Cuando había eclipse de luna, mi madre siempre me obligaba a tocar latas para espantar a los demonios que querían comer a la luna. Yo salía de mi duermevela envalentonado, dispuesto a no dejar de hacer lo que mi madre me ordenaba. Estoy convencido que sin esos conciertos destemplados que realicé en la infancia, la luna no estaría ahora con nosotros. Ahora he prendido dos voladores para espantar a los demonios, y ando vigilando de cerca a la luna con mi potente telescopio. Estoy con usted, señora luna; dígame si armo un escándalo, señora luna.
Este blog continúa con mis temas centrales y mis obsesiones cotidianas que toqué en innumerables ocasiones en Desde la Península y las inmediaciones de mi hamaca. A saber, la historia de la Península de Yucatán, la literatura, el quehacer político y la ciencia política, mis acercamientos anfractuosos con la poesía y la narrativa, el rescate de las memorias y el olvido aparente de lugares y personas. De algún modo, es un intento de modificar la realidad mediante los ejercicios literarios.
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