Ver a Luis Ramírez Carrillo,
representante genuino del ultraconservadurismo yucateco, a Dulce María Sauri,
representante del salinato en Yucatán, al ex cacique de Peto Rubén Calderón
Cecilio, ejemplo vivo del periodo Pri-cámbrico en Yucatán, y a otro extraviado
seguidor del radicalismo teológico revolucionario, juntos contra el Tren Maya;
me dan elementos más que suficientes para estar a favor y defender, contra
viento y marea, al Tren Maya.
¿No les resulta a ustedes,
patéticamente inquietante, que todas las fuerzas que han sido, de algún modo,
gobierno en Yucatán, se unan y acepten entre sus “colegas” a los
ambientalistas, a los de la “indianidad rebelde”, a los “ecológicos”, a los que su única consigna es estar en contra del
gobierno amloísta, legal y democráticamente constituido desde el 2 de julio de
2018?
Ramírez Carrillo, el macho
sexista que habló de las caderas de una ex gobernadora (la cual tampoco es
santa de mi devoción) con sumo desparpajo, que promueve una especie de racismo
evolucionista interpretativo de la historia yucateca, presentada como un
estudio de los turcos en la Península, el muy clasista se ha escorado, como intelectual
pasquinero al que nadie le hace caso más que por algunos tesistas somnolientos a
los cuales obligan a leer sus aburridos trabajos, contra una presidencia de
izquierda, la primera en casi 8 décadas. Resulta hasta bochornoso que este
escritor que la hace hasta de poeta barroco, al intentar atacar con pullas
cultas a Andrés Manuel, saca a relucir su clasismo de dzul de pueblo: “Alguien no le regaló un juguete cuando era niño y
ahora quiere jugar con el Sureste”.
Con un análisis manido de
sociología barriobajera colmeca, el macho blanco del CIR Sociales, al final
asienta el dato pero no la interpretación necesaria y la respuesta de cómo la
situación neocolonial de una modernidad excluyente se ha presentado entre la población
del sureste desde tiempos antes de la “Marcha al mar”:
“Estamos en una zona de pobreza. En Yucatán el 46% de la población son pobres oficiales y hay un 32% con altas vulnerabilidades. En promedio, en toda la Península estamos en un 45% de pobreza. Si le sumamos Chiapas la situación es peor, porque allí siete de cada diez personas son pobres. Y así, en una zona de pobreza, donde hay prioridades, lo único que se le ocurre a un gobierno de izquierda es un tren”.
El discurso que atañe a la
pobreza tiene que ser respondido apelando a cómo le hicieron los políticos como
Sauri Riancho, Calderón Cecilio, Fernando Romero Ayuso, que era el público selecto del
macho sociólogo; para combatir con más educación, capacitación y trabajo en el
campo, a la lancinante y categóricamente colonial pobreza de la Península,
pobreza gestada por tantos capitalismos extractivos y excluyentes al día siguiente
de la conquista de Yucatán, incluido el turismo a costa del “mundo maya” y su
naturaleza exótica.
Es mentira, por supuesto, y
está de más debatir con estos pasquineros presentados como sumos académicos
expertos en construir tabiques infumables, que el gobierno de AMLO reduzca el
desarrollo del sureste a un tren transpeninsular, y el macho sociólogo no habla
de la participación del sector privado en ello, y sigue enquistado en la idea
de desaparecer las vías férreas a las cuales tenemos que dar gracias de su
construcción al primer desarrollista de este país: don Porfirio.
El libelo, los datos
cuchareados, las mentiras barajadas con una lengua “académica”, con un discurso
en apariencia terso de este sociólogo del conservadurismo yucateco, lo pintan a
la perfección como un sicofante escorado a la defensa de su azulina
interpretación del pasado y el presente.
De Ramírez Carrillo sólo he
leído dos trabajos suyos que refrendan mi convicción de no volverlo a leer: sus
bodrios aburridos sobre los “turcos”, al cual tal vez pertenece el susodicho a
ese reducido segmento del rico y variado mundo peninsular. ¿Es válido decir que
el espíritu de empresa y la cultura del trabajo que caracteriza a esos antiguos
“baisanos Jaliles”, les dan el crédito completo como para arrogarse la figura
colonial de nuevos conquistadores y neo encomenderos de Yucatán?, ¿acaso el kibi puede competir, medianamente, con
los panuchos y los salbutes?, ¿qué elementos lingüísticos y culturales del “núcleo
duro” civilizatorio maya han sido modificados desde la llegada del primer sirio-libanés
a Yucatán a fines del XIX?
Termino mi alocución,
escribiendo contra una forma, la peor de las formas, de hacer ciencia en Yucatán: nadie se engañe, estamos ante una academia fifí que se las trae de
doctas pero que en realidad escribe parapetada en sus dogmas conservadores. Luis
Ramírez Carrillo es un conocido planfletista de la derecha yucateca, así hay que
presentarlo. Sus bravuconerías de macho de pueblo hay que entenderlas desde su
rancia y clasista posición conservadora.
Esa academia fifí es la que
apoyó desde su academia de élite y para las élites, a las políticas de desventramiento del campo, de incoar reformas
estructurales neoliberales, de "modernizar" a este país. Esos nunca dijeron nada
cuando los gobiernos del Prian descoyuntaban y efectuaban sus "modernidades", al contrario, fueron
los primeros en alabar, colaborar desde su clasista academia, con los
desgobiernos neoliberales: armaron la teoría de por qué era conveniente "modernizarlo" todo. Ahora, esos Ramírez Carrillo, entre otros del CIR y
hasta de un conocido centro del Parque Científico de Yucatán, con sus galones
de academia fifí y sus premios Banamex y sus SNI II y hasta III, creen que
tienen elementos para darnos cátedra de buen gobierno y hasta de cómo solucionar
los asuntos más importantes para el país. Es una academia fifí dueña de un
arsenal de legajos sobre legajos de todos los archivos de la colonialidad
explotadora, de conocimientos abstrusos del “mundo maya”, pero que no sirve a
nadie más que a sus egos personalistas, una academia fifí que no “sabe” nada de
lo que a todos principalmente le importa (Wallerstein, citado por Aubry). Para
esta academia fifí, lo importante es el estatus para el SNI y el escribir otro
tabique que nadie, salvo otro académico fifí, leerá:
“Ensimismado en su estatus, el investigador se cree un especialista de la producción de conocimientos sin que sepa desaprender lo aprendido ante las revelaciones cognitivas de la práctica social de sus interlocutores del campo. Como segundo problema está la incapacidad del investigador para producir un instrumento –otro que no sea sus escritos– como devolución de su trabajo, susceptible de inspirar una práctica social transformadora”.
Esta es la academia fifí cercana al
poder, tal cual, ni más ni menos. ¿De qué ha servido esa academia fifí en
Yucatán, aparte de ganar sus corcholatas y vivir con una comodidad de primer
mundo que modifica, por supuesto, las perspectivas analíticas para estudiar,
cercano a las necesidades reales del pueblo maya? Ah, sí, para recordar su
clasismo burdo que roza en el patetismo. Pero ese es otro cantar.
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