Recientemente, , en la Península de Yucatán, estos días
fueron de tragedias ambientales sobrepuestas a tragedias ambientales: muertes
masivas de abejas en Dzonot Carretero (Yucatán) y Candelaria (Quintana Roo)
ocasionadas por la salvajada de rociar campos enteros de agricultura con
químicos letales para las abejas cuya polinización es de suma importancia para
la viabilidad de la vida misma; nos hacen tener presente que no sólo “biopiratas
franceses” y sus colusiones con seudo-académicos e intereses mercenarios han
puesto en jaque ese saber y relación simbiótica de milenios entre las abejas y
el campesinado maya; biopiratas y académicos sin escrúpulos y ética son
consecuencias de una noción de desarrollo que no respeta el saber de los
pueblos, y que tiene como paradigma, desde la arbolada mercantilista a fines
del siglo XV y principios del XVI, la obtención indiscriminada de la ganancia, el
extractivismo económico, epistemológico, ontológico:[1]
la idea de la conquista-progreso humano en términos occidentales, el saqueo
sistemático de las distintas otredades comprendidas fuera del radio de
“civilización” con matriz eurocéntrica, hasta desembocar en el racismo
epistémico.
Este racismo epistémico es lo que Silvia
Rivera Cusicanqui ha objetado al trabajo de Quijano y Mignolo, que es correlato
del racismo como paradigma de la construcción –vía el saqueo- de Occidente en
las tierras del nuevo mundo: la inferioridad indígena como posición filosófica
de Occidente para su conversión-explotación, corre pareja con la omisión de sus
saberes, la no-cientificidad de sus conocimientos etiquetados de este modo por
la soberbia epistemológica de occidente, y, recientemente, mediante un aparente
giro “decolonial” de la ciencia noratlántica, los pueblos indígenas – con sus literatos,
mitólogos, botánicos, especialistas de la cientificidad indígena- han sido
vistos como el “botín” donde abrevan las distintas academias, tanto extranjeras
como nacionales.
Esto lo señalé en un artículo de hace más
de un año, cuando hacía eco de las palabras del intelectual maya José Manuel Poot
Cahun, al referirme a los “ku
yokoltiko’ob le pixano’”, los robadores del alma –antropólogos,
historiadores, científicos blancos y mestizos- que hacen uso de las enseñanzas de
los pueblos originarios, para sus provechos personales vía el copyright de la
propiedad privada: ¿saber sobre las abejitas?, pues vámonos a las comunidades y
paguemos a los meliponeros para que nos otorguen sus conocimientos. ¿Asuntos
sobre hierbas y formas de preparar la milpa y cazar el venado?, pues acampemos
en un lugar seguro e indaguemos qué tanto se sabe de ello. La crítica que
Rivera Cusicanqui ha efectuado al extractivismo epistémico de Mignolo y Aníbal
Quijano, la podemos, desde luego, interpolar a la crítica que hemos venido
haciendo a una academia regional desligada de los verdaderos procesos sociales
que atañen al pueblo maya y regional. Este racismo epistémico versa en producir
“conocimientos sin ligar su escritura y su actividad a la lucha por la
liberación de los pueblos, sino para adquirir capital simbólico, capital
económico y crédito académico en las academias”.[2]
Es decir, los famosos y tan prostituidos “puntos para el SNI” y su “reino de
las estampitas”.
Generalmente, las ciencias sociales y
humanísticas, en México y Quintana Roo, están repletas de bodrios ilegibles escritos
con abominables prosas profesorales, donde campea el “etnocentrismo textual”,
la endogamia de lecturas y las citas recurrentes y repetitivas a los pares, cuates
y hasta amantes. Esto es lo que ha creado un sistema de investigación nacional
donde la mafia y la chabacanería se ha impuesto por encima de trabajos y obras
escritas con mesura y reflexión. “En el reinado de las estampitas” del SNI, donde
cada novel académico desea estar, buena parte de la investigación estriba en un
mero ejercicio de publicar textos “de muy dudosa calidad”, de engrosar el stock
de basura investigativa con “toneladas de papel malgastado en compilaciones y
coordinaciones de textos, diseñados más para obtener puntos en el escalafón del
SNI que para promover la reflexión, presentar nuevas teorías o bien para hacer
públicos los resultados de procesos maduros de investigación, ya sea teórica o
aplicada”.[3]
Los mayistas del SNI, hombres y mujeres doctos y cargados de letras y de mafias
académicas que deciden “el destino de la palabra” de los mayas imaginarios y
reales, ahítos de sapiencia erudita, son las reencarnaciones atemporales y
escriturales de los “antropólogos vashak”.
Juan Castillo Cocom, excluido por las mismas mafias del SNI y hasta de un
Sistema Estatal de Investigadores de Quintana Roo para pertenecer a sus cenáculos,[4]
interpretó y reveló a estos “descubridores” del hilo negro y de la trama
secreta de la mayanidad a través del “Quincunx metacrítico”: la creación de los
mayas y de la cultura maya se realizó por académicos norteamericanos, europeos
y mexicanos que aplicaron análisis esencialistas para explicar el universo
maya. Esta construcción se realizó mediante cuatro disciplinas occidentales –historia,
lingüística, antropología y arqueología- para crear la nación de la cultura e
identidad maya (imaginada por los mayistas).[5]
Entrampados en sus “monotemas”, los
mayistas zanjan la cuestión analítica de la realidad mediante el filtro de sus “marcos
teóricos”. ¿Cómo reaccionaría un mayista al saber que en una comunidad de
Yucatán o Quintana Roo sucedió una tragedia que pone en crisis sus
interpretaciones de cómo son los mayas realmente y cómo viven en un clima “armónico”
y tranquilo? Forzando poco a la imaginación, me imagino al "gran
Mayista" blanco de la UADY, de la UQRoo, del CIESAS o del CEPCHIS,
comentando lo del caso de Tahdziu donde ocurrió un lamentable infanticidio: tal
vez dirán que se debió a la globalización, el turismo, la migración, el cambio
climático, el chacra, la falta de valores, el reguetón o la acendrada vejez de
la milpa maya. Ya estoy imaginando a esos Mayistas blancos de Café meridano o
chetumaleño rasgándose las vestiduras, diciendo que este tipo de barbaries
no ocurre en los pueblos mayas que, según Thompson y Morley, eran de natural
pacíficos. Pero si tan pacíficos eran, las leyes penales que establece Landa en
su Relación se vuelven ahistóricas
para esta visión indigenista del “Mayista blanco”. No, en las comunidades
pueden suceder estos actos execrables, y una perspectiva decolonial no puede
obviar estas situaciones, so pena de no generar ideas de políticas públicas que
los contrarresten.
En todo caso, platicando con el poeta y
activista de los derechos del pueblo maya, mi amigo Pedro Uc Beh, uno de los
motores de la Organización Múuch Xíimbal (el
otro es el maestro Russell Peba) que ha dado pruebas fehacientes de defensa
denodada del territorio y los saberes del pueblo maya y las abejas nativas, los
académicos –es decir, los mayistas[6]-
me señaló que los académicos, si bien no pueden hacerlo todo, y sería lesivo
para el pueblo que lo hagan, en el entendido de que es el pueblo el que debe
guiar el camino de los investigadores y no ellos y su “expertice”, o sus “líneas
de investigación” fijadas por el cartabón inflexible del Conacyt; sí están
obligados a un ejercicio de acompañamiento ante las necesidades atingentes del
pueblo: el trabajo de vinculación debe ser permanente y comprometido, debemos
acudir donde nos llaman sin obligar, el conocimiento es no solo datos sino
también reflexión sobre los datos, motivación y sensibilización sobre la
importancia de la base comunitaria para los nuevos procesos de deconstrucción
epistémica y económica decolonial.[7]
Esa es, si existe una justificación de la ciencia en México, la que uno en su
momento ha tomado desde que comenzó esta senda de trabajo intelectual, hace
diez años ya. Escribí en su momento: “Las cuestiones de contribución,
transformación o destrucción de las relaciones de producción o de dominio, se
encuentran entrelazadas con una ética fundamental de compromiso con la colectividad
(no solamente la comunidad científica, que no es autónoma respecto a la
conflictiva social), en el que el investigador no puede –so pena de perder el
basamento de la realidad social desligarse de la necesidad social y de la
manera en que cómo su labor incide en la colectividad: “La ciencia, sin método,
se convierte en mera acumulación de datos; la ciencia sin ética se transforma
en arma de manipulación, enajenación y destrucción. Cualquier investigador,
consolidado o en aras de serlo, tiene la obligación de reflexionar acerca de
las consecuencias de su labor y de su función en la sociedad, además o a la par
de los problemas teóricos y metodológicos que conlleva su trabajo” (Ruvalcaba:
25). Una ciencia sin método no es ciencia sino superchería seudocientífica,
pero una ciencia con método, pero sin referente a la colectividad, es una
ciencia enajenada, manipulada. No hay ciencia de élites ni para las élites, y
menos en las ciencias sociales”.[8]
Salvo algunos investigadores comprometidos con el lema de Múuch Xíimbal (“la tierra ni se vende ni se renta”),[9] Pedro Uc Beh concibe al mundo académico en dos esferas: los que se caracterizan por su silencio rotundo ante problemáticas reales por las cuales transcurre la sociedad; y los “confusos”, “oscuros”, y que con un discurso neutro y terso, sin comprometerse del todo, “batean por el lado oficial” (son los más, los que prácticamente se amoldan al sistema de las estampitas y pasan por el proceso de aburguesamiento que Bourdieu diseccionó en su teoría de campos, en el cambio de las noblezas de naturaleza a las noblezas académicas creadas por el Estado). En México, esto podría equipararse con el “racismo educativo” y el “racismo universitario” en las universidades de México. En Quintana Roo estaríamos hablando de una academia venida del centro del país y con poco arraigo tanto teórico, temático y hasta emocional por la región. La tónica de la historia de la educación universitaria –pienso en el caso que conozco, la UQRoo-, ha sido, válgase la metáfora, de una educación universitaria de “enclave”. A más de 25 años de la fundación de la UQRoo –con sus problemas de corrupción, mafias académicas internas, cuchillos largos por todos lados, simulaciones brutales, endogamias chabacanas y autonomías para los cuates-, creo que uno de los puntos flacos de la solidez investigativa en el estado se debe a esa muda generacional investigativa que falta.
Luchador infatigable de los derechos del pueblo maya, poeta profundo de su lengua milenaria, el maestro Pedro es un referente ético actual en la Península de Yucatán...
Salvo algunos investigadores comprometidos con el lema de Múuch Xíimbal (“la tierra ni se vende ni se renta”),[9] Pedro Uc Beh concibe al mundo académico en dos esferas: los que se caracterizan por su silencio rotundo ante problemáticas reales por las cuales transcurre la sociedad; y los “confusos”, “oscuros”, y que con un discurso neutro y terso, sin comprometerse del todo, “batean por el lado oficial” (son los más, los que prácticamente se amoldan al sistema de las estampitas y pasan por el proceso de aburguesamiento que Bourdieu diseccionó en su teoría de campos, en el cambio de las noblezas de naturaleza a las noblezas académicas creadas por el Estado). En México, esto podría equipararse con el “racismo educativo” y el “racismo universitario” en las universidades de México. En Quintana Roo estaríamos hablando de una academia venida del centro del país y con poco arraigo tanto teórico, temático y hasta emocional por la región. La tónica de la historia de la educación universitaria –pienso en el caso que conozco, la UQRoo-, ha sido, válgase la metáfora, de una educación universitaria de “enclave”. A más de 25 años de la fundación de la UQRoo –con sus problemas de corrupción, mafias académicas internas, cuchillos largos por todos lados, simulaciones brutales, endogamias chabacanas y autonomías para los cuates-, creo que uno de los puntos flacos de la solidez investigativa en el estado se debe a esa muda generacional investigativa que falta.
El silencio o la voz oficial. En muchos
casos, el silencio ha sido más ensordecedor. Ahí tenemos la acusación precisa
que el científico –y comprometido con la defensa del territorio maya y el
jaguar- Juan Carlos Faller Menéndez hiciera contra la Universidad Autónoma de
Yucatán y la Universidad Marista, por sus “silencios que mataban”, al no poner,
con sus académicos, en la mesa de análisis al Acuerdo para la Sustentabilidad
de la Península (ASPY);[10] acuerdo que, al final de cuentas, el Tercer
Tribunal Colegiado del Vigésimo Séptimo Circuito con Sede en Cancún, el pasado
6 de junio dejó insubsistente por no haberse llevado a cabo la consulta a las
comunidades mayas del entorno.[11]
El silencio o la palabra. Mejor la
palabra, para decir igual que las meliponas – y todas las abejas-, representan
un anclaje en la cosmovisión que va más allá de las intenciones personales de
una academia sin ética y coludida con los intereses extranjeros. La palabra
para decir que estamos también de plácemes porque, recientemente, los
ejidatarios de Dziuché lograron la abrogación del decreto que declaraba al
Sistema Lagunar Chichankanab como área natural protegida (ANP). Ya se sabe,
bajo el discurso del ambientalismo o una “sustentabilidad” equívoca, la trama
no tan secreta de las ANP es la exclusión de las comunidades para la posterior
privatización de los recursos. Resulta que, desde el 28 de junio pasado, el Tribunal
Colegiado del Vigésimo Séptimo Circuito de Quintana Roo, ante una queja del
ejido de Dziuché, abrogó la ANP porque su nacimiento como reserva estatal “fue
impuesta al ejido y al pueblo maya, violando los derechos agrarios de los
propietarios de las tierras decretadas como área protegida el primero de abril
de 2011, así como sus derechos como pueblo indígena”.[12]
[1] “No inviten a los antropólogos a
sus fiestas”. Por Gilberto Avilez Tax. Noticaribe.
25 de febrero de 2017.
[2] Grosfoguel, Ramón. Del
«extractivismo económico» al «extractivismo epistémico» y «extractivismo
ontológico»: una forma destructiva de conocer, ser y estar en el mundo. Tabula Rasa, núm. 24, enero-junio, 2016,
p. 135.
[3] Saúl Arellano. “El
SNI y el reinado de las estampitas”. Crónica.
30 de enero de 2014. Otra crítica y análisis de los vicios del SNI, así como
sus orígenes, se encuentra en el texto de Judith Amador Tello: “Sistema
Nacional de Investigadores, lucha encarnizada por los pesos”. Proceso. 2 de agosto de 2014.
[4] Durante varios
años, el Dr. Castillo Cocom, con trabajos indispensables para comprender la
identidad maya en la Península, y director de varios tesistas de la UIMQRoo que
han hecho escuela bajo su cayado y filosofía maya (varios de ellos, con
postgrados en universidades de Estados Unidos y Centros de investigación de
prestigio en México) con temas novedosos y que sin duda contribuyen para la
decolonización de las humanidades y las ciencias sociales en Quintana Roo, ha
sido sistemáticamente excluido de pertenecer al Sistema Estatal de
Investigadores. En cuanto al SNI, la objeción ha sido su edad. Esto, desde
luego, no es una objeción de fondo a su indispensable labor investigativa y de
formador de futuros docentes e investigadores nativos de Quintana Roo.
[5] Juan Ariel Castillo Cocom (2004). “El
Quincunx y el Encuentro de dos Dinastías en la Noche de los Tiempos: Dilemas de
la Política Yucateca”, en Juan Ariel Castillo Cocom y Quetzil E. Castañeda
2004. Estrategias Identitarias: Educación
y la Antropología Histórica en Yucatán. México: UPN/OSEA/SE. P. 260.
[6] Historiadores, antropólogos, arqueólogos y
lingüistas (el Quincunx kokomiano), obsesionados con el tiempo de los mayas
imaginarios, los han concebido como fuera de la historicidad y pugnan por
imágenes sin movimiento de un pueblo que solo está bien en etnografías
impenetrables o museos inmóviles, por miradas que siempre vuelven a los pueblos
etnografiados o a los documentos en papel y piedra que busca asideros contra el
transcurrir del tiempo.
[7]
Y esto es, a grandes rasgos, la idea de una educación popular e intercultural
más allá de los ropajes teóricos, más allá de la burocracia universitaria y
haciendo a un lado las narrativas onanistas de los buscadores de estampitas
para el SNI.
[8] “No hay crítica epistemológica sin crítica
social. Apuntes rápidos sobre la ciencia (social). Por Gilberto Avilez Tax
(2008).
[9] De hecho, Múch Xiimbal se originó por la invitación para discutir y analizar
las energías eólicas y fotovoltaicas a lo largo del territorio peninsular, que
a Pedro Uc y Rusell Peba le hicieron investigadores del Cinvestav y otras
instituciones, como Rodrigo Patiño, Iveth Maturana, Jazmín Sánchez y Alfonso
Murguía, todos, comprometidos con la defensa del territorio maya.
[10]
“Silencios que matan. ¿Se deben o no
informar y preguntar a los mayas? Por Juan Carlos Faller Menéndez. La Jornada Maya, 9 de agosto de 2018.
[12]
“Ejidatarios logran que Chichankanab
ya no sea área natural protegida. El
área natural fue decretada, ocupando tierra y sin notificación”. Por Carlos Águila
Arreola”. La Jornada Maya, 28 de
agosto de 2018.