No haré el recuento de los inicios de la cultura del libro, las bibliotecas y tratar de enhebrar la literatura quintanarroense que hasta la década de 1980 no tenía un gran pasado (revísese los trabajos de Norma Quintana), pero sí me abocaré a lo más corrientoso o práctico, que estriba en la facilidad o dificultad que un escritor tendría en Chetumal (o en la zona maya), en la búsqueda de sus materiales y herramientas de trabajo intelectual.
Hay muchos inconvenientes que veo desde las inmediaciones de mi hamaca, y estos inconvenientes se acrecientan si pasamos a la Zona Maya, para ser más exactos, a Felipe Carrillo Puerto, donde hace tiempo que cerraron la librería de Conaculta que quedaba en el centro de esa ciudad y en donde me agencié hace más de una década, joyas bibliográficas por módicos precios. Y el abismo se vuelve hoyo negro de inconvenientes si se pasa a tierra adentro, rumbo a la región de Tihosuco, donde si bien puedes sentir la placidez y la tranquilidad de escribir en el “campo” (o para ser exactos, la selva maya), este silencio de la naturaleza abrumaría si no tuviéramos libros, bibliotecas, y en tiempos de la hiperconectividad, la rapidez del internet. Paso ahora a apuntar algunos de los inconvenientes que he notado en demasía.
En primera, no existen librerías. Las dos del turco Xacur están tristes de soledad, hay libros que se publicaron hace tres décadas y siguen estando ahí con esos precios exorbitantes y una gruesa pátina de polvo desértico porque las librerías, en la ciudad de los Curvatos y del “vivir la vida al estilo Chetumal” es un contrasentido que recorren muy pocos, unos cuantos, con ahínco. La de Conaculta, que se encuentra actualmente en un cuartito estrecho del Museo de la Cultura Maya, le fue como en feria con los años negros del Borgismo: ya no es la misma como cuando la dejé de ver hace 10 años, aunque, de un tiempo a esta parte, visitada hace un año, ha comenzado un renacer y pude encontrar libros interesantes de historia, literatura y trabajos sobre los mayas. Me dicen que igual ha comenzado una incipiente cadena de libros de viejo, espero que prosiga y tienda puentes con otras librerías de viejo para que libros clásicos y de vital importancia lleguen a esa ciudad. En ese sentido, esperar a las ferias de libro regionales como la FILEY me parece demasiado dependentista, pero mientras no exista un gobierno interesado en hacer su propia feria del libro de Quintana Roo, no veo más que seguir asistiendo a la FILEY.
En segunda, no veo una cercanía de la Universidad de Quintana Roo con la sociedad: lo poco que se produce en ella, y se produce con bostezo y mala prosa de malos tesistas, se queda en intramuros: no hay un espíritu universitario que traspase las aulas y se inserte en la vida pública, en el debate no sólo político sino cultural y se interese en los pasajes de la historia, la literatura y la rica y multánime temática que propone la selva, el Hondo, la cultura mestiza y la cultura maya regional. Y otra cosa: no veo amor a esa rica tradición macondiana que yo he visto en la región del Hondo palustre y que podemos hacer referencia de ella en algunos pasajes caudalosos de don Primitivo Alonso, el gran novelista de la selva chiclera.
En tercera: no hay bibliotecas públicas que reconfortarían a los necesitados de saber. Hace un lustro, para las lluvias de octubre, la antigua biblioteca central Rojo Gómez, lugar a donde acudí 5 años a leer desde las once del día hasta las ocho de la noche (era estudiante de licenciatura), fue cerrada al público por problemas en sus instalaciones. Más tarde, los libros se perdieron, y hubo poca protesta, a nadie le interesó ese culturicidio en tiempos de la barbarie borgista. Un lustro después, los órganos de cultura aún siguen en el rescate interminable de las instalaciones del edificio de una biblioteca que dudo mucho sea de importancia para la cultura y la investigación en el estado.
En cuarta, los escritores chetumaleños se han perdido en el desencanto de la indiferencia oficial, y más en tiempos del Covid, donde no existe hasta ahora un proyecto editorial que se acerque a lo que se realiza en Yucatán. La apuesta de los escritores quintanarroenses (y no hablo del club de Tobi de los escribanos oficialerros, simples cuyos o “curís” nalgasprontas del poder en turno), arguyo, está en publicar como medianamente puedan, sus textos en otros estados o por su cuenta, haciendo llorar a sus menguados recursos. Y en ese sentido, los trabajos editoriales del poeta Luis González Silva y Plumas Negras editores, son de invaluable ayuda para dar a la estampa textos novedosos escritos desde la última o primera frontera de México.
En quinta, pues hay que insistirles a los encargados de la oficiarrera cari-culturalesca en Quintana Roo y Chetumal, que la cultura no es solamente ir a coronar a reinas de bellezas caribeñas, u organizar una que otra fiestita caribeña con regué y hartos brebajes etílicos, sino hacer algo más serio, más exigente y más necesario para la democracia en el estado, como es el formar ciudadanos multidimensionales mediante el arte, la cultura y el pensamiento crítico.
En sexta, ¿han visto cómo están los archivos de Chetumal? Desde la muerte de Teresa Gamboa, el polvo y la soledad, el olvido y la desmemoria de los burócratas se cierne sobre ellos.
En sexta…y sin embargo, se escribe…
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