domingo, 19 de mayo de 2019

DE CÓMO LA ACADEMIA FIFÍ EN YUCATÁN LLEGÓ AL PUNTO DE NO RETORNO





Ver a Luis Ramírez Carrillo, representante genuino del ultraconservadurismo yucateco, a Dulce María Sauri, representante del salinato en Yucatán, al ex cacique de Peto Rubén Calderón Cecilio, ejemplo vivo del periodo Pri-cámbrico en Yucatán, y a otro extraviado seguidor del radicalismo teológico revolucionario, juntos contra el Tren Maya; me dan elementos más que suficientes para estar a favor y defender, contra viento y marea, al Tren Maya.
¿No les resulta a ustedes, patéticamente inquietante, que todas las fuerzas que han sido, de algún modo, gobierno en Yucatán, se unan y acepten entre sus “colegas” a los ambientalistas, a los de la “indianidad rebelde”, a los “ecológicos”, a los que su única consigna es estar en contra del gobierno amloísta, legal y democráticamente constituido desde el 2 de julio de 2018?
Ramírez Carrillo, el macho sexista que habló de las caderas de una ex gobernadora (la cual tampoco es santa de mi devoción) con sumo desparpajo, que promueve una especie de racismo evolucionista interpretativo de la historia yucateca, presentada como un estudio de los turcos en la Península, el muy clasista se ha escorado, como intelectual pasquinero al que nadie le hace caso más que por algunos tesistas somnolientos a los cuales obligan a leer sus aburridos trabajos, contra una presidencia de izquierda, la primera en casi 8 décadas. Resulta hasta bochornoso que este escritor que la hace hasta de poeta barroco, al intentar atacar con pullas cultas a Andrés Manuel, saca a relucir su clasismo de dzul de pueblo: “Alguien no le regaló un juguete cuando era niño y ahora quiere jugar con el Sureste”.
Con un análisis manido de sociología barriobajera colmeca, el macho blanco del CIR Sociales, al final asienta el dato pero no la interpretación necesaria y la respuesta de cómo la situación neocolonial de una modernidad excluyente se ha presentado entre la población del sureste desde tiempos antes de la “Marcha al mar”:

“Estamos en una zona de pobreza. En Yucatán el 46% de la población son pobres oficiales y hay un 32% con altas vulnerabilidades. En promedio, en toda la Península estamos en un 45% de pobreza. Si le sumamos Chiapas la situación es peor, porque allí siete de cada diez personas son pobres. Y así, en una zona de pobreza, donde hay prioridades, lo único que se le ocurre a un gobierno de izquierda es un tren”.


El discurso que atañe a la pobreza tiene que ser respondido apelando a cómo le hicieron los políticos como Sauri Riancho, Calderón Cecilio, Fernando Romero Ayuso, que era el público selecto del macho sociólogo; para combatir con más educación, capacitación y trabajo en el campo, a la lancinante y categóricamente colonial pobreza de la Península, pobreza gestada por tantos capitalismos extractivos y excluyentes al día siguiente de la conquista de Yucatán, incluido el turismo a costa del “mundo maya” y su naturaleza exótica.
Es mentira, por supuesto, y está de más debatir con estos pasquineros presentados como sumos académicos expertos en construir tabiques infumables, que el gobierno de AMLO reduzca el desarrollo del sureste a un tren transpeninsular, y el macho sociólogo no habla de la participación del sector privado en ello, y sigue enquistado en la idea de desaparecer las vías férreas a las cuales tenemos que dar gracias de su construcción al primer desarrollista de este país: don Porfirio.
El libelo, los datos cuchareados, las mentiras barajadas con una lengua “académica”, con un discurso en apariencia terso de este sociólogo del conservadurismo yucateco, lo pintan a la perfección como un sicofante escorado a la defensa de su azulina interpretación del pasado y el presente.
De Ramírez Carrillo sólo he leído dos trabajos suyos que refrendan mi convicción de no volverlo a leer: sus bodrios aburridos sobre los “turcos”, al cual tal vez pertenece el susodicho a ese reducido segmento del rico y variado mundo peninsular. ¿Es válido decir que el espíritu de empresa y la cultura del trabajo que caracteriza a esos antiguos “baisanos Jaliles”, les dan el crédito completo como para arrogarse la figura colonial de nuevos conquistadores y neo encomenderos de Yucatán?, ¿acaso el kibi puede competir, medianamente, con los panuchos y los salbutes?, ¿qué elementos lingüísticos y culturales del “núcleo duro” civilizatorio maya han sido modificados desde la llegada del primer sirio-libanés a Yucatán a fines del XIX?
Termino mi alocución, escribiendo contra una forma, la peor de las formas, de hacer ciencia en Yucatán: nadie se engañe, estamos ante una academia fifí que se las trae de doctas pero que en realidad escribe parapetada en sus dogmas conservadores. Luis Ramírez Carrillo es un conocido planfletista de la derecha yucateca, así hay que presentarlo. Sus bravuconerías de macho de pueblo hay que entenderlas desde su rancia y clasista posición conservadora.
Esa academia fifí es la que apoyó desde su academia de élite y para las élites, a las políticas de desventramiento del campo, de incoar reformas estructurales neoliberales, de "modernizar" a este país. Esos nunca dijeron nada cuando los gobiernos del Prian descoyuntaban y efectuaban sus "modernidades", al contrario, fueron los primeros en alabar, colaborar desde su clasista academia, con los desgobiernos neoliberales: armaron la teoría de por qué era conveniente "modernizarlo" todo. Ahora, esos Ramírez Carrillo, entre otros del CIR y hasta de un conocido centro del Parque Científico de Yucatán, con sus galones de academia fifí y sus premios Banamex y sus SNI II y hasta III, creen que tienen elementos para darnos cátedra de buen gobierno y hasta de cómo solucionar los asuntos más importantes para el país. Es una academia fifí dueña de un arsenal de legajos sobre legajos de todos los archivos de la colonialidad explotadora, de conocimientos abstrusos del “mundo maya”, pero que no sirve a nadie más que a sus egos personalistas, una academia fifí que no “sabe” nada de lo que a todos principalmente le importa (Wallerstein, citado por Aubry). Para esta academia fifí, lo importante es el estatus para el SNI y el escribir otro tabique que nadie, salvo otro académico fifí, leerá:

“Ensimismado en su estatus, el investigador se cree un especialista de la producción de conocimientos sin que sepa desaprender lo aprendido ante las revelaciones cognitivas de la práctica social de sus interlocutores del campo. Como segundo problema está la incapacidad del investigador para producir un instrumento –otro que no sea sus escritos– como devolución de su trabajo, susceptible de inspirar una práctica social transformadora”.

Esta es la academia fifí cercana al poder, tal cual, ni más ni menos. ¿De qué ha servido esa academia fifí en Yucatán, aparte de ganar sus corcholatas y vivir con una comodidad de primer mundo que modifica, por supuesto, las perspectivas analíticas para estudiar, cercano a las necesidades reales del pueblo maya? Ah, sí, para recordar su clasismo burdo que roza en el patetismo. Pero ese es otro cantar.



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