viernes, 15 de marzo de 2024

Los motivos de Raimundo Chi: "Solo la guerra purificaría todas las injusticias que los blancos han cometido contra nuestro pueblo"


Si Tzucacab fue el pueblo de la firma de aquel tratado, en Peto la cosa se recompuso. Días después de que el Cura Vela y Pat lo suscribieran, a Peto bajó por el rumbo de Dzonotchel Raimundo Chi con una nutrida facción del ejército de los indios orientales; traía órdenes de su hermano, el jamás indoblegable, Cecilio Chi. 


En el cabo del pueblo, el cura Manuel Meso Vales, secretario de Pat a la fuerza desde los primeros tiempos de la guerra, lo llegó a recibir e inquirir qué es lo que deseaba el hermano del caudillo de Tepich. 


Raimundo traía órdenes perentorias, y con arrogancia de guerrero fraguado en mil batallas, le pidió la estola pespunteada de oro donde los blancos habían designado a Pat como "Gran Cacique de Yucatán", así como los malhadados Tratados de Tzucacab y el bastón de mando con puño de plata que los "dzules" meridanos habían obsequiado al de Tihosuco. Y si osara negarse a estas peticiones, Raimundo juraba que por fuerza entrarían los bravos cupules orientales a enfrentarse con la facción maya del sur. Raimundo le ordenó al curita que vaya, señor, y que se lo haga saber así a su amo, que no pusiera en resistencia temeraria la suerte de los de Peto y las de ustedes mismos. 


Meso se lo hizo saber a Pat, convenciéndole que accediera a las peticiones del hermano de Cecilio. Pat no puso objeción alguna. Entonces el soberbio Raimundo entró al pueblo con todo su ejército, más de 1500 soldados de lo mejor del ejército oriental maya, y en la plaza principal, en el atrio de la iglesia de Peto, recibió de manos del caudillo de Tihosuco lo que venía a reclamar. 


Una vez obtenido lo que quería, Raimundo se dirigió a sus tropas para decirles una alocución en un maya castizo, con ecos sin duda prehispánicos, diciendo que "la guerra a muerte contra todos los blancos continuaría hasta hacerlos expulsar de nuestra tierra, hasta purificar todas las injusticias que han cometido contra nuestro pueblo." Y acto seguido, frente a la iglesia levantada por los siglos de colonial opresión indígena, hizo pedazos las prendas, el pergamino del tratado, la estola caciquil, el bastón con el puño de plata, que los blancos le habían otorgado al traidor de Pat. Los indios del oriente, al ver esto, lanzaron estrépitos bélicos, golpearon los machetes en las piedras, dieron vivas a Raimundo y a Cecilio, pidieron guerra a muerte contra todo blanco enemigo.


Raimundo, cumplida su misión, tomó de nuevo el rumbo hacia el camino a Dzonotchel, mientras su hermano, Cecilio, hacía su entrada triunfal a Tahdziu bañado con la sangre derramada en Maní.


Ningún tratadito detendría la rebelión de los mayas de Yucatán.


Nota: Extracto de un ensayo de mi autoría aparecido en Noticaribe Peninsular y denominado "Tratados de Tzucacab: el documento que fracturó la rebelión maya".



miércoles, 13 de septiembre de 2023

Contestación a un artículo de la BBC que le dice "dialecto" al español que se habla en Yucatán

 



Texto publicado en facebook personal del autor, el 22 de septiembre de 2022


Les pregunto a esos despreciadores de la cultura yucateca que han escrito un texto deleznable en la BBC, lo siguiente:

¿Cómo puedes decir que el español yucateco es un "dialecto"? Es despreciar o desconocer a una lengua que ha construido toda la literatura valedera a lo largo de estos dos siglos, desde el Canek de Abreu Gómez y La tierra del faisán y el venado de Mediz Bolio, obras universales que se escribieron con un dominio pleno del español y las referencias regionales.

A propósito de esta lengua universal, recordemos la obra del maestro Joaquín Bestard: todo su trabajo literario se hizo apelando a la forma tan característica en que como los yucatecos hablamos y torneamos con cadencia propia a la lengua española.

El español yucateco es un idioma como todos, vino de los veneros más profundos del Guadalquivir, y juntó sus aguas, allá en el lejano siglo XVI, con las aguas de los cenotes sagrados de Chichén Itzá y de Uxmal; es la misma lengua de España pero con sus variantes regionales (así como las variantes cubanas, argentinas o peruanas, a las cuales nadie les dice “dialectos” del español) y claro, la impronta o el sustrato de la lengua maya es importante para dicha regionalización de la lengua.

El español yucateco es la misma lengua castellana con sus regionalismos peninsulares singlados por la cultura maya y el mestizaje lingüístico. Es la misma lengua de Castilla arraigada en esta Nuestra América, y que ha tenido variantes regionales llamados yucatequismos, cubanismos, argentinismos, etc. Pensar lo contrario es cosa de crasos ignorantes de los mínimos filológicos.

 

martes, 5 de septiembre de 2023

Los mayas tuvieron que esperar un katún más para declarar su Independencia en 1847

 

 




 (Texto publicado por primera vez el 14 de septiembre de 2019)

En Yucatán, como en el centro de México, la Conquista la hicieron los mayas, y la Independencia la proclamaron los blancos. La Península de Yucatán, en los años de 1808-1821, que comprende los procesos sociales, políticos, militares y jurídicos que se dieron en España y las tierras americanas bajo la férula de la corona española, y que han sido nombrados como el proceso de Independencia, no tuvo mayor relevancia en cuanto a términos militares: una península alejada de Nueva España, más cercana a Cuba y hasta a otros puertos de los dominios españoles en centro y Sudamérica, lo que comenzó a partir de 1810, la lucha militar de las huestes de Hidalgo, Morelos o Guerrero contra las tropas  realistas, no tuvo eco bélico en tierras peninsulares.

Yucatán era un mundo aparte, pues todo que venía del centro, las noticias de las batallas entre los insurgentes y realistas, eran “difíciles y tardías como eran las comunicaciones, y sobre todo inciertas, no podía conocerse exactamente cómo ocurrían los acontecimientos, sino que se presentarían tendenciosamente desfigurados” (Acereto, Enciclopedia Yucatanense, Tomo III, p. 170). No hubo levantamiento militar ni de criollos díscolos y dados a las nuevas enseñanzas de la filosofía francesa, americana y el liberalismo español estatuido en las Constitución de Cádiz, de 1812; ni mucho menos de los aún todavía no nombrados como “mayas”.

Entre 1810 y 1821, los indios de Yucatán tal parece que solo entraban en los predicamentos justicieros del grupo de los San Juanistas (adherentes a las nuevas filosofías de los tiempos, pues todavía necesitarían nuevas experiencias que se darían en menos de 20 años: es decir, la inclusión al ejército de los hijos de “Tutul Xiu y Cocom” que les dio una experiencia militar; la crisis agrícola y territorial debido al ensanchamiento de la frontera del azúcar en viejas zonas indígenas no cercanas a la influencia de Mérida. Su guerra no sería la “guerra de Independencia” de los herederos de los conquistadores de la Península; y las ideas que enarbolarían los criollos cultos y progresistas como Lorenzo de Zavala, José María Quintana (padre del prócer de la independencia mexicana, Andrés Quintana Roo) y Francisco Bates, el introductor de la imprenta en la Península, eran resonancias extrañas frente a un importante segmento indígena arraigado a la tierra, a sus procesos culturales y a sus dioses del monte.

Pero la retórica de las nuevas ideas pregonadas desde la Constitución de Cádiz de 1812, sí habría de posibilitar que el espectro político se abriera y se conformaran nuevos Ayuntamientos en anteriores pueblos de indios. Un historiador contemporáneo de los primeros años del XIX, Arturo Güémez Pineda, habló de la “alborada de los Ayuntamientos”, que proliferaron en pueblos que antes eran predominantemente indígenas, pero que a partir de fines del siglo XVIII, la migración blanca al sur y oriente y otros puntos de la geografía para fomentar cultivos agroindustriales (la caña en la región de Peto, Tekax, Tihosuco), hizo que estos nuevos Ayuntamientos fueran copados por poblaciones no indígenas gobernando y aplicando leyes de desamortización a las tierras de los mayas. Es decir, hay que subrayar que, desde las normativas iniciadas en Cádiz, si bien es cierto que el espíritu del “progresivismo” había impulsado al estrato indígena para exigir un igualitarismo político, ciudadano, la retórica ciudadana, retórica al fin y al cabo, más las pugnas entre las élites políticas yucatecas, hicieron que sus expectativas de progreso fueran cortadas.

Es decir, la situación estructural del pueblo maya, no cambió gran cosa cuando en Mérida se proclamó la independencia de la Provincia de Yucatán el 15 de septiembre de 1821, debido a la cercanía de Juan Nepomuceno Fernández, que comandaba una fracción del ejército que había destacado el Corl. Santa Anna desde Cosamaloapan para llevar la chispa de la revolución de independencia a toda la costa: Nepomuceno había tomado Tabasco y amenazaba a la Península. Ante ese hecho, el último gobernador del Yucatán Colonial, el mariscal de campo, D. Juan María Echéverri, llamó a junta a todos los notables de Mérida, a los miembros de la Diputación provinciana (Lorenzo de Zavala, Pedro Saínz de Baranda), a los miembros linajudos del Ayuntamiento meridano, al señor obispo y demás elementos de la curia, así como a los jefes militares: ningún hijo de Tutul Xiu o de Cocom (despreciados por la mentalidad racista criolla, que los veía aherrojados a sus “costumbres” y “tradiciones”, y ajenos al progreso de las nuevas ideas liberales, de propiedad privada y del comercio), estuvo presente en la “unánime proclamación en Mérida de la independencia de Yucatán, donde se expresaba, en seis puntos, lo siguiente:

 

1º Que la provincia de Yucatán, conociendo que su independencia política era reclamada por la justicia, requerida por la necesidad y abonada por el deseo de todos sus habitantes, la proclamaba bajo el supuesto de que el nuevo sistema no se hallase en contradicción con la libertad civil;

2º Que para afianzar los legítimos derechos de libertad, propiedad y seguridad, que constituían el orden público y la felicidad social, se observaran las leyes existentes, respetándose las autoridades establecidas;

3º Que reconocía como hermanos y amigos a todos los americanos y españoles europeos que abundando en sus mismos sentimientos, y que sin turbar el reposo social de que gozaba la provincia, que como objeto preferente se deseaba conservar, quisieran comunicarse con sus habitantes en las transacciones de la vida civil;

4º Que de acuerdo el M. I. Ayuntamiento de Campeche y Teniente de rey, designasen a dos personas de confianza, una del estado civil y otra del militar, para que pasaran a la provincia de Tabasco a manifestar al comandante que a nombre del ejército imperial mandaba en ella, la resolución tomada, acordando con aquel jefe la continuación de las relaciones políticas y civiles existentes entre las dos provincias.

5º Que para precaver los perjuicios que resultarían de la interrupción del comercio, se acordara su continuación, bajo las reglas y aranceles en vigor; y, por último,

6º Que para afirmar la determinación tomada, comisionábase a los Sres. D. Juan Rivas Vértiz y Lic. Francisco Antonio Tarrazo, para que pasando a la corte de México la comunicaran a los dos jefes superiores [entiéndase Iturbide y O’Donojú] o al gobierno provisional que se estableciera en la Nueva España, a efecto de que a la mayor brevedad y con la más completa instrucción dieran parte a la provincia de sus definitivas resoluciones (Enciclopedia Yucatanense, Tomo III, p. 172).

 

Retórica hueca lo de esta proclama, pues, al fin y al cabo, estos seis puntos de “independencia” de Yucatán de los notables, no surtiría cambio alguno en la estructura económica injusta para el grueso de los mayas, que seguirían cargando en sus espaldas, como desde tiempos de la colonia, la economía peninsular; ni en las mentes de las élites yucatecas, que consideraban a la “raza maya”, dueña de un “carácter distintivo, como todas las razas aborígenes”, que consistía “en conservar sus hábitos y preocupaciones”, y que “eran el obstáculo más insuperable para la civilización, viviendo como han vivido siempre en la ignorancia, y sobre todo conservando en su memoria las tradiciones de la conquista, de cuyos hechos tarde o temprano se tenían que vengar” (Serapio Baqueiro. Ensayo histórico sobre las revoluciones de Yucatán desde el año de 1840 hasta 1864, vol. I, p. 59).

Ramón Berzunza Pinto, trabajando las causas de la guerra de castas, cita una aserción inteligentísima del gran Eligio Ancona, que podría resumir el significado de la “proclama de Independencia” de Yucatán, el 15 de septiembre de 1821:

 

“La independencia debiera haber imitado la conducta de los liberales españoles desembarazando desde luego al indio de las cargas injustas que pesaban sobre él y poniendo los medios de educarle, a fin de nivelarlo en épocas no muy remotas a las demás razas que habitan el país. Pero intereses bastardos se opusieron a este pensamiento que tuvo en verdad muy pocos apóstoles y el descendiente del maya, a pesar de su pomposo título de ciudadano, siguió viendo en el descendiente del conquistador al autor de su miseria y le aborreció como lo habían aborrecido sus padres y abuelos” (Eligio Ancona, citado por Ramón Berzunza Pinto. 1942. Una Chispa en el Sureste. Pasado y Futuro de los indios mayas, México, Distrito Federal, Artes Gráficas, p: 31).

 

La verdadera Guerra de Independencia de la “raza maya”, iniciaría solo 20 años después de aquella proclama, con la separación y la nueva proclama de independencia de las élites peninsulares en la década de 1840. Solo que esta vez, sería una guerra a muerte iniciada en los montes de Tepich y comandada por los batabes de los pueblos.

¿Qué los yucatecos todos declaren su independencia?

 



 (Texto aparecido por vez primera el 16 de septiembre de 2017)

 

La mayoría de los historiadores que han tocado el tema de la “independencia” de Yucatán del orbe español, señalan dos características principales del proceso iniciado en 1808, con la crisis de legitimidad en la corona española, la captura de Fernando VII por parte de los franceses, y la entrega de Napoleón del trono hispano a su hermano José Bonaparte. En Yucatán no hubo hecatombes civiles ni guerras populares como la que iniciaron en el bajío Hidalgo, o como la que secundara en Michoacán y en el sur del país, Morelos. Lo que sí hubo fue, como sostiene Manuel Ferrer Muñoz, una movilización política y social a raíz de la entrada en vigor de la Constitución de Cádiz, en 1812; esta movilización se enmarcó en los trabajos y los días de un grupo de filósofos sociales, de curas liberales, e intelectuales políticos meridanos, conocidos como los Sanjuanistas, en lucha frontal contra las telarañas ultramontanas.

A principios del siglo XIX, la Península de Yucatán era una capitanía general de Nueva España, más ligada al ámbito caribeño (La Habana), que al lejano centro del altiplano central. Para los años cercanos a 1810, contaba con medio millón de habitantes, ¾ de los cuales eran mayas, 10% negros y mulatos, y 15 % “blancos. Al constituirse la independencia en 1821, la vida política, social y mercantil de la Península no se encontraba centralizada en la capital sino en pueblos del interior como producto del libre mercado y de la competencia agraria: “el contrabando” era lo que movía a pueblos de Campeche, a Ichmul, Tihosuco, a la solitaria Bacalar o a Peto. Esto igual dio paso a una migración de capitalistas meridanos en busca de nuevas tierras para nuevos cultivos, como la revolucionaria caña de azúcar, que competiría por el espacio agrario con la milpa maya, desembocando en eso que se conoce como Guerra de Castas, en 1847.

Solitaria en su lejanía, en la Península no hubo guerras populares, pero sí guerras de ideas: en la ermita de San Juan, al sur de la plaza de armas de Mérida, construida en el año de 1552 y dada a resguardo a San Juan Bautista para combatir la langosta, un grupo de vecinos comenzó a reunirse para hablar de fe y de cosas diversas. Su fundador y artífice fue el capellán de la ermita, Vicente María Velázquez, un hombre entrado en años, calvo y de una estatura considerable, que contrastaba con el cuasi enanismo de los yucatecos de ese entonces (y de ahora). Era tío de otro de los grandes federalistas y alma de los sanjuanistas, Lorenzo de Zavala. Además, a las reuniones asistían Manuel Jiménez Solís (el padre Justis), Pedro Almeida (catedrático del seminario de Mérida), José Francisco Bates (escribano real e introductor de la imprenta en Yucatán, en 1813), y José María Quintana, padre de don Andrés Quintana Roo, el prócer de la independencia mexicana. José María Quintana, en palabras de la historiadora Laura Machuca, era un “escritor público” que se aprovechó de la crítica de las costumbres para expresar sus opiniones y formar la de sus lectores.

De la discusión de asuntos de la fe, los sanjuanistas pasaron a discutir asuntos cotidianos y políticos, en un momento de la administración del capitán general Benito Pérez Valdelamar (1801-1811). Pronto, a ojos de los defensores del antiguo régimen, los rutineros, curas ignorantes y demás chusma monárquica, los sanjuanistas serían nombrados como gavilla peligrosa, luciferina. Otros historiadores los considerarían como “una escuela especulativa y filosófica más que sociedad práctica y de acción”.

¿Quiénes fueron los motores intelectuales de los sanjuanistas? Pablo Moreno, el filósofo vallisoletano nacido en 1773, ese “pequeño Voltaire”, fue maestro de varios sanjuanistas, como Lorenzo de Zavala, el Padre Justis y el prócer Andrés Quintana Roo. Enseñaba en el seminario de Mérida, era seglar, en sus cursos de filosofía que daba se burlaba de los peripatéticos, y entronizó a la duda como principio razonador de todo. Atacado por los rutineros y los ensotanados del dogma, dejó la cátedra y se hizo “papelista” o procurador de pleitos. Otro maestro de los sanjuanistas, fue un fraile franciscano oriundo de Guatemala, Juan José González, que había arribado a Mérida vía Campeche. Enciclopedista, introdujo a Descartes en la península, enseñó sobre el sistema copernicano, e hizo las demostraciones de Newton y Galileo.




Los Sanjuanistas, de los cuales ninguno pertenecía a “la raza conquistada”, darían cabida, en sus combates de ideas, a la Constitución Gaditana de 1812, la concreción constitucional de las reformas borbónicas del siglo XVIII. A falta de Rey, secuestrado por los galos, las cortes españolas mandaron a buscar a diputados de todas las ciudades, incluido de la América Española. En la isla de León, el 24 de septiembre de 1810, frente a los diputados a cortes de ambos lados del océano, comenzó a sucumbir el edificio del imperio español, martillado por las ideas liberales. Cádiz, su constitución, significó la transformación de la estructura municipal en Yucatán, y con ella se dio la “alborada de ayuntamientos” donde entraron mestizos, indios y blancos, igual significó el cese de los servicios personales, el fin de los tributos, los repartimientos, la legislación de desamortización de bienes, la extinción de la carga de protección de los naturales y el tema de las obvenciones, y se decretó la igualdad de los hombres ante la ley: los mayas fueron, en términos legales gaditanos, españoles con todas las de la ley. El fin de los repartimientos significó la falta de gente para el corte del palo de tinte, la cosecha de la sal, y se dejó de explotar la caña. Hasta el maíz para los blancos comenzó a escasear. Los Sanjuanistas, principalmente el padre Vicente María Velázquez, siguiendo ese principio de igualdad, se pusieron de parte de los mayas. Lector de la Brevísima destrucción de las indias de su ancestro espiritual Las Casas, el padre Velázquez era de la idea de devolver la tierra a los mayas. Sin embargo, la situación de los indios, en 1812 y casi todo el siglo XIX, subsistiría en forma cuasi colonial: sin variación alguna.

Otro de los efectos de la Constitución gaditana de 1812, hasta que fue abolida en mayo de 1814, fue la libertad de imprenta. Los Sanjuanistas, peleados con los añorantes rutineros del Antiguo Régimen, querían que las ideas suyas y las de sus maestros, las de Moreno, las de González, las de Zavala y otros librepensadores, llegase a “las masas”, a los indios. Pensaron formar un periódico, y una vez que Bates trajo la primera imprenta en Mérida, crearon, a principios de 1813, El Aristarco, el primer diario de la Península, cuyo redactor en jefe fue el incansable Lorenzo de Zavala. Después vendrían El Misceláneo, El Redactor Meridano y Los Clamores de la fidelidad americana contra la opresión, o fragmentos para la historia futura. Todos estos periódicos, fundados en menos de dos años, tenían como objetivo explicar a las masas indias sus derechos, y excitarlas a tomar participio en la cosa pública.

En 1814, Fernando VII regresó de su cautiverio en Bayona, y decretó como ilegal la constitución de Cádiz, culpables de lesa majestad a todos los que osaron atentar, según el Borbón, contra los derechos y prerrogativas reales, extinguiendo, además, los ayuntamientos constituidos en su nombre. “No había valido la pena de luchar por un Borbón contra Bonaparte”, sentenció Albino Acereto en su memorable estudio. Era cuestión de tiempo para que los sanjuanistas fueran perseguidos: el padre Velázquez fue encarcelado dos años en el convento de San Francisco; la misma suerte de cautiverio corrieron otros sanjuanistas, y Lorenzo de Zavala, José María Quintana y Bates, aprehendidos a altas horas de la noche, fueron remitidos a las tinajas húmedas de San Juan de Ulúa, permaneciendo tres años.

En 1815, las aguas ultramontanas se distendieron. Se creía que el absolutismo de Fernando VII era inquebrantable para la península y sus colonias, y las mazmorras se abrieron para los díscolos sanjuanistas: el padre Velázquez volvió a ver la luz, y Zavala y compañía regresaron a Mérida de su destierro veracruzano. Acereto apunta que tal vez para esas fechas Zavala fue adepto o se inficionó de la masonería. Tanto antiguos sanjuanistas como rutineros, vieron a la masonería como la tabla de salvación de lo que posiblemente ocurriría, si cambiara el régimen imperial y se independizaran las antiguas colonias. El “segundo momento” de los sanjuanistas, fue dirigido ahora por Zavala, mediante la Confederación Patriótica. Los vientos corrieron a su favor: en 1820, un movimiento insurreccional del Teniente Coronel Riego en España, hizo que el rey restableciera la Constitución de Cádiz de 1812.

A principios de 1821, nadie pensaba que el mundo colonial, el creado por los Corteses y Montejos en Mesoamérica (no podemos decir lo mismo para la región sudamericana), llegaría a su fin mediante el pacto de caballeros de los descendientes directos de los españoles. Para esas fechas, el movimiento iniciado por Hidalgo y Morelos, parecía ya irrealizable e inquebrantable las cadenas de la sujeción colonial, pero un nuevo soldado de la independencia, Agustín de Iturbide, había entrado al quite, secundado por otros criollos como Santa Anna. Ángel del Toro, gobernador militar de Tabasco, había informado a Mérida la llegada de una fuerza independentista comandada por Juan Nepomuceno Fernández, en agosto de 1821. Desde Cosamoalapan, Santa Anna había destacado fuerzas por todo el Golfo para llevar la chispa de la revolución a Acayucan, Coatzacoalcos, Huimanguillo, Cunduacán y la misma Villa Hermosa, a donde llegaron el 31 de agosto de 1821 las tropas iturbidistas.

Ante la gravedad de la situación, el recién llegado Juan Manuel de Echeverri, el último gobernante de la madre patria en la Península de Yucatán, convocó el 15 de septiembre de 1821, a una sesión extraordinaria de la Diputación provincial: lo más granado de la sociedad yucateca, blancos todos, el Ayuntamiento, el señor Obispo Estévez, los canónicos, ensotanados y otros linajudos, proclamaron unánimemente todos la Independencia de Yucatán, diciendo falsariamente, en sus considerandos, “que la provincia de Yucatán, conociendo que su independencia política era reclamada por la justicia”, y que era requerida y abonada por el deseo de “todos sus habitantes”. Y sin dejar dudas de su españolismo independentista, reconocían “como hermanos y amigos a todos los americanos y españoles europeos que abundando en sus mismos sentimientos”, con los cuales quisieran conservar la comunicación.

Fue una independencia, como la de México, hecha por descendientes de españoles, pero fue una independencia donde no hubo ni participio activo y social de los indios: la revolución fue solo de ideas, hechas por los sanjuanistas contra los rutineros, pero “los indios de Yucatán” tendrían que esperar un cuarto de siglo más para hacer su propia independencia, intentando liberarse de los cerrojos cuasi coloniales de la “república”. Pues la de 1821, como sentenciaba Joaquín Hübbe, fue la independencia solamente de los hijos de ambas penínsulas, españoles e hispanos yucatecos, que “se pusieron de acuerdo en las medidas pacíficas que dieron como resultado la independencia política” y sin que en este acto, el más solemne para la vida de un pueblo por constituir su fundación, “tomara la menor parte la gran masa de la raza indígena que habitaba en la península yucateca”.

 

 

miércoles, 23 de agosto de 2023

De la bandera yucateca, del béisbol y del regionalismo en Yucatán

 

 

 

Después de 182 años, se iza de nuevo la bandera yucateca, dando cumplimiento a la reforma constitucional del artículo 116

 

 Texto publicado por vez primera en julio de 2018

Después de 12 años de sequía, hace unas semanas los Leones de Yucatán obtuvieron su cuarta corona en su historia, en la Liga Mexicana de Béisbol. Un 27 de agosto de 2006 fue la última vez que lograron el título, precisamente con el equipo que el miércoles 28 de junio vencieron después de siete largos encuentros para proclamarse campeones: los Sultanes de Monterrey. Sin duda, para Yucatán y la Península, en esos días finales de junio se respiró una triple efervescencia que recorrió la mayor parte de sus pueblos: el mundial de fútbol y los primeros triunfos de México y su estrepitosa derrota con Suecia y su derrota en el cuarto partido con Brasil, la final de la Serie del Rey  de la LMB, y una campaña electoral que llegó a su fin el domingo 1 de julio, en donde se disputó la continuidad de un régimen neoliberal, o vía un presidencialismo fuerte, el cambio de timón hacia un mayor control del Estado en áreas neurálgicas para el país.

Resulta que el lunes 2 de julio de 2018 amanecimos con la novedad de que ya teníamos nuevo gobierno de izquierda, que arrasó como tsunami todos los 300 distritos del país y que la votación fue masiva, histórica, total: AMLO, macaneando por arriba de 53% (30 millones de mexicanos votaron por él), al fin había ganado las elecciones presidenciales, inaugurando una etapa inédita para el país. ¿Y ahora, qué canciones escucho?, ¿Seguirá estando vigente Óscar Chávez? De pronto amanecimos con la novedad de que todos nuestros repertorios musicales que iban dirigidos contra el mal gobierno (desde el corrido del agrarista, pasando por “Salario Mínimo” y “Dame el power”), ya no tenían razón de ser, ya habían pasado de moda; resulta que los huarachudos que forman “el pueblo”, nunca habíamos estado en esta situación inédita, inexplorada, ignota, irreal, el mare incognitum desde 1934: la afinidad con el nuevo gobierno, un gobierno de izquierda, desde luego. Tendremos que rebobinar el casset y creernos la idea de que el cambio y la justicia vendrá para tantos movimientos sociales y tantas luchas, anhelos y exigencias de los “humildes y olvidados”.

Esto era lo que pasó por mi cabeza mientras redactaba este artículo que, en realidad, versaría sobre el béisbol y las actitudes regionalistas de la Península. Ya habrá tiempo para hablar más a fondo de lo que sucedió en las urnas el pasado domingo. Vuelvo a mi discurso.

Ese lunes inédito después del 1 de julio perdimos con Brasil, los ratones verdes fueron eliminados y a nadie dolió eso. Ricardo Tatto, escritor meridano, posteó una verdad producida por la resaca de todo un pueblo por el triunfo obradorista: “Por primera vez en décadas la felicidad de millones de mexicanos no depende de un partido de fútbol. Primer milagro de AMLO...” ¿Sólo tres décadas? Póngale 8 más.

El futbol y la política es un tema de nunca acabar, suscita respuestas vitriólicas y discursos que no admiten discrepancias entre los fanáticos. No indagaré en los meandros irracionales de esas dos facetas de la condición humana que nos regresan a tiempos de las cavernas (soy un hombre feliz y no quepo en mi moldura de felicidad por el triunfo de AMLO). Me interesa, más bien, hablar de una casaca y una bandera regional de la segunda mitad del siglo XIX que ha vuelto a ver la luz en pleno siglo XXI; y del inveterado regionalismo yucateco y las “pulsiones”[1] separatistas que en algún momento han salido a flote a lo largo de casi 200 años de historia peninsular.[2] Así, con ese tono neutro y vulgar en su indiferencia, había dejado este texto inacabado las vísperas de las elecciones del domingo. Prosigo.

Sabemos que el béisbol, el deporte favorito de “Amlovsky”, hace menos de 50 años era considerado el deporte por antonomasia en la Península, antes de que el fútbol se convirtiera, vía la televisión, en hegemónico. Gilbert Joseph, en un lejano ensayo de la década de 1980, estudió cómo el Partido Socialista del Sureste, con Carrillo Puerto y después de Carrillo (década de 1920-1930), usó al béisbol para movilizar a las masas y “forjar patria” en Yucatán. Joseph señala que uno de los legados revolucionarios más duraderos entre el campesinado yucateco, fue la pelota caliente: “El estado tuvo tanto éxito en su campaña, que el béisbol se ha convertido en un pasatiempo regional, una anomalía en una nación que proclama en todas partes al fútbol como el juego del pueblo”. El béisbol fue y es tan presente en casi todos los pueblos de la Península como Oxkutzcab, Tekax, Ticul o en José María Morelos, Quintana Roo. Existen estampas de la pelota caliente, en la década de 1940, en pueblos de reciente repoblación del Territorio de Quintana Roo, como Dziuché. El béisbol es un deporte que solo es posible de entender y entusiasmarse en la infancia. Todavía recuerdo al gran “Johny Bench”, el maestro Pepe Esquivel, entusiasta del rey de los deportes en el sur del Yucatán.

El béisbol yucateco también tiene a sus cronistas, historiadores y curadores. A los trabajos pioneros como el de Joaquín Lara y Luis Ramírez Aznar, existe un personaje desaforado que tiene como objetivo hacer la historia total del béisbol en Yucatán: es el caso de don Emmanuel Azcorra, una especie de Funes el memorioso para todo lo que se trate del béisbol (lleva el registro estadístico de los Leones desde su primer año, 1954). Azcorra es un periodista e historiador de los leones de Yucatán nacido en Oxkutzcab hace más de 70 años. De él es el dicho de que en cada “mata de china” que crece en Oxkutzcab, hay un beisbolista encaramado: “Es cierto que en Oxkutzcab lo que abundan son las matas de naranjas. Exportamos los cítricos a todo México, a Estados Unidos y a Europa. Pero también es cierto que, en cada mata de naranja, hay un beisbolista colgado, bajando naranjas”. Con los datos que ha ido recabando a lo largo de su trabajo periodístico y de archivo de más de medio siglo, Azcorra, sin sombra de duda, afirma que está capacitado para escribir una “enciclopedia de los Leones de Yucatán”, en varios tomos. Pero Azcorra, un yucateco de la vieja guardia (nunca sale a la calle sin su grisácea guayabera), tiene el regionalismo cuasi separatista incardinado en sus afanes investigativos: “Es una pena y una vergüenza que a los actuales directivos, que no son yucatecos, no les guste la historia de los Leones de Yucatán, pues no se han preocupado por sacar un libro histórico que recopile tantos juegos, tantos récords y tantas efemérides”.

No necesito decir que el triunfo de los leones movilizó mis irracionales sentimientos regionalistas, rondando hacia el separatismo peninsular (para, acto después, con el triunfo de Obrador, volver a mi hermosa patria más allá de la Península), y más cuando me percaté de los uniformes que esta temporada de 2018 portaron los melenudos: en todas las casacas estaba estampada la bandera yucateca, un símbolo preciso, dicen, del separatismo yucateco. Y aquí deseo recalcar estos tópicos para llegar a una idea ya obvia: la tremenda actitud regionalista de Yucatán que, arguyo, conforme pase el tiempo, y las migraciones del centro hacia la Península sigan en aumento, se irá diluyendo, al igual que el conocimiento y la utilización del “uayeísmo”, es decir, de la forma tan característica del hablar del yucateco.[3]

“El país que no se parece a otro, “el mundo aparte”, el “nacionalismo yucateco frente al Estado mexicano”, que tantas veces ha sido analizado por sociólogos, antropólogos, politólogos, historiadores y literatos, con la marejada de las culturas híbridas, las migraciones internas, la presencia de chilangos y otros “huaches” en Mérida, tiene como fin insalvable su dilución histórica. Si bien hemos hecho la crítica de un nacionalismo postrevolucionario “inventado”, y hemos asegurado su origen entre las élites letradas del siglo XIX y su correlato del XX; en Yucatán el desarraigo de lo regional no rindió sus frutos, al contrario, desde la década de 1840 (en 1841 se “tremoló” por un momento la bandera yucateca; de esa década se dieron las separaciones momentáneas de Yucatán, apelando al federalismo y en contra del centralismo mexicano) se comenzó a gestar un sentimiento regionalista que tuvo sus orígenes en la colonia, y que apelaba a la geografía, la historia y las miradas promisorias a futuro. Pero tal vez este regionalismo tuvo un periodo de fuerte resistencia hasta la década de 1970, y cuyo último correlato fue “el desacato yucateco” a las exigencias de la federación, en el último año del segundo periodo de Víctor Cervera Pacheco.

Ahora bien, me atrevo a decir que este regionalismo, como todos los ismos de corte nacionalista, solo es posible de concebir entre literatos e investigadores de lo “yucateco”, que van desde los trabajos de Rubio Mañé y su exégesis del separatismo yucateco, como las consideraciones bucólicas del poeta Fernando Espejo y otros “yucatecos profesionales”[4]. Aunque, desde luego, llama la atención dos trabajos recientes, desde las ciencias sociales y las humanidades, que han tocado el tema del regionalismo yucateco. Uno es el ensayo de Jorge Figueroa Magaña, quien mediante estudios cuantitativos, y tomando como base cuatro variables (regionalismo, etnocentrismo, internacionalismo y conservadurismo), apuntó que los yucatecos “se identifican más con la comunidad local o regional”, y que “esta preferencia por lo local sobre lo nacional podría ser mayor en Yucatán que en otras regiones”.[5] A su vez, Vizcaíno Guerra, en una nota a un libro suyo que trata sobre el nacionalismo de Estado, indicaba que el de Yucatán es un nacionalismo regionalista de alto significado para el debate en México en el siglo XXI, pues pone a la mesa de discusión los sentimientos regionalistas que el Estado postrevolucionario no pudo clausurar:

 

“Pienso que la cuestión de Yucatán será uno de los grandes temas de México en el siglo XXI. El singular diccionario de naciones sin Estado de Minaham (1996), que examina 200 culturas que han buscado el reconocimiento internacional de su independencia y se identifican a sí mismas como una nación aparte, incluye a Yucatán. Aunque los criterios siempre son imprecisos, el autor, como una parte de los yucatecos, piensa en Yucatán como una comunidad que aspira a una mayor autonomía. En los últimos años se ha hablado mucho de la autodeterminación de los indios, por el asunto de Chiapas. Pero muchos habíamos olvidado a Yucatán: durante largo tiempo, los líderes yucatecos consideraron que ésa era una región aparte de México. Aunque en 1843 las tropas federales acabaron con un movimiento de secesión, las tensiones persistieron a lo largo del siglo XIX y hasta la Revolución de 1910. Tanto las guerras de castas como las luchas entre las cúpulas provinciales y el centro de México dieron lugar en Yucatán a una historia en la que la inestabilidad y la voluntad natural secesionista tanto de indios como de mestizos y criollos nunca se atenuó hasta el primer tercio del siglo XX. En 1916, Carrillo Puerto llamó a Yucatán “República Socialista”, y en 1924 un movimiento de mayas y mestizos volvió a declarar la independencia y estableció “la maya” como el idioma oficial. En respuesta, el gobierno federal envió tropas y recreó el territorio de Quintana Roo; la separación de Campeche no había sido suficiente para fragmentar la región. Luego se construyeron múltiples vías de comunicación y muchas escuelas, con lo cual pareció lograrse definitivamente su integración al pacto federal. Ése fue otro de los grandes proyectos nacionalistas de Lázaro Cárdenas: aun así, creo que el asunto no está del todo resuelto, como fue evidente en la crisis política del año 2001, cuando el Congreso local desacató las decisiones de las instituciones federales”.[6]

 

A propósito de las fiebres nacionalistas, regionalistas o del separatismo yucateco, mención aparte tiene esa larga historia de “nativismo” quintanarroense que fue engendrado en tiempos del Territorio de Quintana Roo en busca de un gobernador nativo, y que fue revivido en las campañas por la gubernatura en 2016, bajo el rublo del “quintanarroísmo”.[7] Este “nativismo” -que no tiene razón de ser en un estado donde el 52.6 por ciento del número total de residentes en Quintana Roo, tiene orígenes “fuereños”[8]-, surgió nuevamente en el frenesí político de 2018, en un municipio quintanarroense donde la mayoría de sus ciudadanos tiene orígenes yucatecos. En páginas de Facebook del municipio de José María Morelos como “Que todo José María Morelos se entere”, en estas elecciones de 2018 pudimos comprobar cómo a una candidata se le atacaba con el sambenito de “ser yucateca”: no se cuestionaba su capacidad política o administrativa, sino su lugar de origen, un simple accidente geográfico. Una frase que recogí en las “benditas redes”, decía lo siguiente: “En Sabán no permitiremos que gente ajena al municipio dirija nuestros destinos, nuestros abuelos nos defendieron y nosotros también lo haremos con nuestro voto”. Por el contrario, los grupos contrarios a esta candidata “yucateca”, subrayaban que la de ellos sí era “originaria” de José María Morelos, aunque tampoco se le pedía capacidad política o administrativa.

Sin duda, podemos argüir la hipótesis de que los trabajos de Figueroa y Vizcaíno, se entienden por ser escritos en inmediatos años al diferendo que se presentó entre el gobierno yucateco encabezado por Víctor Cervera Pacheco, y el recién gobierno foxista. Una resolución de un tribunal judicial no acatada por un viejo cacique regional en declive, hizo que desde el Estado yucateco se trataran de exacerbar los dudosos sentimientos regionalistas: la bandera yucateca que fue tremolada una sola vez en 1841 y que fue quemada por el general revolucionario Salvador Alvarado, en 1915, fue motivo del “orgullo yucateco” festinado por un estado regional que no sé si apelaba a una larga y rica historia regionalista, o se movía únicamente en las coordenadas del utilitarismo más ramplón y maquiavélico. Una crónica de Martín Morita y José Palacios, explicaba ese clima de nacionalismo impostado, no “inventado” pero sí avivado por un cacique con amplios poderes regionales: “El Himno de Yucatán” que se escuchaba antes del nacional en todos los eventos oficiales y en las escuelas, la bandera yucateca en gorras, playeras, calcomanías, que llegaron hasta Cancún con los yucatecos residentes en ese polo turístico.[9]

Una bandera yucateca que, como han estudiado algunos costumbristas de la historia de Yucatán, solo sirvió una vez y nunca tuvo más relevancia en los afanes políticos y administrativos del Yucatán decimonónico y del siglo XX, este 2018 volvió por sus fueros para convertirse en parte de la vestimenta beisbolera de los Leones de Yucatán. Y las preguntas que me han rondado este día, son las mismas que se ha hecho don Manuel Azcorra: ¿conocen no solamente la historia de los Leones los dueños actuales de ese equipo, sino lo que significa la bandera yucateca? Al fin y al cabo, el lábaro no ha dicho mucho de un supuesto afán “independentista” de la Península.

 

 

 



[1] O impulsos o tendencias instintivas, según el DRAE.

[2] En el entendido de que la independencia formal se dio, no en 1810, sino en 1821.

[3] No cabe duda que mucha gente del centro del país radica en Mérida, y se prevé una mayor inmigración posterior a los sismos de 2017. En 2015, Yucatán, junto con Hidalgo, Nayarit y Nuevo León, fue de las entidades con una Tasa Neta de Migración (TNM) ascendente. El 8.6 por ciento de los yucatecos, en 2015 tenían su origen fuera del estado. Cfr. Prontuario de migración y movilidad interna 2015. CONAPO, 2017. Sobre la pérdida progresiva del “dialecto yucateco”, véase mi texto “Nativo de una patria imaginada: de los estereotipos y ‘dialectos yucatecos’”, en https://gilbertoavilezblog.wordpress.com/2016/07/24/nativo-de-una-patria-imaginada-de-los-estereotipos-y-dialectos-yucatecos/ 

[4] Es incuestionable el amor que Espejo sentía por su tierra primera. Véase esa soberbia declaración yucatenista del poeta, en “El orgullo de ser yucateco”, http://www.mayas.uady.mx/yucatan/yuc15.html  

[5] Jorge Figueroa Magaña. “El país como ningún otro. Un análisis empírico del regionalismo yucateco”. Estudios Sociológicos XXXI: 92, 2013.

[6] Fernando Vizcaíno Guerra. El Nacionalismo mexicano en los tiempos de la globalización y el multiculturalismo. UNAM, México, 2004.

[7] Véase mi texto “Polvo de aquellos lodos…o del fantasmagórico ‘quintanarroísmo’”. Noticaribe, 13 de octubre de 2016.

[8] Prontuario de migración y movilidad interna 2015. CONAPO, 2017.

[9] “En medio de la tormenta política, ondea de nuevo la ‘Bandera de Yucatán’”. Por Martín Morita y José Palacios. Proceso, 13 de enero de 2001.

martes, 22 de agosto de 2023

Poemas del Hondo andar

 






Versos a la muchacha de izquierda con cuitas de amor


¿Tan mal estuvo, camarada, ese jaleo amoroso?

No importa, al diablo con ello.

Ten por seguro que

vendrán otros vientos

y otras rutas marineras

que te lleven a puertos mejores

-una barca sin remos te aguarda-

olorosos a brea, a pan cazabe

y a balleneros con historias de tierra adentro

 dispuestos

a arrejuntar nubes de lluvia

por brindar contigo frente a todas las lunas sinceras de abril

No importan esos flacos amores que no van a la radicalidad de tu cintura:

eres, joven militante del alma,

como la muchacha ebria y como la tarde primera de todas las mañanas.

Una barca sin remos te aguarda,

esa barca no es la mía.

 

 

Una visión del Hondo

Cuando tomé el agua

milenaria del Hondo

en el Curvato

de mi mulata

dije que regresaría

un día para

revolverle los viejos

papeles al cronista del pueblo

Chetumal, la vieja Payo Obispo,

resultó ser solamente

una visión del Hondo.

 

 

Versos de aserrín para el priista de barrio bravo

 

Como repartidora profesional

de la calle de las caricias

con escuela de la abuela

y aguantadora experta

de regimientos y batallones completos.

"Putas: pilares de la noche vana", dijo el viejo poeta.

Entre el agua de curvato

y las cachazas del Hondo

se acuesta en el camastro húmedo

y es pasto enamorado

de la noche y sus logreros.

Ella no cantaba boleros.

 

 

A SERGIO WITZ, in memoriam

Cuando surgió

la polémica nacional

por el poema de Witz

desventrando ídolos nopaleros

Y sacando pedos al ejército

y a los constitucionalistas de librea,

un poeta verraco de Chetumal,

muy querido por el priismo acedo

de esas logias baratas

de curvato y sentina,

pontificó desde su chiquero en la Uqroo:

"Es de mal gusto escribir como Witz,

así no se escribe poesía,

La poesía es un arcano de Lezama Lima,

Es una travesía para cegar ángeles,

Un verso que se quiebra en efluvios, eso no es poesía".

Y así se pasó medio semestre,

 hociqueando el poeta chetumaleño 

contra esa poesía más viva, más de río, más de huevos.

Hoy sé, con plena certeza, Witz, 

que lo que no es poesía,

 es lo que aquel poeta institucional siempre ha escrito. 

Cagarrutas de mierda.

 

 

Carta del doctor Potronilo escrita desde el Mar Caribe  para un joven escritor de su pueblo

 

Haz de saber, querido muchachillo que te inicias en las cabalísticas artes de la escriturada bajo soldada, la leyenda tan mentada chetumaleña. Cuenta la vieja leyenda cronística de estos rumbos palustres de la patria marchita, que el único lugar donde los periodistas y los políticos del patio se respetan, bajan la guardia y hasta se dan amigablemente de "coyazos" como Caín y Abel, es en este viejo lugarejo donde Baco oficia sus mágicos trabajos larvatorios. Me refiero, por supuesto, a los periodistas críticos, porque los chayos no tienen respeto y sirven como alfombras y la hacen de focas aplaudidoras a la menor provocación.

También, apunta la leyenda, que aquí se come buena botana ultramarina: anchoas en salazón vikingo, tulip condimentado con pimienta fina de la india, cacahuates yanquis, que acompañan a las cervezas más muertas del trópico y que, si no le apuras bien al bebestible, pronto se vuelve en agua tibia de Curvato chetumaleño.

Dice igual la leyenda, que periodista o escritor de por estos rumbos peninsulares que se jacte de serlo y que no haya visitado tan emblemático lugar, ese no es más que un aprendiz de escribidor, un poetita lampiño que nunca ha salido de la crisálida de la UQRoo, un chapucero de la pluma desconocedor de la cadencia curvatera de esta lengua palustre y hondina.

Has de saber, mi querido y valiente muchachillo...

 

Sunyata

Si les gusta, ¡bien!

Si no, también.

Y si les vuelve a gustar,

allá ustedes con sus pitanzas.

Si no,

a chingar a su madre que esto no es un congal

sino la mamada del arte por el arte

de mandarlos a chingar

simplemente a su madre.


Calle de las Caricias 


La antigua y mítica Calle de las Caricias
donde las putas de todas las islas del Caribe
anticipaban su precio y aquilataban sus memorias.

 

 

domingo, 30 de julio de 2023

Teoría del mototaxi peninsular

 



(Texto publicado primeramente el 1 de septiembre de 2017)


En Xoquén, el pueblo en el centro del mundo, los abuelos hace tiempo habían predicho que “algún día llegará el Kopo’ Che’ áak’, y ese día que llegue, los humanos se volverán flojos para caminar”.[1] José Manuel Poot Cahum se imagina al Kopo’ Che’ áak’ como “ruedas que van avanzando y llevando carga”.  

-Ese día, asegura José Manuel, ha llegado: hemos pasado de las casi extintas carretas arrastradas por arrias de mulas, han venido las bicicletas, los triciclos, y ahora los mototaxis.

El Kopo’ Che’e aak’, primero como “tricitaxi”, y ahora como triciclos motorizados, en buena parte de la Península se ha convertido en una verdadera plaga, aunque, también, en un elemento que caracteriza el paisaje peninsular, como las albarradas, las iglesias coloniales, o las entradas pintorescas a los pueblos, franqueados por dos largas filas de flamboyanes haciéndole sombra a la carretera.

El vaticinio del abuelo de Xoquén es una realidad hoy en día: la “vida moderna”, que gira en torno al motor y el celular, nos ha vuelto flojos hasta para caminar dos cuadras, y nuestra pereza, relacionada con nuestra ingesta calórica de tristes sedentarios, ha disparado el sobrepeso, y con él la diabetes; y ha decretado el olvido de que, antes que sedentarios fuimos nómadas, y que en Mesoamérica, donde no existían animales de tiro, salvo las clases dirigentes, remolonas y dadas al vicio del confort como todas las clases dirigentes, la gente del pueblo caminaba distancias considerables. Yo he visto a abuelos de noventa años caminar a su milpa que queda a una legua del cabo del pueblo. José Manuel Poot Cahum me cuenta que tiene un tío político de 86 años. Todos los días, su tío viaja de José María Morelos, Quintana Roo, a Benito Juárez, pueblo de “Morelos”. Es un viaje de 9 kilómetros, y el abuelo lo hace en bicicleta, de esas antiguas bicicletas[2] que acostumbran montar los hombres de los pueblos yucatecos, y que seguramente fueron herencia de sus padres o abuelos cuando la primera ola de la novedad de las bicicletas llegó al Yucatán profundo a principios del siglo XX.[3] Podríamos decir que a estos hombres y mujeres del Mayab, de noventa años para arriba, el vaticinio del abuelo de Xoquén no les incumbe: ellos no son flojos, ellos saben que una de las características precisas que nos hizo pasar de la situación estática de primates estúpidos de los árboles, hacia la vereda de la evolución del cerebro humano, fue el caminar de una forma erguida, mirando el horizonte.

La vida sobre el suelo dio el impulso al cerebro y a la corteza cerebral del primate infrahumano, que había pespunteado desde su condición arborícola: hizo que las manos de los antiguos estúpidos peludos se liberaran de asir gajos y ramas, los motivó a manipular objetos, construyendo herramientas, el caminar erguido los hizo explorar espacios desconocidos, les mostró el hechizo de la luna y el canto de los astros; y esta exploración y creatividad, martillando el córtex, milenios o millones después los condujo “al enorme incremento del cerebro y de su capacidad intelectual en el hombre”.[4] La acumulación de cultura había comenzado.

Los hombres primeros de este último continente sin rastro de humanos, habían llegado a poblarla caminando en medio de filones de hielos, desiertos pequeños, bosques y selvas ubérrimas. Aunque no se descarta la hipótesis de antiquísimos argonautas del Pacífico llegando a lo que sería América en barcas míticas, las evidencias científicas conocidas hasta ahora, indican que hace como 40 0 75 mil años atrás, tribus de humanos modernos habían comenzado a llegar, caminando, siempre caminando, persiguiendo al mamut, al búfalo, al perezoso, al venado. Su entrada tuvo lugar por el Estrecho de Bering, Beringia, un puente terrestre de 90 kilómetros que se abrió porque las aguas habían bajado durante las glaciaciones, uniendo a Asia y América.[5] Tribus que formarían más tarde imperios estatales prehispánicos como el maya,[6] los aztecas, los chibchas y los peruanos, se fueron expandiendo por el continente, rodeando o atravesando las grandes cadenas montañosas, en busca de las mejores condiciones para la caza, la pesca y la recolección. 30 mil años de caminatas les llevó el llegar hasta la Patagonia.

Y de los grandes caminadores que hicieron posible el poblamiento entero de un continente, ¿cómo hemos venido a parar a la condición triste de que preferimos que nos lleven, en vez de caminar? Tal vez el problema tenga sus orígenes con la invención de la máquina de vapor, tal vez el origen se encuentre en el siglo XIX, pero lo cierto es que la historia del mototaxi no cuenta ni con 20 años de existencia a nivel global. Expliquemos brevemente lo que sabemos de él, tratando, en el trayecto, de elaborar una teoría del mototaxi.

Antes del mototaxi, estaba el tricitaxi, y mucho antes de este, la carreta. Es fama de que la carreta no transitaba en los pueblos, sino que iba de pueblo en pueblo. En los pueblos chicleros de mediados del siglo XX en la Península, la carreta transportaba mercancías hacia los hatos chicleros, trayendo marquetas de chicle, maderas y otros productos de la selva, incluso chicleros. Pero la gente, en los pueblos, prefería caminar: muy contada era la que tenía un caballo hace cincuenta, ochenta años, y cuando vinieron las bicicletas a principios del siglo XX, éstas se consideraron un producto suntuario que vino a sucederlo: al principio, las bicicletas fueron rápidamente tomadas como hobby por los “dzules” (blancos) de los pueblos,[7] luego el pueblo maya vería una magnífica oportunidad de cortar distancias con ella, haciendo de las bicicletas no una afición para perder el tiempo, sino una herramienta de trabajo para las faenas de la milpa. Pero lo normal era la caminata, toda la gente caminaba.

Si al principio fue el tricitaxi, ¿de cuántos años estamos hablando, en que la gente de la Península comenzó a dejar el saludable hábito de caminar? En los pueblos al norte de Campeche –Tenabo, Hecelchakán, Calkiní y Hopelchén-, se calcula que, tras la carreta, el primer triciclo que se adquirió fue en la década de 1940. Inicialmente transportaba familias, luego, con el correr del tiempo, se convirtió en un servicio de transporte. En Peto los tricitaxis comenzaron a laborar debido al despegue de la emigración petuleña en 1980, y el progresivo olvido del campo yucateco. En Playa del Carmen, este 2017 se cumplen 40 años de que los tricitaxis ofrecen sus servicios de transporte: en zonas aledañas del centro de Playa, en la Quintana Avenida, los tricitaxistas cargan equipaje y pasean a turistas.[8] Los tricitaxistas fueron el transporte “ecológico” durante la década de 1990 y la primera década del siglo XXI, era un atractivo curioso de los pueblos peninsulares, ayudaban a que las gentes se sustrajeran de los rayos del sol, refrescándose con el viento suave y observando el lento paisaje pasar. Actualmente quedan muy pocos de ellos en los pueblos: en menos de un lustro, el auge del mototaxi los ha orillado a su fin, pues la gente prefiere la rapidez de un mototaxi, en vez de la lenta seguridad del tricitaxi. Con el mototaxi, aunque escapas de los rayos del sol, la contaminación auditiva es brutal (y más cuando el mototaxista empotra bocinas y nos enjarreta sus malsanos gustos musicales, como la banda y el execrable reguetón), y uno no puede refrescarse tentando la rapidez con que las prisas de los mototaxistas devoran las esquinas. Con el mototaxi el paisaje fenece.[9]

Hablemos sobre unos tópicos interesantes de esta motorización del viejo triciclo. En primera, hay que decir que la mayor parte de los mototaxis yucatecos son “hechizos”, de fabricación artesanal. Frente al tricitaxi, movido por tracción humana,[10] donde se adaptaba un techo, tenía asiento de maderas, guardalodos en los francos y ahulado transparente en tiempos de lluvia; el mototaxi es un híbrido extraño, burdo, y que se asemeja a un alacrán. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española señala el linaje peruano de esta palabra, y lo define como una “motocicleta de tres ruedas y con techo, que se usa como medio de transporte popular para trechos cortos”. Pero en el monárquico RAE, no se encuentran los vocablos tricitaxista o tricicletero. En la enciclopedia virtual de esta era digital, Wikipedia, está la entrada “mototaxi”; de su lectura establecemos algo preciso que ocurre en la división capitalista del globo: el mototaxi en Europa cuenta con diez años. En Londres, en París y Madrid, su clientela se conforma por ejecutivos y mujeres de negocios, las motos son grandes y lujosas, existe plena protección al cliente (les otorgan casco, chaqueta y guantes) y están regulados por el Estado. Del otro lado del charco, en América Latina (la excepción tal vez sea el “cocotaxi” de la Cuba socialista), el mototaxi es el medio de transporte favorito de las clases populares. En Colombia, generalmente las personas desempleadas lo trabajan, la legislación colombina los considera ilegales. En la Ciudad de México son ilegales. Tengo imágenes de novelistas peruanos –pienso en Rocangliolo- donde el mototaxi pulula por la selva amazónica peruana: procedentes de la India hace cosa de 20 años, el mototaxi resultó el transporte ideal de los que no contaban con auto en las selvas peruanas. Dicen que, en Iquitos, “un mecánico curioso decidió a inicios de la década de los 80, combinar la parte delantera de una motocicleta estándar con un soporte para llevar pasajeros y cargas”: había nacido un ser extraño. La Honda compraría los derechos de invención al imaginario mecánico.

Presentes en casi toda la geografía de la América morena, los nombres varían: tuk tuk, mototaxi, cocotaxi, tricitaxi. Los vemos en Ecuador, El Salvador, Honduras, Guatemala y Nicaragua. En el edén tabasqueño, se conoce como “pochimovil”, y su bautizo proviene del pochitoque jahuactero, la tortuga emblema de Tabasco por ser parte de la rica gastronomía de esa región de ríos profundos.

¿Qué más podríamos decir? Aunque en Campeche está prohibido modificar las motocicletas para confeccionarlas como mototaxis, en Yucatán, después de una oleada de satanización del mototaxi, el clientelismo del priismo yucateco reformó el Reglamento de Transporte de ese estado el 26 de agosto de 2016, para incluir en su artículo 50 a los “vehículos de propulsión motriz, denominados mototaxis”, obligados a cumplir las medidas que un anterior artículo establece para los tricitaxis. En Quintana Roo, hasta ahora, en su Reglamento de Tránsito, en su articulado, no existe la palabra tricitaxi, menos mototaxi. Es decir, en Quintana Roo, estos transportes rurales se encuentran en una nebulosa, en una no existencia jurídica, aunque en las escalas locales, tácitamente se permiten, tanto por la ciudadanía que los ocupa, como por las autoridades que pactan acuerdos clientelares con los líderes.

Hemos dicho que en la Ciudad de México son ilegales: se calcula que existen más de 30 mil de estos vehículos, incluidos “golfitaxis” (carros de golf adaptados), “no aptos para transportar personas”. Recientemente, con el acribillamiento de Felipe de Jesús Pérez Luna, “El Ojos”, salió a relucir que, de sus innumerables negocios basados en la droga, era dueño de un emporio ilegal en Tláhuac: mil mototaxis le hacían obtener, a la semana, hasta medio millón de pesos, sirviéndoles como halcones y “tiradores”.[11]

Aunque en Yucatán se haya legislado en la materia (su fin, desde luego, tuvo que ver con el clientelismo político), podemos deducir la nula cultura vial de los mototaxistas –motociclistas incluido- que fácilmente comprobamos al recorrer pueblos como Peto, Tzucacab, Tekax, Oxkutzcab, etc., y esto se presenta mientras no existe una real regulación, control y sanción municipal de estos peligrosos vehículos. Una cosa curiosa hay que apuntar: en pueblos como Peto, se puede comprar en 4 mil o 7 mil pesos “concesiones” para mototaxi, y estas concesiones las compran los “riquillos de pueblo”, quienes contratan a “martillos”. Es un negocio redondo de líderes corruptos apegados al “partido”, a costa de la pobreza de la mayoría de la gente. En 2016, datos del Consejo Estatal de Prevención de Accidentes de Yucatán (Coepray), establecieron que los mototaxis y tricitaxis eran los vehículos de transporte público de pasajeros de más alto peligro en Yucatán: en 2015, 169 conductores tuvieron un accidente, 207 personas resultaron lesionadas, y siete perdieron la vida.

Preguntándole al padre del Quincunx metacrítico, Juan Castillo Cocom, lo que piensa de los mototaxis, me hizo la siguiente pregunta: ¿El maya camina o le gusta que lo lleven? Al parecer, le gusta que lo lleven. No sabemos bien a bien los orígenes de esta elección, pero el continuum folk mototaxilero puede establecerse así: tamemes-koche’-caballo-carreta-bicicleta-tricitaxi-mototaxi. Le gusta que lo lleven. Si en las selvas peruanas hubo un inventor, para Castillo Cocom, en Oxkutzcab, pueblo de migrantes internacionales, habría que buscar al padre del mototaxi: a uno de “Ox” se le ocurrió colocar un motor en un triciclo, sin duda tuvo sus problemas técnicos, soldar todo tipo de fierros para que quede. Cocom me habló que hay que fijarnos de los innumerables modelos “hechizos” de mototaxis, ninguno es idéntico. Contrario a la desaforada vida sexual de los antiguos tricitaxistas –su pedaleo constante los hacía cubrir maratones hamakasustrales-, quienes se han convertido en una especie en peligro,[12] los mototaxistas son hombres sedentarios y hasta con sobrepeso. Sin duda, Castillo Cocom indica que tanto el tricitaxi como el mototaxi –vehículos donde jamás la gente “bien” de los pueblos peninsulares, subiría-, “responde a una necesidad social y a la demanda del capitalismo”. Tanto los tricitaxistas de ayer, como los mototaxistas de hoy, son producto de una problemática mayor del abandono del campo por parte del Estado mexicano, son producto de la crisis de la milpa,[13] de las migraciones regionales o internacionales (hay dinero y la gente no quiere caminar): estos trabajos –desde luego, posibles de regular con una normatividad que no busque solamente clientelismos políticos- suplen la falta de empleo en zonas rurales, responden a los vacíos creados por un estado neoliberal que se repliega,  y a la poca atención del gobierno ante las necesidades de la gente.[14]

Sin duda, el Estado debería poner cierto orden en esta real problemática: para empezar, ¿por qué no suplir los peligrosos mototaxis hechizos por vehículos autotickshaw (los hindúes) o por “cocotaxis” cubanos?, ¿por qué no hacemos respetar los límites de velocidad en los pueblos?, ¿por qué no transparentamos y democratizamos los grupos y asociaciones de mototaxis?, ¿por qué no, buscando una buena imagen municipal, atractiva para el turismo, uniformamos a los mototaxistas? Y, para terminar, ¿por qué no hacemos respetar las leyes vigentes de vialidad para todos los vehículos motorizados?

 



[1] Esto es un relato de tradición oral, que le fue contado a José Manuel Poot Cahum, “El Príncipe Maya”, por un abuelo de Xoquén, Yucatán.

[2] Las marcas de estas “bicicletas mayas”, según el antropólogo Mario Collí, son de la marca Hero (indú), Oxford y, la más reciente, de la marca Mercurio. Entrevista con el investigador Mario Collí, José María Morelos, Quintana Roo, 29 de agosto de 2017.

[3] Entrevista con José Manuel Poot Cahum, José María Morelos, Quintana Roo, 29 de agosto de 2017.

[4] Harry L. Shapiro (1993). Hombre, cultura y sociedad. México: FCE, p. 16.

[5] Juan Brom (Colaboración de Dolores Duval H). (2013). Esbozo de historia de México. México: Editorial Grijalbo, pp. 31-32.

[6] En su clásico libro, Grandeza y decadencia de los mayas, Sir J. Eric S. Thompson rescata la idea de que el origen de los mayas sea de la región armenia. Resulta, dijo Thompson, atractiva la idea de que los mayas sean primos hermanos de los sumerios, esos también constructores de pirámides, creadores de la primera escritura (cuneiforme), auscultadores de los astros, y padres de la civilización mesopotámica.

[7] Tengo registros de la entrada de las bicicletas a los pueblos yucatecos, estudiando el caso de la Villa de Peto y el pueblo de Tzucacab.

[8] “Más de tres décadas ofreciendo servicio de transporte.  Los tricitaxis que operan en Playa del Carmen comenzaron a funcionar desde 1977. Novedades de Quintana Roo, 9 de junio de 2014. En http://sipse.com/novedades/tricicleteros-siguen-vigentes-en-playa-del-carmen-95493.html  

[9] Cfr., la descripción de viajar en tricitaxi, en el artículo “Viajando en tricitaxi”. http://yucatantoday.com/viajando-en-tricitaxi/

[10] Podría decir que el tricitaxi me recuerda mucho al antiguo Koche’. Descrito por John Lloyd Stephens en su memorable libro Viajes a Yucatán, y pintado por Bernard Lemercier siguiendo los trazos de Waldeck, el koche’ vino a reemplazar a los antiguos tamemes del inicio del periodo colonial. Con malos caminos en el siglo XIX y con cabalgaduras costosas, el koche’ fue un servicio personal consistente en el transporte de personas: era una especie de palanquín donde se colocaba una litera de la que pendía una hamaca donde se recostaba una persona, y cargada por mayas a los que se le denominaba koche’s. Pedro Bracamonte (1994). La memoria enclaustrada. Historia indígena de Yucatán, 1750-1915. México: CIESAS-INI, p. 80.

[12] Actualmente, quedan muy pocos tricitaxistas en Yucatán y en José María Morelos, Quintana Roo. Generalmente, los tricitaxistas son personas mayores, o que no cuentan con recursos (de 20 mil a 30 mil pesos) para ensamblar una moto a un triciclo.

[13] Muchos tricitaxistas de Peto, tienen su milpa o tienen oficios diversos como la albañilería.

[14] Entrevista con Juan Castillo Cocom, José María Morelos, Quintana Roo, 29 de agosto de 2017.

Los motivos de Raimundo Chi: "Solo la guerra purificaría todas las injusticias que los blancos han cometido contra nuestro pueblo"

Si Tzucacab fue el pueblo de la firma de aquel tratado, en Peto la cosa se recompuso. Días después de que el Cura Vela y Pat lo suscribieran...

El autor de este blog

El autor de este blog