jueves, 2 de abril de 2020

DE CUANDO PERDÍ UNA HAMACA EN CHETUMAL



Alberto Paraíso, poeta y cantor del mítico Hondo, pregunta a todos los vientos si alguien le presta una hamaca que no se esté despedazando. "Está muy vieja mi hamaca, y le soy fiel. Dicen que era del General Francisco May".

La mía era de mi abuelo, el coronel de su casa, Crescencio,
y un día se perdió para siempre.
La perdí en Chetumal, donde igual perdí la memoria de tantos días sin lustre.
Era una hamaca roja
como la pasión de las mulatas del Hondo,
vivía a dos esquinas de la bahía,
en un cuarto pequeño que me rentaba
un nativista curvatero
y culero de esa ciudad perdida.
Mi cuarto era el cuarto de los libros
una hamaca y una silla.

La mesa donde escribía,
daba de frente al viento marino,
a las aguas calmosas de mi bahía.
Y un día, no sé cuándo, puede que haya sido en abril,
la hamaca se comenzó a deshilar,
primero fue un hilo, luego otra hebra, luego muchas hembras,
le salió sargazos y olió a hembras-hebras taciturnas del Hondo.
Dos meses duró su partida, dos meses con sus días y crepúsculos malditos.
Y un día, como si nada, el último cáñamo de mi hamaca
salió de mi ventana,
voló como los papagayos
(a los cuales los huaches les dicen papalotes)
y se perdió ahí en esa cercana bahía.
Dicen que descansa en la panza de un manatí callado.

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