de los
concursos de altares, que en Yucatán comenzó, me comentan entendidos en la
materia, a fines del siglo XX, en Mérida a través de los órganos de cultura del
gobierno y que luego se puso en práctica en las escuelas de ese estado, para
pasar posteriormente a la organización de ellos en los ayuntamientos de toda la
Península. Existe hasta un catálogo de cómo hacer estos concursos de altares,
escrito por un estudioso de estas “tradiciones” populares. Transcribo un
documento al respecto:
“Desde la noche del 31 de Octubre, en los centros
ceremoniales mayas y pueblos aledaños de influencia de las Santas Cruces (en
Quintana Roo), por las noches inician los rezos para el recibimiento de los
espíritus de niños ( santo piixaano’ob), se ofrendan atole de masa, tamales,
café y galletas animalitos. Al día siguiente (1º de Noviembre), a partir de las
10:00 a.m., los pobladores inician de nuevo sus visitas en los centros
ceremoniales para llevar alimentos: caldillo de huevo, frijol en caldo, huevo
sancochado, pipián de pepita molida y tamales, se lleva al cabo la ofrenda, en
dicho horario, todo el pueblo se concentra en el mismo recinto sagrado para que
los rezadores mayas “ bajen a los espíritus” y ofrezcan los alimentos, dichos
rezos estarán acompañados por la música maya ( maya paax). A nivel general se
sabe en Quintana Roo, el 1º de Noviembre inician los Finados y está dedicado
ése día a los Niños)” (El Janal Pixan
-comida de espíritu- y sus simbolismos en la zona maya de las santas cruces en
Quintana Roo. Por Mario
Baltazar Collí. Direccion
estatal de culturas populares del Instituto Quintanarroense de la
Cultura).
Lo cierto es que las celebraciones o conmemoraciones de los “finados” en
Yucatán se hacen mucho antes que estos rituales inventados por el Estado
regional o sus tinterillos oficialistas inclinados a la folklorización
ahistórica de un ritual que sólo ellos, y no el pueblo, practican. ¿Altar de
tres niveles? Nunca lo he visto en los pueblos yucatecos y tampoco en los
pueblos de Quintana Roo. Pero la folklorización se escora en la actualidad,
principalmente, a la ingesta inmoderada de “píibes”,
en estos días de finados. Lo comentó hace más de cuarenta años el reconocido
folklorista meridano, René Irigoyen, quien, en su Esencia del folklor en Yucatán, nos habló de esa “amalgama” de
tradiciones mayas con las católicas celebraciones con que podemos entender al
Janal Pixán, “comida de las ánimas”: “Es tan vigorosa la fuerza de la costumbre
[del Janal Pixán] que la población blanca practica el hábito limitándose al
atrayente aspecto gastronómico”.
No voy a entrar aquí a describir o tratar de entender –sería una
mentecatez de mi parte profundizar en pocas páginas este asunto tan complicado-
las costumbres funerarias de los pueblos mayas actuales, aunque puedo remitir a
los lectores al libro del sabio Santiago Domínguez Aké, llamado “Ciclo de vida en Muxupip”, donde este
autor hace una pormenorizada relación etnohistórica y antropológica, del
aspecto de la muerte en su pueblo, es decir, en casi todos los pueblos de la
Península. Igual existe un libro importante para entender esta “idea de la
muerte” que los intelectuales mayas han dejado, momentos antes de su partida,
me refiero al poco conocido libro ¡Mi
credo maya! Los enigmas de la vida después de la muerte (2016), del
profesor oxkutzcabense, Gaspar Antonio Xiu Cachón. Existe toda una biblioteca
escrita hasta ahora sobre la muerte entre los mayas actuales y pasados: Mario
Humberto Ruz, Alberto Ruz Lhuillier, Elí Casanova Morales y su estudio sobre el
“pa’muuk” rompe fuerzas, son algunos
de los autores que han escrito sobre este tópico universal.
Las costumbres funerarias mayas igual han cambiado a lo largo del tiempo,
aunque la prueba etnográfica diga lo contrario. ¿Quién en su sano juicio comerá
unos panes de maíz o beberá un atole echo con el agua con que se ha lavado el
cadáver del muerto? Conocedores de la teoría microbiana, rehuiríamos de esta
práctica mortuoria que, por fortuna, se va diluyendo entre los pueblos mayas de
Quintana Roo. En Muxupip, cuenta Santiago Domínguez Aké, se creía que el
espíritu de las personas que mueren por accidente, homicidio o suicidio, no van
al cielo, que son arrastrados al infierno por el demonio, porque no se les rezó
en su momento final. Algunos creen todavía que el espíritu de los accidentados
queda en el lugar de su deceso, y es por eso que vemos, a las veredas de las
carreteras, pequeños nichos que nos recuerdan a los vivos que por ahí sucedió
un accidente trágico. En Muxupip, como en muchos lugares de Yucatán, el velorio
era una especie de tsikbal (diálogo) entre
los viejos y los adultos platicando de temas de sus trabajos de la milpa y la
vida cotidiana, donde se enseñaban cuentos y consejas a los niños cuando estos
no jugaban sus juegos mayas como el ta’akin
k’uul o el chuk ch’ol.
Generalmente la baraja, las cartas y los dados recordaban en Muxupip los
momentos de agonía de Jesucristo en el Gólgota, cuando los romanos echaron la
suerte en esa tarde que dividió en dos la historia de la humanidad. Antes de
cerrar el ataúd del muerto en el cementerio, en Muxupip es costumbre de que los
deudos le besen la frente sin derramar una lágrima, para que el muerto no se dé
cuenta que su partida fue dolorosa, y que pueda irse en paz. Estas costumbres
son, incluso, digeribles para las mentes más occidentalizadas. Pero veamos qué
fue lo que vio el etnógrafo Villa Rojas en sus estudios de campo de la década
de 1930, en los pueblos del antiguo cacicazgo de Xcacal Guardia del otrora
Territorio de Quintana Roo:
“Tratándose de adultos, el
paso de la vida a la muerte resulta más difícil y delicado. Esto se debe a que
siendo seres pecadores, el alma se resiste a dejar el cuerpo ante el temor de
caer en poder de los demonios o ‘ladrones de almas’ (okol-pixán) que rondan siempre las casas de los agónicos. Para
evitar el peligro se procura que junto al agonizante permanezca alguien rezando
el ‘viático’, de modo que el alma quede así bajo la protección de Dios. En
ocasiones, cuando la agonía se prolonga demasiado, resulta recomendable que
alguno de la familia dé al moribundo, 12 azotes leves con objeto de aligerarlo
de sus pecados y facilitarle así la salida del alma”.
Hipótesis del origen
del Janal Pixán en Yucatán
Entre los pueblos mayas del centro de Quintana Roo, y hasta en varios
pueblos yucatecos (esto es una cita de Irigoyen), no había cementerios hasta
bien finalizado el siglo XIX. ¿En donde se enterraban? Para el caso del
Territorio, los cementerios en los pueblos del cacicazgo de Xcacal no entraba
en los planes de los habitantes hasta bien entrado el siglo XX. Cuenta Villa
Rojas que después de 24 horas se procedía al entierro, y la fosa era abierta
“en las inmediaciones de la casa o del oratorio familiar, disponiéndola de modo
que quede orientada de este a oeste; el cadáver debe quedar en ella con la
cabeza del lado poniente. Con él se ha de enterrar su ropa limpia, una jícara y
un peine; además, si el cadáver es de mujer, se debe incluir aguja e hilo”.
Para Irigoyen, tal vez el origen del “Janal Pixán” se debió a esta
“carencia de cementerios” en buena parte de los pueblos de la Península, que
hasta antes de las reformas establecidas por el Estado juarista, la muerte era
asunto de los camposantos y de los nichos de las iglesias. En efecto, en la
iglesia de Peto existen muy pocos apellidos mayas en los muros de ella: hay apellidos
Jibajas, Alonsos, Vázquez y otros en esos nichos, que generalmente eran de las
élites no indígenas de aquella Villa. ¿En donde eran enterrados los mayas? Hasta
bien entrado el siglo XX, la costumbre de enterrar a los mayas se hacía en sus
propias casas por sus familiares. Tal vez de aquí partió la idea de que, en el
día de Todos los santos y de los fieles difuntos, los mayas comenzaron a hacer
sus “comidas de las ánimas” porque, teniendo cerca los despojos mortales del
abuelo, el padre o la esposa, “podrían ofrendarles presentes alimenticios,
frutos, flores y ceras”, y este hábito fraguado en la “tradición” de más de
trescientos años de colonización, “se transformó en la costumbre generalizada
de guisar precisamente en los días de difuntos los mucbilpollos y pibiluahes,
exquisitas viandas de la gastronomía vernácula que consisten en redondos
tamales o pasteles de masa de maíz,
rellenos de gallina, pollo y puerco, envueltos en hojas de plátano y
condimentados con una salsa roja a base de tomate y achiote” (Renán Irigoyen,
Esencia del folklore de Yucatán, pp. 34-35).
El comité “Pro Cementerios”
estatuido por Santiago Pacheco Cruz
Los mayas que se rebelaron y recrearon su sociedad en la manigua oriental
de la Península a partir de la segunda mitad del siglo XIX, llevaron consigo
estas tradiciones de enterrar a sus muertos en sus casas. No había cementerios,
los cementerios en los pueblos mayas yucatecos era algo casi desconocido hasta
antes de 1847. En Tzucacab, por ejemplo, el cementerio actual de ese pueblo se
estaba construyendo, “con elevados muros de pared”, apenas en 1881 (Serapio Baqueiro,
visita oficial, La Razón del pueblo,
11 de abril de 1881). Esta “carencia de cementerios”, fue una de las más altas
preocupaciones que llegó a tener el mayista Santiago Pacheco Cruz, quien en sus
visitas a las comunidades del centro de Quintana Roo en tiempos en que el
Territorio fue “desmembrado” en la década de 1930, se escandalizó por algunas
prácticas curiosas de los descendientes de la Guerra de Castas. En su libro Usos, costumbres, religión y superstición de
los mayas (1947) …, Pacheco apunta al respecto:
“[…] en todas las comunidades encontramos sepulturas en plazas, calles i
casas; nos propusimos investigar por qué no utilizan panteones i en algunos nos
informaron que porque experimentaba gran satisfacción en tener a sus deudos
cerca i conservaban la impresión de vivir en familia”.
Pacheco Cruz también escuchó una anécdota curiosa. Se refiere a la
creencia de que cuando un marido muere, se le debe enterrar junto a la puerta
de su casa para que vigile a la viuda con el fin de que no cometa falta alguna
que ofenda su memoria. Solo hasta un determinado momento, la mujer podrá
nuevamente matrimoniarse. El entierro de los cruzoob se hacía “sin más abrigo i
protección que la tela que lleva encima i no profundizan el cuerpo que queda
casi a flor de piel; colocan después unas cuántas piedras a menara de barda
alrededor de la sepultura” Un hecho sin duda que movió el escándalo moral del
morigerado Pacheco Cruz, ocurrió en la comunidad de X-Hazil. Resulta que en
X-Hazil se sepultó a una persona en el interior del local que servía de Escuela
a cargo de un conocido maestro y comerciante radicado en Peto, Diego Espinosa.
El local no sólo fungía de Escuela de la comunidad de X-Hazil, también era la
habitación de Espinosa. Pacheco le preguntó al profesor sobre este hecho, y
Espinosa le informó “que los vecinos aprovechando su ausencia por vacaciones
cometieron la osadía de sepultar allí el cadáver del que fuera Jefe de la
Tribu, que por su investidura lo consideraron digno de perpetuarse en aquel
lugar i no en la calle”.
Este hecho llevó a
Santiago Pacheco Cruz a realizar una campaña extraña en plena selva
quintanarroense: la campaña “pro cementerios”, “que algunos jefes de la tribu
acogían bien i otros de mal talante i con amenazas si insistíamos en la propaganda”.
Los mayas de Quintana Roo razonaban bien ante esta campaña de Pacheco. Argüían
que si para poblar un lugar se necesitaba de habitantes, lo mismo ocurriría con
los tan mentados cementerios que buscaba implantar el profesor yucateco en las
tierras palustres del centro de Quintana Roo.
Los finados en los
pueblos mayas de Quintana Roo en la actualidad
En un conversatorio en una materia sobre temas de derechos y cultura maya
que doy en la universidad donde laboro, alumnos de diversas comunidades de
Quintana Roo comentaron en clases la manera en cómo se celebran estos días de
finados en sus pueblos. Con la anuencia de ellos, termino este artículo transcribiendo
cinco breves textos que, considero, puede interesar a personas inclinadas hacia
estos temas:
Los finados en Tepich, Quintana Roo
“Mi familia hace rezos para recibir a los muertos, por ejemplo, este
sábado y domingo mi familia hará rezos para nuestros parientes ya muertos,
harán comida en caldo, relleno, caldo de pollo, kool de pollo; y después de que termine el rezo la familia regala
la comida y luego comemos. Mientras se realiza el rezo en un altar, el rezador
lee la lista de los nombres de los parientes de la familia ya muertos y si la
vela se quema parejo es que quiere decir que a los difuntos sí les agradó las
ofrendas, que están contentos; y si no se queman parejo las velas, es porque
ellos no están conformes o están tristes porque tal vez la familia que hizo el
rezo no estaba unida o se pelearon. También se dice que si llevas mucho tiempo
que no les haces ningún rezo, ellos te castigan por medio de enfermedades o
disgustos familiares. Son dos rezos que se hacen: para recibirlos se hace
comida en caldo, y para despedirlos se hacen pibitos, tamales.
Los finados en Uh-May, Quintana Roo
“Cuando llega la época del día de muertos, en mi casa se hace rezo, se
prepara comida como ofrenda; en esos días se le pone un hilo rojo a los bebés,
porque tenemos la creencia de que las ánimas se pueden llevar a los niños y por
eso es frecuente que en estos días sufran accidentes los más pequeños; al
ponerle un hilo rojo en la muñeca, se evita percance alguno a los infantes ya
que se cree que el color rojo no es del agrado a los muertos porque para ellos,
el rojo les recuerda el fuego del infierno”.
Los finados en Felipe Carrillo Puerto, Quintana Roo
Para el día de muertos mi madre hace rezos, pone una ofrenda en las
mañanas en la mesa del santo: pone café, leche, pan, galletas y velas de
colores si son para los niños, para los adultos pone velas negras. Por las
noches se prenden las velas afuera de la casa para que las almas puedan ver su
camino. Hay ofrendas para niños que consisten en comidas propias de ellos, y
otro día para los adultos; por las mañanas se reza, y se ofrenda pan, galletas,
café. Al medio día se hace rezo con comida que puede ser chilmole o relleno, se
ponen doce platos de comida con doce partes de tortilla, doce jícaras con café
y se prenden 18 velas negras. En la puerta de la casa se pone un plato de
comida, mi madre dice que es para la muerte que guía a los pixanes, pero la
comida de la muerte solo debe consistir en piezas de pollo, ya sea patas,
piernas, alas, mollejas, así como una jícara de café y una vela. Dice mi madre
que con esta comida, la muerte se entretiene y no entra a la casa donde los
pixanes llegan, pues si la muerte entra a la casa, comería toda la comida y no
daría paso a las ánimas para que estas comieran, la comida de la muerte afuera
de la casa resulta entonces como una distracción.
Los finados en Señor, Quintana Roo
“Para días de finados, mis abuelos regularmente se reúnen con toda la
familia para planear qué es lo que se va a hacer, cuánto aportará cada uno de
los integrantes de la familia para las comidas de las ánimas. Mi familia
realiza el altar (táss che’) donde
ponen fotografías de los difuntos de la familia. También se acostumbra poner
velas en los caminos, según esto para guiar a las ánimas hacia las ofrendas de
celebración dedicadas a ellos. Ponen todo tipo de comidas que acostumbraba
comer el ser querido, como el chak waj, el chilmole, el mole, el pibil nal, así como frutas, dulces de
camote y de cacahuate. Igual se prende el incienso para alejar el mal viento”.
Los finados en X-Querol, Quintana Roo
“En mi casa, antes de llegar la fecha de finados, se acostumbra limpiar
toda la casa y el solar. Se limpia el patio, las sillas, la ropa, las hamacas,
el piso de la casa. Todo debe estar limpio esos días de finados. Para la
llegada del 31 de octubre se deja prendida toda la noche una veladora afuera de
las casas de la comunidad. Para esas fechas, mi madre hace un rezo con desayuno
para los niños difuntos, sirve a la mesa pan, chocolate, hace una pequeña
oración y todos desayunamos; para el día primero, que es de los adultos, mi
madre cocina chilmole, pollo con verduras y lo ofrece en el altar. En casa de
mis abuelos también realizan novenas a sus difuntos donde se invita a las
personas de la comunidad a rezar, para los rezos mi abuela hace tamales colados
o pan con chocolate para ofrecer a sus difuntos, hacen atole con pibil nal,
dulce de calabaza, de nance. Existe la creencia de que en esas fechas uno no
puede dormir muy de noche ni mucho menos ir de cacería o tardarse mucho en la
milpa, ya que para esas fechas los difuntos visitan la tierra”.
