sábado, 17 de diciembre de 2022

Alegrémonos el corazón, que el hijo del hombre ha encarnado en Belén





Escrito en varios momentos que van de 2012 a 2021:

El mundo cristiano celebra el nacimiento de Jesucristo, nacido en un establo (otros dicen que una cueva), en la humilde aldea de Belén. Su nacimiento vendría a cambiar la historia de la humanidad, y muchas de las enseñanzas del Cristo, sin duda que pasan por una muestra marxista de las mejores ideas para cambiar el destino de la humanidad sufriente, liberándolos.
Y no digo "feliz navidad" por respeto a los descreídos del dogma católico, por respeto a los paganos, y por respeto a los que hoy no tendrán ni paz, ni navidad, ni calor, ni nada: los solitarios, los pobres (de espíritu y de lo otro), los muertos, nuestros muertos, y la inmensa masa de desheredados, de los omitidos y explotados. Jesús, el comunista de Belén, fue uno de ellos, nacido en un mísero pesebre, el Papa Francisco nos lo recuerda. Y esta "raza de víboras" que ve estos días como día de juerga, comilona y borrachera colectiva, que lo haga, pero no en nombre del comunista de Belén...


500 años de cristianismo en América y Jesús está en todas las tribus del mundo. Él lo profetizó y lo mandó a sus primeros discípulos: vayan y prediquen la palabra, lleven solo una túnica y un cayado, aprenderán a hablar todas las lenguas del mundo y mi nombre será oído en lo más recóndito de la tierra. Es el Cristo comunista que dio su vida por los hombres y mujeres de buena voluntad y que enseñó a repartir el pan y los peces entre hermanos, y que prefirió a pecadores y a los pobres de la tierra, que a dechados de virtudes y usureros del hambre, esos sepulcros blanqueados donde ni cardos ni abrojos florecen. Se celebra el nacimiento del Salvador del mundo -la fecha puede estar a debate, pero el convencionalismo católico establece este día-, y aunque unos hablen de saturnalias o fiestas paganas de solsticio de invierno, este día es importante para los que creemos en los nuevos Evangelios, en las enseñanzas que dejó el niño que nos nació en Belén hace 2021 años y que se resumen en La regla de oro que se lee en un pasaje del Evangelio de Mateo:
"No deis lo santo a los perros, ni les echéis vuestras perlas a los cerdos; la pisotearán y luego se volverán para destrozaros. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten; en esto consiste la Ley y los profetas..."
Hoy es un día de regocijo, y aunque mi corazón este triste porque las alegrías de mi vida están ausentes físicamente -pero nunca en mi mente y corazón-, bendigo los días porque sé que hay esperanza para los hombres y mujeres de buena voluntad.

sábado, 3 de diciembre de 2022

Hablaban la lengua del desierto



Hace más de un lustro, platicando con mi amigo Alex Medina y mi maestro de secundaria Fernando Espinosa, surgió el tema recurrente del chicle y del paso de los "turcos" por el pueblo.
Alex, instintivo lector de historia cultural, me dijo que a él le gustaría leer, no historias pomposas o ceremoniosas, sino de la vida cotidiana del pueblo.
Por ejemplo, me contaba Alex la anécdota de las pláticas de tarde y noche de dos hijos del Líbano que se asentaron en el pueblo de Peto a principios del XX, y que, peripatéticos, daban vueltas alrededor de la plaza principal y platicaban sobre sus cosas y negocios.
¿Qué de portentoso tiene que dos libaneses, don Salin Memeri y su hermano, le den la vuelta a la plaza principal del pueblo? Nada, dice Alex, salvo que hablaban en su lengua milenaria del desierto, y eran oídos por el pueblo que, la mayoría, hablaba otra lengua no menos milenaria: el maya.
Recordemos que don Salin y su hermano llegaron oliendo el dinero, cuando el chicle había convertido en una Babel tropical al pueblo.

miércoles, 23 de noviembre de 2022

El padre del teatro en Chetumal: Álvaro Rivera Santín

 


El maestro Álvaro Rivera Santín, un chetumaleño de buena madera, un hombre de teatro con una profunda sensibilidad por las artes, dejó de existir este noviembre que termina. Yo aún estoy con la tristeza por no haberle hecho la entrevista de que hablamos alguna vez.

Rivera Santín, abogado de profesión de la UADY y con sensibilidad literaria, había hecho de sus frecuentes evocaciones familiares, de su abuelo que vino de luengas tierras europeas a radicarse en el viejo Payo Obispo, una manera para entender a su ciudad, la más enigmática de la Península, la más caribeña de México, aunque Álvaro nunca profesó ese sentimiento prelógico del nativista atrincherado: fue un peninsular en toda la universalidad que implica esa palabra. Fue, también, como tantos chetumaleños, un migrante hacia Mérida, la capital de la Península, donde abrevó de su rica tradición cultural.

Algo que siempre admiré de su prosa, fueron esas evocaciones de su ciudad comida por otra ciudad (de la vida cotidiana y de los pasajes olvidados), una ciudad crecida en la desembocadura mansa del Hondo, frente a una bahía tranquila que Rivera Santín recorrió casi a diario con sus perros. Porque era un canófilo consumado, un amante y un defensor de los perros en Chetumal.

Lector profundo, en su muro de Facebook está la relación que dejó Álvaro de su saga familiar, los Santín. Que yo sepa, tenía un manuscrito novelesco, o la intención de sentarse a escribir la novela de su tribu, costumbre literaria entre los descendientes del viejo Payo Obispo y sus pasajes magicorrealistas trufados de chicle, de contrabando, de migrantes, de selva y resplandores de una guerra que había sido la causa principal de que un pontón destartalado, un almirante y sus marinos encallaran, al finalizar el siglo XIX, en un recodo de la manigua que dejaba un claro del Hondo. 

Sus críticas al mal gobierno, a la estupidez consuetudinaria de los politicastros tropicales, las decía con suma fineza y economía de lenguaje. Es de recordar cuando se opuso a los malos manejos de una dirección del ITCH, tiranuela, corrupta y antidemocrática en tiempos de Borge Angulo. Una dirección del ITCH, que en tiempos del sátrapa Borge, instauró una “ley mordaza a los estudiantes a los que prohibió cualquier tipo de manifestación pública a través de mantas o protestas a favor de la acción global por Ayotzinapa”. Contra eso, el temple democrático y la ética del maestro Rivera Santín, fue una brújula en el camino de la democracia.

Porque Álvaro Rivera Santín, sibarita y gourmet (gastronómico y literario), de porte siempre elegante y que podía asemejar a un burgués conservador, nunca dejó de ser un militante comunista, un hombre de izquierda que tuvo la certeza de que la Revolución no podría obviar a la torrencial vastedad poética que había dado, en cinco siglos de sedimentación del castellano en estas tierras tropicales, la literatura latinoamericana. Fue así que, en sus años de estudiante, junto con Jorge Angulo, Oscar Sauri Bazán, entre otros, hicieron perfomance en Mérida, recitaron a Neruda, a Lorca, a Vallejo, a Miguel Hernández y tantos otros, en el festival Hispanoamérica canta.  Sus monólogos en el teatro meridano aún son recordados.

Álvaro fue de una generación de chetumaleños migrantes a Mérida o a México para hacer estudios de licenciatura. En Mérida, comenta Sauri Bazán, revolucionó el teatro y fue uno de sus pilares. Al regresar a su ciudad natal, Rivera Santín fue una bocanada de aire viva para un teatro en ciernes. Si de alguien podemos hablar como padre del teatro en Chetumal, es de Álvaro Rivera Santín. Descanse en paz, maestro.



lunes, 24 de octubre de 2022

Los finados en la Península de Yucatán: del “Comité Pro Cementerios” de Pacheco Cruz e hipótesis del origen del Janal Pixán

 

Fotografía:  "El profesor Diego Espinosa y la tumba que le fue sembrada en su escuela de X-Hazil". Circa 1930.


 

Nadie mejor que el maestro Claudio Lomnitz para hablarnos de la “invención” de la fiesta en torno a los días de muertos de estos días. En su voluminoso estudio sobre la Idea de la muerte en México, Lomnitz nos recuerda una postura que ha ganado adeptos entre los estudiosos de “los días de muertos”: la idea de que estos días tienen muy poco de elementos precolombinos o, “si los tienen, no son importantes y que, en el plano popular, es un festival católico que la gente siente profundamente, pero que su evolución más sobresaliente ha sido como una tradición inventada”.

Lomnitz recuerda las críticas que Monsiváis le hiciera a los ensayos de Paz sobre la muerte y los muertos que se encuentran en su ya clásico pero muy desfasado El laberinto de la soledad, y nos habla de un “totemismo de la muerte en México” originado a partir de la etapa posrevolucionaria (1940 en adelante); y a pesar de que a principios del siglo XXI se ha dado la pauta para una integración democrática de una sociedad mexicana en su mayoría urbana y abierta a nuevas ideas que contrarrestan el tradicionalismo revolucionario, y no obstante de la caída en desuso de los “mitos de la nacionalidad” inventados por intelectuales como Paz, Samuel Ramos y otros, que concebían una especie de fascinación del mexicano por la muerte, este “totemismo de la muerte” sólo se sostiene en un plano de la venta cultural turística (véase los “paseos de las ánimas” y los “concursos de altares” actuales). Vale la pena leer el capítulo del libro de Lomnitz, llamado “La muerte y la revolución mexicana”, para entender acerca de estos recursos que el Estado mexicano ha prodigado para utilizar a la muerte como algo consustancial en una idea autoritaria y cerrada de “lo mexicano”.

El concepto “invención de la tradición”, acuñado por Hobsbawn, le sirve a Lomnitz para entender estas nuevas recreaciones culturales de la tradición inventada por los aparatos del Estado. Recordemos que en un célebre estudio introductorio, Hobsbawn nos definió el concepto que Lomnitz utiliza para entender aquellas manifestaciones populares en torno a los “días de muertos”: “El término ‘tradición inventada’ se usa en un sentido amplio, pero no impreciso. Incluye tanto las ‘tradiciones’ realmente inventadas, construidas y formalmente instituidas, como aquellas que emergen de un modo difícil de investigar durante un periodo breve y mensurable, durante unos pocos años, y se establecen con gran rapidez”.

Entiendo que existe una tradición en torno a estos días que realizan las comunidades indígenas y no indígenas del país, pero mi crítica no se circunscribe a esas ideas –mezcla de elementos mayas y españoles-, sino a los inventos recientes efectuados por el Estado mexicano, o en su caso, el Estado regional en la Península mediante sus escuelas indigenistas, o que implícitamente redundan en el indigenismo clásico: la teatralización de estos días festivos que ocurren en la intimidad de los caseríos de la Península, y que se convierten en un exhibicionismo de las tradiciones inventadas y reinventadas. Es el caso de los concursos de altares, que en Yucatán comenzó, me comentan entendidos en la materia, a fines del siglo XX, en Mérida a través de los órganos de cultura del gobierno y que luego se puso en práctica en las escuelas de ese estado, para pasar posteriormente a la organización de ellos en los ayuntamientos de toda la Península. Existe hasta un catálogo de cómo hacer estos concursos de altares, escrito por un estudioso de estas “tradiciones” populares. Transcribo un documento al respecto:

 

“Desde la noche del 31 de Octubre, en los centros ceremoniales mayas y pueblos aledaños de influencia de las Santas Cruces (en Quintana Roo), por las noches inician los rezos para el recibimiento de los espíritus de niños ( santo piixaano’ob), se ofrendan atole de masa, tamales, café y galletas animalitos. Al día siguiente (1º de Noviembre), a partir de las 10:00 a.m., los pobladores inician de nuevo sus visitas en los centros ceremoniales para llevar alimentos: caldillo de huevo, frijol en caldo, huevo sancochado, pipián de pepita molida y tamales, se lleva al cabo la ofrenda, en dicho horario, todo el pueblo se concentra en el mismo recinto sagrado para que los rezadores mayas “ bajen a los espíritus” y ofrezcan los alimentos, dichos rezos estarán acompañados por la música maya ( maya paax). A nivel general se sabe en Quintana Roo, el 1º de Noviembre inician los Finados y está dedicado ése día a los Niños)” (El Janal Pixan -comida de espíritu- y sus simbolismos en la zona maya de las santas cruces en Quintana Roo. Por Mario Baltazar Collí. Direccion estatal de culturas populares del Instituto Quintanarroense de la Cultura).

 

Lo cierto es que las celebraciones o conmemoraciones de los “finados” en Yucatán se hacen mucho antes que estos rituales inventados por el Estado regional o sus tinterillos oficialistas inclinados a la folklorización ahistórica de un ritual que sólo ellos, y no el pueblo, practican. ¿Altar de tres niveles? Nunca lo he visto en los pueblos yucatecos y tampoco en los pueblos de Quintana Roo. Pero la folklorización se escora en la actualidad, principalmente, a la ingesta inmoderada de “píibes”, en estos días de finados. Lo comentó hace más de cuarenta años el reconocido folklorista meridano, René Irigoyen, quien, en su Esencia del folklor en Yucatán, nos habló de esa “amalgama” de tradiciones mayas con las católicas celebraciones con que podemos entender al Janal Pixán, “comida de las ánimas”: “Es tan vigorosa la fuerza de la costumbre [del Janal Pixán] que la población blanca practica el hábito limitándose al atrayente aspecto gastronómico”.

No voy a entrar aquí a describir o tratar de entender –sería una mentecatez de mi parte profundizar en pocas páginas este asunto tan complicado- las costumbres funerarias de los pueblos mayas actuales, aunque puedo remitir a los lectores al libro del sabio Santiago Domínguez Aké, llamado “Ciclo de vida en Muxupip”, donde este autor hace una pormenorizada relación etnohistórica y antropológica, del aspecto de la muerte en su pueblo, es decir, en casi todos los pueblos de la Península. Igual existe un libro importante para entender esta “idea de la muerte” que los intelectuales mayas han dejado, momentos antes de su partida, me refiero al poco conocido libro ¡Mi credo maya! Los enigmas de la vida después de la muerte (2016), del profesor oxkutzcabense, Gaspar Antonio Xiu Cachón. Existe toda una biblioteca escrita hasta ahora sobre la muerte entre los mayas actuales y pasados: Mario Humberto Ruz, Alberto Ruz Lhuillier, Elí Casanova Morales y su estudio sobre el “pa’muuk” rompe fuerzas, son algunos de los autores que han escrito sobre este tópico universal.

Las costumbres funerarias mayas igual han cambiado a lo largo del tiempo, aunque la prueba etnográfica diga lo contrario. ¿Quién en su sano juicio comerá unos panes de maíz o beberá un atole echo con el agua con que se ha lavado el cadáver del muerto? Conocedores de la teoría microbiana, rehuiríamos de esta práctica mortuoria que, por fortuna, se va diluyendo entre los pueblos mayas de Quintana Roo. En Muxupip, cuenta Santiago Domínguez Aké, se creía que el espíritu de las personas que mueren por accidente, homicidio o suicidio, no van al cielo, que son arrastrados al infierno por el demonio, porque no se les rezó en su momento final. Algunos creen todavía que el espíritu de los accidentados queda en el lugar de su deceso, y es por eso que vemos, a las veredas de las carreteras, pequeños nichos que nos recuerdan a los vivos que por ahí sucedió un accidente trágico. En Muxupip, como en muchos lugares de Yucatán, el velorio era una especie de tsikbal (diálogo) entre los viejos y los adultos platicando de temas de sus trabajos de la milpa y la vida cotidiana, donde se enseñaban cuentos y consejas a los niños cuando estos no jugaban sus juegos mayas como el ta’akin k’uul o el chuk ch’ol. Generalmente la baraja, las cartas y los dados recordaban en Muxupip los momentos de agonía de Jesucristo en el Gólgota, cuando los romanos echaron la suerte en esa tarde que dividió en dos la historia de la humanidad. Antes de cerrar el ataúd del muerto en el cementerio, en Muxupip es costumbre de que los deudos le besen la frente sin derramar una lágrima, para que el muerto no se dé cuenta que su partida fue dolorosa, y que pueda irse en paz. Estas costumbres son, incluso, digeribles para las mentes más occidentalizadas. Pero veamos qué fue lo que vio el etnógrafo Villa Rojas en sus estudios de campo de la década de 1930, en los pueblos del antiguo cacicazgo de Xcacal Guardia del otrora Territorio de Quintana Roo:

 

“Tratándose de adultos, el paso de la vida a la muerte resulta más difícil y delicado. Esto se debe a que siendo seres pecadores, el alma se resiste a dejar el cuerpo ante el temor de caer en poder de los demonios o ‘ladrones de almas’ (okol-pixán) que rondan siempre las casas de los agónicos. Para evitar el peligro se procura que junto al agonizante permanezca alguien rezando el ‘viático’, de modo que el alma quede así bajo la protección de Dios. En ocasiones, cuando la agonía se prolonga demasiado, resulta recomendable que alguno de la familia dé al moribundo, 12 azotes leves con objeto de aligerarlo de sus pecados y facilitarle así la salida del alma”.

 

Hipótesis del origen del Janal Pixán en Yucatán

 

Entre los pueblos mayas del centro de Quintana Roo, y hasta en varios pueblos yucatecos (esto es una cita de Irigoyen), no había cementerios hasta bien finalizado el siglo XIX. ¿En donde se enterraban? Para el caso del Territorio, los cementerios en los pueblos del cacicazgo de Xcacal no entraba en los planes de los habitantes hasta bien entrado el siglo XX. Cuenta Villa Rojas que después de 24 horas se procedía al entierro, y la fosa era abierta “en las inmediaciones de la casa o del oratorio familiar, disponiéndola de modo que quede orientada de este a oeste; el cadáver debe quedar en ella con la cabeza del lado poniente. Con él se ha de enterrar su ropa limpia, una jícara y un peine; además, si el cadáver es de mujer, se debe incluir aguja e hilo”.

Para Irigoyen, tal vez el origen del “Janal Pixán” se debió a esta “carencia de cementerios” en buena parte de los pueblos de la Península, que hasta antes de las reformas establecidas por el Estado juarista, la muerte era asunto de los camposantos y de los nichos de las iglesias. En efecto, en la iglesia de Peto existen muy pocos apellidos mayas en los muros de ella: hay apellidos Jibajas, Alonsos, Vázquez y otros en esos nichos, que generalmente eran de las élites no indígenas de aquella Villa. ¿En donde eran enterrados los mayas? Hasta bien entrado el siglo XX, la costumbre de enterrar a los mayas se hacía en sus propias casas por sus familiares. Tal vez de aquí partió la idea de que, en el día de Todos los santos y de los fieles difuntos, los mayas comenzaron a hacer sus “comidas de las ánimas” porque, teniendo cerca los despojos mortales del abuelo, el padre o la esposa, “podrían ofrendarles presentes alimenticios, frutos, flores y ceras”, y este hábito fraguado en la “tradición” de más de trescientos años de colonización, “se transformó en la costumbre generalizada de guisar precisamente en los días de difuntos los mucbilpollos y pibiluahes, exquisitas viandas de la gastronomía vernácula que consisten en redondos tamales o pasteles de masa de maíz,  rellenos de gallina, pollo y puerco, envueltos en hojas de plátano y condimentados con una salsa roja a base de tomate y achiote” (Renán Irigoyen, Esencia del folklore de Yucatán, pp. 34-35).

 

El comité “Pro Cementerios” estatuido por Santiago Pacheco Cruz

 

Los mayas que se rebelaron y recrearon su sociedad en la manigua oriental de la Península a partir de la segunda mitad del siglo XIX, llevaron consigo estas tradiciones de enterrar a sus muertos en sus casas. No había cementerios, los cementerios en los pueblos mayas yucatecos era algo casi desconocido hasta antes de 1847. En Tzucacab, por ejemplo, el cementerio actual de ese pueblo se estaba construyendo, “con elevados muros de pared”, apenas en 1881 (Serapio Baqueiro, visita oficial, La Razón del pueblo, 11 de abril de 1881). Esta “carencia de cementerios”, fue una de las más altas preocupaciones que llegó a tener el mayista Santiago Pacheco Cruz, quien en sus visitas a las comunidades del centro de Quintana Roo en tiempos en que el Territorio fue “desmembrado” en la década de 1930, se escandalizó por algunas prácticas curiosas de los descendientes de la Guerra de Castas. En su libro Usos, costumbres, religión y superstición de los mayas (1947) …, Pacheco apunta al respecto:

 

“[…] en todas las comunidades encontramos sepulturas en plazas, calles i casas; nos propusimos investigar por qué no utilizan panteones i en algunos nos informaron que porque experimentaba gran satisfacción en tener a sus deudos cerca i conservaban la impresión de vivir en familia”.

 

Pacheco Cruz también escuchó una anécdota curiosa. Se refiere a la creencia de que cuando un marido muere, se le debe enterrar junto a la puerta de su casa para que vigile a la viuda con el fin de que no cometa falta alguna que ofenda su memoria. Solo hasta un determinado momento, la mujer podrá nuevamente matrimoniarse. El entierro de los cruzoob se hacía “sin más abrigo i protección que la tela que lleva encima i no profundizan el cuerpo que queda casi a flor de piel; colocan después unas cuántas piedras a menara de barda alrededor de la sepultura” Un hecho sin duda que movió el escándalo moral del morigerado Pacheco Cruz, ocurrió en la comunidad de X-Hazil. Resulta que en X-Hazil se sepultó a una persona en el interior del local que servía de Escuela a cargo de un conocido maestro y comerciante radicado en Peto, Diego Espinosa. El local no sólo fungía de Escuela de la comunidad de X-Hazil, también era la habitación de Espinosa. Pacheco le preguntó al profesor sobre este hecho, y Espinosa le informó “que los vecinos aprovechando su ausencia por vacaciones cometieron la osadía de sepultar allí el cadáver del que fuera Jefe de la Tribu, que por su investidura lo consideraron digno de perpetuarse en aquel lugar i no en la calle”.

            Este hecho llevó a Santiago Pacheco Cruz a realizar una campaña extraña en plena selva quintanarroense: la campaña “pro cementerios”, “que algunos jefes de la tribu acogían bien i otros de mal talante i con amenazas si insistíamos en la propaganda”. Los mayas de Quintana Roo razonaban bien ante esta campaña de Pacheco. Argüían que si para poblar un lugar se necesitaba de habitantes, lo mismo ocurriría con los tan mentados cementerios que buscaba implantar el profesor yucateco en las tierras palustres del centro de Quintana Roo.

 

Los finados en los pueblos mayas de Quintana Roo en la actualidad

 

En un conversatorio en una materia sobre temas de derechos y cultura maya que doy en la universidad donde laboro, alumnos de diversas comunidades de Quintana Roo comentaron en clases la manera en cómo se celebran estos días de finados en sus pueblos. Con la anuencia de ellos, termino este artículo transcribiendo cinco breves textos que, considero, puede interesar a personas inclinadas hacia estos temas:

 

Los finados en Tepich, Quintana Roo

 

“Mi familia hace rezos para recibir a los muertos, por ejemplo, este sábado y domingo mi familia hará rezos para nuestros parientes ya muertos, harán comida en caldo, relleno, caldo de pollo, kool de pollo; y después de que termine el rezo la familia regala la comida y luego comemos. Mientras se realiza el rezo en un altar, el rezador lee la lista de los nombres de los parientes de la familia ya muertos y si la vela se quema parejo es que quiere decir que a los difuntos sí les agradó las ofrendas, que están contentos; y si no se queman parejo las velas, es porque ellos no están conformes o están tristes porque tal vez la familia que hizo el rezo no estaba unida o se pelearon. También se dice que si llevas mucho tiempo que no les haces ningún rezo, ellos te castigan por medio de enfermedades o disgustos familiares. Son dos rezos que se hacen: para recibirlos se hace comida en caldo, y para despedirlos se hacen pibitos, tamales.

 

Los finados en Uh-May, Quintana Roo

 

“Cuando llega la época del día de muertos, en mi casa se hace rezo, se prepara comida como ofrenda; en esos días se le pone un hilo rojo a los bebés, porque tenemos la creencia de que las ánimas se pueden llevar a los niños y por eso es frecuente que en estos días sufran accidentes los más pequeños; al ponerle un hilo rojo en la muñeca, se evita percance alguno a los infantes ya que se cree que el color rojo no es del agrado a los muertos porque para ellos, el rojo les recuerda el fuego del infierno”.

 

Los finados en Felipe Carrillo Puerto, Quintana Roo

 

Para el día de muertos mi madre hace rezos, pone una ofrenda en las mañanas en la mesa del santo: pone café, leche, pan, galletas y velas de colores si son para los niños, para los adultos pone velas negras. Por las noches se prenden las velas afuera de la casa para que las almas puedan ver su camino. Hay ofrendas para niños que consisten en comidas propias de ellos, y otro día para los adultos; por las mañanas se reza, y se ofrenda pan, galletas, café. Al medio día se hace rezo con comida que puede ser chilmole o relleno, se ponen doce platos de comida con doce partes de tortilla, doce jícaras con café y se prenden 18 velas negras. En la puerta de la casa se pone un plato de comida, mi madre dice que es para la muerte que guía a los pixanes, pero la comida de la muerte solo debe consistir en piezas de pollo, ya sea patas, piernas, alas, mollejas, así como una jícara de café y una vela. Dice mi madre que con esta comida, la muerte se entretiene y no entra a la casa donde los pixanes llegan, pues si la muerte entra a la casa, comería toda la comida y no daría paso a las ánimas para que estas comieran, la comida de la muerte afuera de la casa resulta entonces como una distracción.

 

Los finados en Señor, Quintana Roo

“Para días de finados, mis abuelos regularmente se reúnen con toda la familia para planear qué es lo que se va a hacer, cuánto aportará cada uno de los integrantes de la familia para las comidas de las ánimas. Mi familia realiza el altar (táss che’) donde ponen fotografías de los difuntos de la familia. También se acostumbra poner velas en los caminos, según esto para guiar a las ánimas hacia las ofrendas de celebración dedicadas a ellos. Ponen todo tipo de comidas que acostumbraba comer el ser querido, como el chak waj, el chilmole, el mole, el pibil nal, así como frutas, dulces de camote y de cacahuate. Igual se prende el incienso para alejar el mal viento”.

 

 

Los finados en X-Querol, Quintana Roo

 

“En mi casa, antes de llegar la fecha de finados, se acostumbra limpiar toda la casa y el solar. Se limpia el patio, las sillas, la ropa, las hamacas, el piso de la casa. Todo debe estar limpio esos días de finados. Para la llegada del 31 de octubre se deja prendida toda la noche una veladora afuera de las casas de la comunidad. Para esas fechas, mi madre hace un rezo con desayuno para los niños difuntos, sirve a la mesa pan, chocolate, hace una pequeña oración y todos desayunamos; para el día primero, que es de los adultos, mi madre cocina chilmole, pollo con verduras y lo ofrece en el altar. En casa de mis abuelos también realizan novenas a sus difuntos donde se invita a las personas de la comunidad a rezar, para los rezos mi abuela hace tamales colados o pan con chocolate para ofrecer a sus difuntos, hacen atole con pibil nal, dulce de calabaza, de nance. Existe la creencia de que en esas fechas uno no puede dormir muy de noche ni mucho menos ir de cacería o tardarse mucho en la milpa, ya que para esas fechas los difuntos visitan la tierra”.

 




 

 

 

 

 

 

jueves, 8 de septiembre de 2022

AFORISMOS PARA EL QUE HACE LA TESIS




Nota: Estos aforismos los escribí en el proceso de investigación y escritura de mi tesis doctoral. Tiene algunos guiños con lugares meridanos donde sopesaba el trabajo diario.


a) Todo sirve y todo debe ir para engordar la tesis.

b) No hay lectura inocente mientras escribes la tesis.

c) Discutirás de tu tema incluso bebiendo el cubetazo en el Heladios o con Cariño.

d) Serás un cazador de bibliografías, eso te abrirá un sin fin de puertas y veredas y atajos para la tesis.

e) Disfrútala, nadie escribe nada si no está dispuesto a disfrutarla.

f) Los documentos te llevan al camino, los documentos son el camino y ellos hacen buena parte de la tesis.

g) Visitarás las bibliotecas.

h) No descartes hacer etnografía.

i) Aprende a escribir, y se aprende a escribir escribiendo todos los días. No dejes que el muñón se duerma y oxide.

j) Lee literatura, sé culto porque tu única herramienta es la palabra: lee a los poetas y a los literatos, eso sirve para que tu imaginación no se seque con tanto aparato teórico.

k) El proyecto de investigación es lo de menos, no es la tesis.

l) ¿Te da miedo que tu lector no te entienda? Recuerda, tú eres el experto, no tu pinche director de tesis.

m) Cada capítulo es un tema con subtemas: conjunta textos que hablen de cada capítulo y subcapítulo y ponte a escribirlos.

jueves, 11 de agosto de 2022

Oficios perdidos: los porqueros de los pueblos

 


El cerdo pelón (birich kekeen), el "cochino indio" como acostumbran llamarle, no es para nada tal, originario de estas tierras, sino que, como tanta flora y fauna introducida en el siglo XVI, es descendiente directo del cerdo ibérico que vino con los barcos castellanos. Es el tataranieto del "cerdo de Castilla" que podemos leer en la Relaciones históricas de Yucatán. Su carne es magra, no está repleta de grasas, es exquisita y, por mucho, superior a las carnes de los cerdos "americanos". Hasta hace algunas pocas décadas, la gente de los pueblos yucatecos, menos colonizadas por las ideas de que los cerdos americanos son superiores, criaban en el traspatio a sus animalitos, y el cochinito era el banco más efectivo de los pobres: cuando el cochino ya está en sazón, listo para sacrificar por haber obtenido un peso específico, el dueño o la dueña hablaba al matarife de la colonia y pregonaba entre los vecinos que habría venta de carne para el sábado en la tarde y el domingo se vendería la infaltable chicharra, la higadilla y la morcilla (con sangre y sin tanta sangre, al gusto de los diversos paladares).

Yo fui porquero (criador de cerdos) durante buena parte de mi infancia y hasta la adolescencia (José Saramago, el enorme escritor portugués al que tanto admiro, también lo fue, allá en su aldea de -Azinhaga, criando, precisamente, a los cerdos que tenían sus abuelos) . Mi abuelo tenía unos chiqueros en un amplio terreno cercano a la casa, a veces cada chiquero llegaba a tener 15 o 20 cerdos. Levanté no sé si 30 o más camadas completas de cerditos que parián las lechonas. Ni un peso obtuve, pues era mi obligación ayudar a mi abuelo. Aprendí de él a ponerle el "piercing" en la nariz a los cochinitos, a caparlos con "filo" (no apto para puñeteros sensibles), y dejar a un próximo verraquito que supliera al viejo verraco. Los alimentábamos con los desperdicios de la tortillería de mi abuelo, con salvadillo y otros brebajes. A veces hasta frutas pasadas iban directo a las pilas. Cómo comían esos cerdos, devoraban todo, y después retozaban completamente bañaditos.

Algún día mandaré al diablo a la academia y sus infiernillos ridículos, para retomar ese primer oficio que me enseñó mi abuelo, el oficio de porquero, un oficio humilde, que, si se trabaja bien, da para comer y más.

 


martes, 9 de agosto de 2022

POEMAS DE AMOR Y DE COMBATE

 




No sé que hubiera sido de mí sin sus dones poéticos, tríada perfecta.

Amo a estos grandes poetas:

un guanajuatense de Silao,

un chilango de Mixcoac

y un veracruzano de Córdoba,

pero todos inmortales,

mis dioses tutelares

de esta flaca y macilenta

y a veces enamorada

poesía, de estos papeles viejos

que escribo cuando me da la mala gana de escribir,

poemas de amor y de combate.

domingo, 31 de julio de 2022

La Guerra de Castas en el Tzucacab de Casiano Horta



En 1881, en su visita a los pueblos del sur, el ameritado historiador primero de la Guerra de Castas, Serapio Baqueiro, escribió esta estampa de Tzucacab:


“Tzucacab más que un pueblo, es una trinchera frente al desierto; una garita en que los centinelas esperan anunciar de un momento á otro al enemigo, que no pocas veces se ha presentado allí, algunas en altas horas de la noche”.


Con estas palabras, Baqueiro se refería  a los temidos “cruzoob”, que en innumerables ocasiones visitaron los pueblos del sur, saqueando, incendiando y llevándose cautivos para los ranchos de sus jefes. Crecido en tierras feraces para la caña de azúcar, Tzucacab era un lugar despejado donde solo reinaban los pocos habitantes taciturnos, era un “pequeño pero airoso” pueblo que no había sucumbido a la larga guerra. Pero algo conmovía al escritor Baqueiro al rememorar esa guerra que aún no había acabado:

“Nos conmovía ver a los habitantes, bizarros y resignados, no solo viviendo de su trabajo con los útiles en una mano y el fusil en la otra para defenderse, sino mejorando en lo posible su reducida localidad. Son los pocos vecinos de Tzucacab, los guardadores de la civilización y sus monumentos, en aquel desierto en que casi se hallan olvidados”.


Un nombre de un viejo soldado vino a la mente del historiador meridano: Si Tzucacab no había sucumbido a la “Guerra de bárbaros”, se debía solamente a un guerrero de las fronteras, el capitán Casiano Horta, el dueño de la finca Nevá, productora de maíz y caña para esos años. De este antiguo capitán de guardia nacional, Baqueiro refería que se trataba de “un verdadero padre del pueblo, que así ha sido su defensor y salvador cuantas veces los bárbaros lo han invadido, como el fundador y protector de todas esas mejoras”. Casiano Horta, junto con Tomás Horta su hermano, serían los representantes de la jefatura política de Peto en ese pueblo de Tzucacab. 

De hecho, Casiano Horta fue uno de aquellos soldados de la primera época de la Guerra de Castas que no solo se afincarían en la región, sino que eran hijos legítimos del pueblo aunque Horta fuera descendiente de uno de esos tantos canarios que llegaron a Yucatán. El 25 de noviembre de 1852, el jefe político de Peto remitiría al secretario general del Gobierno un informe del juez de Tzucacab donde este señalaría el ataque que los rebeldes hicieran en gran número por los camino de la hacienda Thul y luego hacia Kakalná. Una vez que los rebeldes evacuaran la zona, una fuerza sedentaria encabezada “por el teniente don Casiano Orta se exploró el campo”. 

Tal vez este teniente “Casiano Orta” que luego obtendría el grado de capitán,  fue uno de los hijos de don Juan Orta, canario natural de Tenerife, España, que en 1844 era uno de los pocos extranjeros que se encontraban en la región de Peto momentos antes de la guerra de 1847. Juan Orta, en 1844, con 66 años, viudo y con parentela, labraba las tierras de Chacsinkín. Desde 1814 había ingresado a la Península cuando todavía forma parte de la corona española. Cuando llegó la Guerra de Castas, su hijo, Casiano Horta, combatió con denuedo en esta región defendiendo con las armas la tierra que adoptó a su padre. 


"La región de frontera de la segunda mitad del siglo XIX. Algunos pueblos sucumbieron, otros fueron presa de los ataques cruzoob, otros más se defendieron como Tzucacab y Peto".


Los hechos de armas de don Casiano Horta están más que comprobados, defendiendo a Tzucacab de los ataques rebeldes. El 31 de julio de 1860, a las 9 de la noche, salvando las líneas de bombas que circuían al pueblo para su defensa, los rebeldes de Chan Santa Cruz habían entrado a paso silencioso a Tzucacab. Tzucacab, sin cuartel que lo defienda como a Peto, era guarnecido por apenas cinco elementos de Guardia Nacional al mando del pundonoroso Casiano Horta. Entraron al pueblo sureño “en considerable número”, y de inmediato la noche fue rasgada por los disparos de los budbitzones de los rebeldes atacando a la esmirriada tropa de Horta. Estos últimos contestaron, pero al verse envueltos por el gentío de atacantes, Horta dispuso hacer fuego en retirada, escoltando a las familias que procuraban ponerse a salvo. Catorce muertos dejaría el ataque a Tzucacab (13 de Tzucacab, y sólo un rebelde), así como cuatro heridos; y duraría siete horas la estancia de los rebeldes saqueando al pueblo de forma completa, “habiendo quedado los habitantes de este punto en la mayor indigencia”, y tal vez con una nueva matanza de no haber sido por esa defensa de esos cinco valientes a las órdenes de Horta.

Tzucacab, con ese ataque que sufrió a manos de los rebeldes, casi fue despoblada. Se tenía que hacer algo, y pronto, para que la gente que quedaba, no decidiera migrar a lugares más seguros. En 1863, como Comisario municipal, don Casiano puso manos a la obra al construir una “máquina noria”, al reparar los andenes, hacer pilas y ponerle una reja de madera al pozo público, así como enrejar igual el cementerio. La comisaría municipal de Tzucacab manifestaba que el presupuesto de 77 pesos de ese año, “se tomaría del producido de los arrendamientos de las labranzas que se hace en los egidos, con previo permiso y aprobación del superior gobierno”. 

La descendencia de don Juan Orta llegaría en tiempos de la Revolución en Yucatán, pues el nieto, del mismo nombre que Casiano, estaba metido en los asuntos políticos de Tzucacab, siendo impulsor del socialismo yucateco. Horta estuvo en el poder en las presidencias socialistas de 1918, de 1919 y de 1922. Cuando cae Carrillo Puerto en diciembre de 1923, en Tzucacab corrió el rumor de que el “socialista” Horta, junto con sus compañeros Eduardo Cardós y Ceferino Solís, se encontraban a las afueras del pueblo soliviantando “a sus conocidos” para que asaltaran la presidencia municipal al grito de ¡Viva Carrillo Puerto!, pero la intentona “contragolpista” no se consumió.


lunes, 16 de mayo de 2022

Filiberto Chi Ucán: el custodio de "San Is" de mi pueblo

Gremio de labradores entrando a la iglesia de la Villa de Peto. Año sin precisar (circa, 1995). Fotografía proporciada por Filiberto Chi Ucán, diciembre de 2013.


Voy en la mañana a entrevistar a Filiberto Chi Ucán, el custodio de San Isidro Labrador (o "San Is") para 2014, y me entero que no hay uno, sino dos santos: dos señores del monte que hacen crecer las milpas, jilotearlas, y que cuidan al milpero cuando éste hace sus faenas en el monte. El santo a que pertenece el gremio de Filiberto, me diría don Pablo, vino de Vigía Chico hace muchos ayeres, y el otro santo de otro gremio, vino de la lejana Colombia. El hombre, Filiberto, me pasa a su casa humilde (no “humilde casa”, es casa de hombres sencillos y justos, don Filberto Chi es milpero, albañil y tricicletero), le digo qué es lo que pretendo, saber un poco de los gremios, platicamos, le inundo de preguntas, me responde pausado, hablamos de otros gremios ya extintos, sale al acecho la memoria de un bisabuelo suyo que fue del "partido liberal" y que estuvo saqueando los ranchos de los socialistas y se confunde esta parte de violencia política de los primeros años revolucionarios, con los recuerdos de la guerra de castas.

Decido pasar nuevamente a lo de San Is, señalarle que qué bien se le ve a San Is su perrito de barro, y Filiberto me cuenta algo de las tres cruces de Dzonotchel, que eran de su abuela, que son las auténticas, o unas primas de las otras cruces de Dzonotchel que están en una capillita cercana a su casa. Nuevamente, le atosigo con las preguntas al pahautun de San Is, la forma como se organizan los pocos integrantes del gremio, sus fiestas de mayo (el 15 de ese mes es el santo del santito, y por lo tanto, hay vaquería y hay tronadera de voladores y uno, estando entre los enfiestados campesinos del pueblo, se prende con tragos de más y hasta saca a bailar a la más caderona de las mesticitas al son del 3x4 o del chinito koy koy), sus “vigilancias de velas” –o kanan ki-, que son unos bailes que se hacen en los rumbos del pueblo a fines de año y a los que acuden, gustosos, el pueblo llano, los “subalternos” de por estos rumbos.

Vaquería en honor a San Isidro Labrador, Peto, Yucatán. Fotografía de Gilberto Avilez Tax. Mayo de 2013.


Filberto me habla del gremio en resistencia de San Is, me dice que varios gremios, con el correr del tiempo, han ido desapareciendo, y habla del gremio de chicleros. Le pregunto si los chicleros tenían a un santo especial a quien encomendarse, y que no, que no tenían, pero que ellos participaban en las fiestas a San Is rogándole para que les diera abundante lluvia en “La Montaña chiclera” para que así los zapotales rindieran más en la picada. Filiberto me dice que el 2 de enero era el día de la entrada a la Iglesia del gremio de los chicleros, que el vistoso estandarte que entraba ese día tenía, bordado “con hilos de oro”, el dibujo de un frondoso y enorme árbol de zapote con el tronco cortado en cruces por las picadas del chiclero. Era una cosa que habría que ver, “no nomás contártelo”, pues esa noche, en el Sindicato Chiclero, el chiclero no paraba de bailar en el kanan kí y, desde luego, no paraba de libar botella tras botella de guaro o lo que haya al alcance de su mano. Era otra cosa esa fiesta cuando los chicleros andaban por estos rumbos alejados de Dios.

De un ropero desportillado y con el azogue del espejo casi extinto, Filberto extrae un álbum de fotos y me muestra algunas imágenes de años atrás cuando San Is visitó por primera vez su casa (porque habría que decir, que San Is es un santo, no de la iglesia aunque entra a la iglesia para diciembre, sino el santo trashumante de los milperos del pueblo, el que visita a cada rumbo del pueblo, como un vigilante del pueblo). Filberto, más joven y fuerte, aparece en la fotografía a un lado de San Is, y al otro, su esposa Aurelia, vestida con el huipil. Yo le digo que si es efectivo don Is, y él contesta que con el cambio climático, hace lo que puede, pero que sí, sí ayuda, no tan abundante como la cosecha que hacía su padre antes de la entrada de “los fertilizantes” en los años 1960-1970, pero que a veces la cosecha sí da para el atolito y los pibes, pero uno no puede vivir nomás del monte, tiene que tricicletear e ir a la obra, a Cancún o Mérida o en el pueblo si hay la ocasión. Me despido de San Is, con la promesa de entrar algún día a este gremio, y Filiberto y yo nos dirigimos a ver a don Pablo, un chiclero que me contaría nuevas historias del pueblo.

 


Nota: Texto escrito primeramente el 23 de diciembre de 2013.


domingo, 15 de mayo de 2022

No dejes de tocar esas latas


Cuando había eclipse de luna, mi madre siempre me obligaba a tocar latas para espantar a los demonios que querían comer a la luna. Yo salía de mi duermevela envalentonado, dispuesto a no dejar de hacer lo que mi madre me ordenaba. Estoy convencido que sin esos conciertos destemplados que realicé en la infancia, la luna no estaría ahora con nosotros. Ahora he prendido dos voladores para espantar a los demonios, y ando vigilando de cerca a la luna con mi potente telescopio. Estoy con usted, señora luna; dígame si armo un escándalo, señora luna.

Reconocen la amplia trayectoria docente y humanística del Dr. Carlos Pérez y Pérez

 


El gran Doctor Carlos Pérez y Pérez, orgullo de los mentores yucatecos, hoy fue reconocido en Yucatán por su incansable labor al frente de las aulas.

Agradezco siempre haberlo conocido y que fuera mi jefe en la UNO y me diera la confianza de trabajar por vez primera en la docencia universitaria, siendo el Dr. Pérez el Director Académico de dicha institución, y yo profesor de esa universidad del oriente de Yucatán.

Genio y figura, durante casi un año convivimos, platicamos, pensamos y analizamos la educación yucatanense, disertamos sobre libros e historia, y creo que la admiración fue mutua.




El día de hoy, con motivo del Día del Maestro, los diputados de la LXIII Legislatura del Congreso yucateco hicieron una merecidísima entrega del reconocimiento “A la Excelencia Docente del Estado de Yucatán” al Dr. Carlos Alberto Pérez y Pérez por sus más de 30 años al servicio, desempañándose como docente y director en diversos planteles escolares.

jueves, 3 de febrero de 2022

El primero en levantarse en armas fue Gabriel Tepepa



El primero en levantarse en contra del gobierno porfiriano fue Gabriel Tepepa, "un viejo cabrón de Tlaquiltenango", quien en su juventud luchó en contra de los franceses en la famosa batalla del cinco de mayo, y también participó en 1877 en las filas de Porfirio Díaz cuando la Revolución de Tuxtepec. En 1911, fiel al llamado de su pueblo, el viejo abuelo, con todos los años a cuestas, se puso nuevamente la adarga, veló armas y, como un Quijote frisando siete décadas de vida digna y revolucionaria, se fue a la guerra comandando de nuevo a jóvenes labriegos de su pueblo que fácilmente pudieron haber sido sus nietos. Era el General Don Gabriel, "el impaciente que encendió la mecha" de la revolución en el sur (la frase entrecomillada es de su biógrafo, el maestro Agur Arredondo Torres, nativo de Tlaquiltenango) se levantó en armas el siete de febrero de 1911, y este año 2022 se cumplen 111 años de aquel grito que antecedió por un breve tiempo al Grito de Zapata proferido en el kiosco de la Villa de Ayala, donde el profesor Otilio Montaño resumió toda la lucha que vendría luego para los pueblos surianos: "¡Abajo haciendas y arriba los pueblos!".




Tepepa contaba con 70 años al tomar nuevamente las armas y acaudillar a su pueblo, y luego sería pieza fundamental en los primeros meses de lucha de los pueblos surianos. Tepepa dio el primer empujón, prendió la primera chispa que pronto sería una enorme candela, un fuego abrasador alumbrando a los pueblos del sur. López González (1980) informa de la intrepidez y la reciedumbre de un hombre que había sido testigo de cargo del despojo agrario a los pueblos durante la segunda mitad del siglo XIX y la primera década del XX:
"Tepepa, a pesar de su edad, se movilizaba de un lugar a otro cumpliendo las órdenes de Zapata. El 5 de abril de 1911 fue sorprendido por tropas federales en Amayuca, pero reaccionó con tal bravura, que las derrotó y las obligó a replegarse hasta Jonacatepec, atacando a esta población durante varias horas. Días más tarde, el general Zapata comisionó a Tepepa para que se trasladara a Huamuxtitlán, en el Estado de Guerrero, acompañado del joven estudiante Juan Andrew Almazán, para activar la revolución en esa zona".
La muerte de Tepepa, su asesinato cobarde, fue realizada por el traidor Ambrosio Figueroa, el 6 de mayo de 1911, en una emboscada fingida como un convite. Así pagaban los maderistas el patriotismo de Tepepa.








Datos tomados en Y Emiliano sigue cabalgando. La Cartonera, Cuernavaca, Morelos, México, 2013. Victor Hugo Sánchez Reséndiz , y texto y fotos del libro Los compañeros de Zapata. Ediciones Gobierno del Estado Libre y Soberano de Morelos. Valentín López González. 1980.

Los motivos de Raimundo Chi: "Solo la guerra purificaría todas las injusticias que los blancos han cometido contra nuestro pueblo"

Si Tzucacab fue el pueblo de la firma de aquel tratado, en Peto la cosa se recompuso. Días después de que el Cura Vela y Pat lo suscribieran...

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