viernes, 27 de noviembre de 2020

POEMA A LA ZONA LIBRE DE CHETUMAL





Quincallas, ultramarinos,
quesos de importación,
rones medio finos y whiskys de la pérfida Albión,
turrones londinenses,
mantequillas y galletas danesas,
queso "nordic" de lata azul
que fungía siempre de cajón provisional
para la Singer de mi madre,
el Chetumal de antaño,
el de buena madera
y buenos productos de otras tierras,
de cuando no se había firmado el NAFTA
y México no había abierto sus puertas al mundo,
vive y espera.

En esos tiempos de fines de la guerra fría
y de los últimos estertores de la chiclería,
la bonanza comercial había transmutado al curvato
en un cuerno ebúrneo de la abundancia.
Surgieron entonces los "chetumalitos" en Mérida y otros pueblos
y se disparó el realismo mágico de las laterías
que permitían sentirnos menos pueblerinos
y más viajeros trotamundos.
Fue cuando el curvato, hoy tan triste y desolado,
dio muestras de riquezas desaforadas,
y en pueblos como Dziuché o el Km 80,
habían malparido a los barones de la fayuca
debido a las ganancias que traía el ser considerado
el estado como Zona Libre a todas las baratijas
más allá de las fronteras políticas,
remedios curalotodo y productos del extranjero
que se podían obtener arribando a las entrañas del Curvato,
en la casa de los turcos como el Baroudi
y otros hombres y mujeres del desierto.
Es la nostalgia del ayer que regresa.

domingo, 15 de noviembre de 2020

¡A la mierda mi curvatidad!: aproximaciones a un fenómeno identitario que sucede en Chetumal



En un video reciente que vi sobre la grilla del patio quintanarroense, un energúmeno empresario meridano avecindado en Playa del Carmen, dijo una sarta de incoherencias y lanzó dentelladas sulfurosas contra los chetumaleños. Muchos lo están disculpando, porque señalan que solo se los dijo a los “chayotes” locales. Eso es mentira, se lo dijo a todos los chetumaleños sin distinción: agachados, sin pantalones; en una palabra, deshuevados porque "no defienden lo suyo". Y todo esto lo dijo frente a un cantantillo de esos rumbos curvateros. La filípica fue tan indignante, que mis machacados, mis marquesitas y mi perro caliente del parque del Queso se acedaron del coraje. 

Esto me ha dado pie a recordar un fenómeno que sucede mucho en Chetumal entre algunos de esa especie que fueron descendientes de burócratas y que no se sienten parte del trópico a pesar de vivir en una hermosa y pequeña ciudad desde hace más de cinco generaciones. “El chetumaleño -dije hace unos años-, no quiere a su ciudad, eso es obvio para todos”.  
Pues sucede que, en Chetumal, los que más odian su ciudad y a sus gentes, son los chetumaleños, los de clase media que desean ser de la aristocracia hamaquera, y mientras menos tengan que ver con la región, mucho mejor: no desean utilizar en su léxico vocablos en maya que delaten su regionalismo, y hasta prefieren más la barbacoa en vez de la cochinita y cuando hace un poco de frío sacan su atuendo “de cuando van a la ciudad” (no Mérida, por supuesto, Cdmx solamente). Esta hipótesis la vengo sosteniendo desde mis tiempos en que vivía ahí: el chetumaleño, el descendiente de familias de la burocracia que llegaron de otras partes fuera de la península (no los descendientes de los colonos, aclaro), es demasiado amante de lo externo; siente un miedo profundo, como si la Guerra de Castas no hubiera terminado, por los pueblos “semi bárbaros” (según ellos) de tierra adentro, y consideran que todo lo de afuera de la Península es mejor que sus ubérrimas selvas chicleras, lajas y pantanales, quieren ser chilangos del trópico a lo huevo cuando eso no es la gran cosa, sino un signo evidente de baja autoestima provinciana, de no querer, aceptar y defender su ciudad crecida entre manglares. Esto se trata, digamos, de un nativismo al revés. Y vaya que esto es extraño, porque las muestras mejores de nativismo recalcitrante provienen de Chetumal.
Podríamos decir que, en Chetumal, la identidad, las costumbres y el sentimiento nativista es un constructo meramente literario de nostálgicos trasnochados, porque en la práctica esto no se da: todos desean olvidar su tropicalidad, todos desean el frío de la gran ciudad en su pequeña y calurosa ciudad. ¡Y a la mierda mi curvatidad!

Los motivos de Raimundo Chi: "Solo la guerra purificaría todas las injusticias que los blancos han cometido contra nuestro pueblo"

Si Tzucacab fue el pueblo de la firma de aquel tratado, en Peto la cosa se recompuso. Días después de que el Cura Vela y Pat lo suscribieran...

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