quesos de importación,
rones medio finos y whiskys de la pérfida Albión,
turrones londinenses,
mantequillas y galletas danesas,
queso "nordic" de lata azul
que fungía siempre de cajón provisional
para la Singer de mi madre,
el Chetumal de antaño,
el de buena madera
y buenos productos de otras tierras,
de cuando no se había firmado el NAFTA
y México no había abierto sus puertas al mundo,
vive y espera.
En esos tiempos de fines de la guerra fría
y de los últimos estertores de la chiclería,
la bonanza comercial había transmutado al curvato
en un cuerno ebúrneo de la abundancia.
Surgieron entonces los "chetumalitos" en Mérida y otros pueblos
y se disparó el realismo mágico de las laterías
que permitían sentirnos menos pueblerinos
y más viajeros trotamundos.
Fue cuando el curvato, hoy tan triste y desolado,
dio muestras de riquezas desaforadas,
y en pueblos como Dziuché o el Km 80,
habían malparido a los barones de la fayuca
debido a las ganancias que traía el ser considerado
el estado como Zona Libre a todas las baratijas
más allá de las fronteras políticas,
remedios curalotodo y productos del extranjero
que se podían obtener arribando a las entrañas del Curvato,
en la casa de los turcos como el Baroudi
y otros hombres y mujeres del desierto.
Es la nostalgia del ayer que regresa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario