Después de constituirse como
Estado libre y soberano, Quintana Roo, con su mendaz clase política que vino
posteriormente, aparece, a ojos de este historiador peleado con Prisciliano el
cronista, un enano subido a hombros de gigantes. Uno de esos gigantes, el mejor
gobernador del territorio, sin duda alguna fue el preclaro estadista de
Huichapan, Javier Rojo Gómez (1896-1970). Rojo Gómez venía de una larga
experiencia de mando del periodo postevolucionario: había sido de todo antes de
llegar a ser hasta gobernador de su estado natal, Hidalgo, y padre y padrino de
gobernadores del grupo que había creado. Rojo Gómez le dio cabida a los
intereses políticos nativistas, designando a un quintanarroense como su
secretario de gobierno. Rojo Gómez tal vez sea el gobernador del Territorio que
supo de la invaluable importancia de generar diversos polos de desarrollo en esta
parte oriental de la Península: le dio fuerte impulso a la agricultura, a la
industria de la caña en la ribera del Río Hondo, a la pesca, ganadería y a la
miel, y previó que el turismo sería de importancia suma para Quintana Roo, y se
dio a la tarea de comunicar la parte continental del Territorio, terminando las
carreteras de acceso a las futuras zonas turísticas, como la de
Escárcega-Chetumal.[1]
Convencido de la importancia de darle prioridad a los campesinos, desde que
había asumido la secretaría general de la CNC, Rojo Gómez pensaba en la mejora
del campesinado para su liberación, fortaleciendo el salario mínimo, dando cobertura
universal al seguro social entre esta clase, y labrar el destino con un fuerte
impulso a la educación: “La cultura de las masas es fundamental para su
progreso. Urge mejorar su mentalidad, su aptitud y su ambición para alcanzar
una vida mejor”. Consideraba a la clase campesina –indígena- como la más noble,
la más pura, la más sufrida, y en ese sentido, no concebía el destino de un país
(o de un estado, como el actual Quintana Roo), sin elevar las condiciones de
vida de ese sector mayoritario:
“Los campesinos hicieron y llevaron
al triunfo a nuestra revolución. Esa revolución fue producto de las angustias
que les impuso el viejo sistema social, pero lo más grave es que si no se
libera a esos campesinos de las aflictivas condiciones que todavía soportan, el
malestar puede crecer y producir consecuencias lamentables. Por otra parte, es
absurdo pensar en el progreso integral del país sin elevar las condiciones de
vida del sector mayoritario de la población. No se concibe una industria
produciendo artículos que no puede vender por falta de capacidad económica del
pueblo, aparte de que la producción del campo es fundamental para suministrar
materias primas a esa industria. Tampoco se puede pensar en un comercio y demás
actividades económicas si los grandes núcleos no se benefician. Es paradójico
hablar de progreso cuando sus beneficios sólo favorecen a un reducido número de
personas, mientras permanecen en la miseria las grandes mayorías”.[2]
Aún está en proceso de que
se haga un estudio histórico sobre los últimos gobernadores del Territorio de
Quintana Roo que, a partir de la salida del poder de Margarito Ramírez, en
1959, posibilitaron el camino para la erección del Territorio de Quintana Roo a
Estado libre y soberano, en 1974. ¿Qué en verdad sabemos de Aarón Merino, de
Rufo Figueroa, de Rojo Gómez y David Gustavo Gutiérrez, que no sea simple
hagiografía, historia broncística-cronística, o denuesto peyorativo? Como ya he
escrito con anterioridad, “soy partidario –no sé si el único- de la idea de
repensar los temas, periodos, personajes y los procesos históricos de Quintana
Roo, que una historia oficial, para oficial, oficialista, académicamente
anémica por tantos cantos “sirenaicos” y presupuestarios, han establecido y
sugerido mediante un canon historiográfico que se pretende inmutable y no
cuestionable”. Y sugería: “Pero frente a esta historia de bronce se encuentra
otra, crítica, desacralizadora de los mitos, aguafiestas e ineluctablemente
revolucionaria frente a la historia broncística, repensando los dichos, las
temáticas, los lugares comunes y los facilismos de ésta última. Esta historia,
científica las más de las veces, aunque nunca neutra, se pasma con ‘las rutinas
mentales que rigen la construcción de historias y mitos nacionales’. Una
historia aguafiestas que sabe que la historia de bronce y los mitos patrios
requieren “una pausa en la inteligencia, una que permita vivir la metáfora como
realidad’”.[3]
En un tramo
exacto de una generación,[4]
los últimos gobernadores del Territorio de Quintana Roo hicieron lo que Ramírez
no hizo en 20 años: construcción de carreteras troncales, creación de
infraestructura necesaria, nivelación educativa, creación de un plan de
Desarrollo Integral estatuyendo zonas económicas prioritarias, la búsqueda de niveles mínimos de
población con la colonización dirigida, comienzo y consolidación de una clase
política quintanarroense autóctona desde Aarón Merino, y la puesta en marcha
del Proyecto Cancún.
Escarbando en
los papeles viejos que la incuria tropical ha podido conservar, di con una
curiosa semblanza del hidalguense, escrito por el médico veterinario José
Domingo Torres Elzaurdia (1922-2003). Torres Elzaurdia, fue un funcionario de primer
nivel que estuvo en muchas encomiendas federales a lo largo de su brillante
trayectoria en el servicio público. Participó activamente en la campaña contra
la fiebre aftosa (historia novelada de eso se encuentra en su libro Botas de
hule), tuvo diversos intereses: científicos, musicales, literarios.[5]
Llegó a Quintana Roo en el gobierno de Aarón Merino, y regresó al Territorio en
tiempos de Rojo Gómez. Torres Elzaurdia, como muchos capitalinos, se enamoró de
la selva quintanarroense, dejó el asfixiante smog capitalino, se avecindó en la
ciudad de los Curvatos, y murió como chetumaleño. Fue maestro de varias
generaciones de agrónomos y jóvenes científicos del campo quintanarroense, en
el Instituto Tecnológico Agropecuario, fungiendo como maestro de 1978 a 1990.
Torres Elzaurdia dejó un archivo casi intacto, el cual desde luego puede servir
para volver a interpretar la segunda mitad del siglo XX en Quintana Roo, así
como de aquellos profesionistas que vinieron a la selva a forjar el destino de
este joven estado, y al cual la historia oficialista no le ha prestado mucha
atención. Transcribo el documento donde Torres Elzaurdia se refiere –con cuestionable
romanticismo- de Rojo Gómez:
Don Javier me devolvió la fe en los funcionarios públicos[6]
Era originario de Huichapan,
Ciudad del Estado de Hidalgo, una de la entidades limítrofes con la gran
metrópoli urbana: México, conglomerado donde se hacinan 13 millones de
habitantes, respirando smog y luchando por sobrevivir en un asfixiante caldero
de tensiones, pasiones exacerbadas por sobrevivir dantescamente en la jungla
encementada, donde hierven y se calcina los más nobles sentimientos ahogados
por la animalidad colectiva y la masa rural que llega a todo el país,
convirtiendo la antes hermosísima “Ciudad de los Palacios”, en “La región más
transparente del aire” según dijera el Barón Von Humboldt, en una enorme
efervescencia en la que sobreviven los más astutos, viviendo en bellísimas
colonias, como Las Lomas, El Pedregal de San Ángel, donde el majestuoso Paseo
de la Reforma es como un mensaje de paz y hermosura por lo que suspirara tanto
su creadora, la emperatriz Carlota, que acabó prisionera en el estrecho círculo
de su mente, víctima de sus ilusos sueños de regia grandeza.
Allí triunfó
Rojo Gómez, ya que desde la Gran Tenochtitlan hemos sido un Gobierno
Centralista, donde la familia dirigente, llámese azteca, colonial o
revolucionaria, vende sus puestos y prebendas al mejor postor o su más allegado
pariente o amigo, no por sus méritos, sino por su servilismo y lealtad al
régimen en turno.
Huichapan
(fundada por los toltecas en el año 730, fue llamada por esos grandes
artífices: HUEYCHAPAN, que significa “Abundancia de agua”, “En lo grande” o
“Sobre Espinas”) tuvo varios hijos ilustres: Abundio Martínez, autor del
precioso vals “En Alta Mar” adoptado como himno oficial de la marina alemana,
por el Kaiser Guillermo II, el férreo canciller prusiano de la Primera Guerra
Mundial; General Pedro María Anaya, quien debiera su celebridad al hecho de
haber desobedecido la orden del General Santa Ana, el cual como brillante
táctico militar, había seguido la misma estrategia de Escipión el Americano,
que para acabar con Aníbal atacó Cartago, cortándole así los abastecimientos;
igualmente Santa Ana, había atraído al ejército norteamericano lejos de sus
abastecimientos (Veracruz), hasta la Ciudad de México, donde en sus
inmediaciones tenía preparado todo para coparlo en un círculo de hierro y
acero, aniquilándolo, pero al atacar el General Anaya al General Twiggs sin
elementos suficientes, lo distrajo en su avance al cepo en que iba a ser
aniquilado y la traición inaudita del Gral. Juan N. Álvarez, que con cerca de
5,000 hombres a caballo se quedó observando cómo destruían los invasores
gringos a lo más selecto de nuestra juventud mexicana (debidamente remunerado
en Guerrero para no intervenir en la batalla), a pesar de haber recibido
oportunamente la orden de ataque, frustó aquella genial estrategia en la que
hubiera sucumbido fácilmente el pequeño ejército norteamericano que conquistó
la Ciudad de México, ayudado por los mismos “polkos”, que un poco antes se
rebelaron en lugar de combatir y donde perdimos nuestras mejores planicies de
los Estados del Norte, allende el Río Bravo; al General Julián Villagrán, héroe
de la Guerra de Independencia; Manuela Paz, quien rogó que la mataran al ver a
sus hijos fusilados por los realistas, por lo que Monsalve, el Jefe realista
ordenó: “FUSILEN TAMBIÉN A ESA VIEJA”, cayendo exánime la valiente mexicana,
ascendiendo a la inmortalidad, y en nuestros tiempos, aquel estadista y gran
patriota hidalguense, que proviniendo de “En lo grande” [Huechapan], fue de
veras “Grande entre los Grandes”, el Sr. Lic. Don Javier Rojo Gómez, Gran Señor
del Mar Caribe, quien al honrarme con su selecta amistad, nos dio la
oportunidad de conocer íntimamente a un mexicano de verdad, probo, austero,
responsable, honesto, con una gran fuerza y conocimiento político nacional, un
gran patriota, el que junto con mi… ¡Así fue y así será! mientras no logremos
que la honestidad, virilidad, capacidad, conocimiento, experiencia positiva y
sentido de responsabilidad histórica, sean las dotes que determinen la elección
de nuestros altos dirigentes. (Con tinta: Y enseñemos verdaderamente a nuestras
juventudes que la Revolución por la que murieron sus ancestros tenía como lema
el Sufragio Efectivo y aprenda y adquieran el hábito de votar).
El maestro Torres Elzaurdia, con su acordeón.
¡Él era el
hombre que necesitaba el país! Mas habemosos de seguir nuestro viacrucis, hasta
que aparezca el Elegido, que determine que México se oriente hacia donde tenemos que llegar, con una juventud y
niñez educada en los ideales patrios de amor a su pueblo y a la humanidad, tan
necesitados de esa nueva luz que los oriente en su camino.
¡Sí, Don
Javier, vive Ud. dentro de mí y también espero viva perennemente como ejemplo
para nuestra luminosa juventud mexicana!
Nace esta
obra en Chetumal, Capital del Estado que Ud. hizo y que deberá llamarse
Quintana Roo de Rojo Gómez, nombre propuesto por otro de sus y mis grandes
amigos, Don Manuel González Díaz Lombardo, caballero y patriota, que también
tuvo la fortuna de acompañarlo en los años en que convivimos donde era la
Guayana Mexicana, lugar de castigo de los burócratas, que no se comportaban con
el servilismo necesario para medrar dentro de la familia revolucionaria.
Yo fui de
los pocos que escogí (en 1962) venir a Chetumal, ofreciéndoseme cualquier parte
del país, pero quiero tanto a esta hermosa tierra, entonces todavía virgen,
donde la naturaleza explota en vivos colores naturales en su mar azulino y
claro, lagunas de jade y feraces tierras, que volví para quedarme aquí, además
de que estaba de Gobernador, otro buen amigo mío, que fue también un Gobernante
Distinguido, Sr. Ing. Aarón Merino Fernández, quien después del ciclón Janet,
con apoyo del Lic. Adolfo López Mateos, inició la reconstrucción de Chetumal, y
que ya igual me espera donde todos tenemos que llegar, cuando nuestra alma se
vuelva a remontar, integrándose con su energía, dentro del pensamiento cósmico
universal.
¡Polvo somos
y energía que se libera de esos polvos, al cumplir su misión en la tierra!
Rojo Gómez
La selva
dormitaba, eternamente,
escondido
entre el boscaje impenetrable
plagado de maleza
y entre añosos
árboles de
caoba y de chicle
un pueblo se
escondía inexpugnable.
El tapir
señoreaba entre sus reales
huyendo del
jaguar, la umbría morada
albergaba
también al puma y al faisán.
Como la boa,
el Río Hondo serpenteaba
bajando
hacia el Caribe y las tortugas.
El manatí
con los delfines jugueteaba,
cuando un
potente rayo atravesó la jungla
Y Rojo Gómez
despertó al dormido
Pueblo, como
un generador de luz e inteligencia
Prendiéndole
la llama de su historia.
A golpes de
martillo su voluntad estoica
lo forjó en
el yunque de su temple
y un nuevo
Territorio nació heroica
y
voluntariamente, transformando en porvenir la selva
y en área
luminosa la sombría maraña.
El Mar
Caribe lo esperaba desde que Cortés tocara
sus
quinientos kilómetros de costa,
la
carretera, el aula, la fuerza eléctrica,
la justicia
y la ambición dormida despertara,
quien con su
alma de gigante destruyó la ignorancia.
Al llegar
Rojo Gómez, ínclito estadista,
cambió la
faz de siglos con solo un dedo de su mano
el pulgar
que perdiera, en mangana estilista
lazando reses
en su Estado natal, Hidalgo,
e hizo de
Quintana Roo un suelo hermano.
Por eso fue
allí que culminó la inmarcesible huella
del Gran
Señor del Mar Caribe ¡Rojo Gómez!, quien dejó en él
su vida
entera de verdad mexicana, a los sones
vibrantes y
esplendentes de su alma pura.
Ya ahora la
juventud entera marcha radiante
hacia el
ejemplo que le legó su gloria.
Siempre trabajaron
su mente y cuerpo
hasta el
último instante con una meta: ¡México!
Por eso
siempre pasará a la historia el patriota ejemplar y constructivo, paladín del esfuerzo y los ideales que el
Nuevo Mundo
cuya aurora
empieza, de solidaridad social y de limpieza
de
pensamiento y de alma, su heroica estirpe nos legara
a todos los
buenos mexicanos que admiramos siempre
su entereza
moral, su patriotismo y su grandeza de
alma.
[1]
Antonio Higuera Bonfil y Careaga.
Quintana Roo. Historia breve. FCE. 2011, pp. 213.214.
[2]
Javier Rojo Gómez. “Los problemas
del campo”. Extracto del discurso pronunciado al tomar posesión como Secretario
General de la CNC”. Septiembre de 1962.
[3]
Gilberto Avilez Tax. “¿Historias de bronce o historias científicas en los
dominios de la ‘aristocracia de la hamaca’ chetumaleña?”. Noticaribe. 2 de
julio de 2016, en https://noticaribe.com.mx/2016/07/02/historias-de-bronce-o-historias-cientificas-en-los-dominios-de-la-aristocracia-de-la-hamaca-chetumalena-por-gilberto-avilez-tax/
[4]
En el entendido de que cada
generación se cuenta en 15 años, según Luis González y González.
[6]
Escrito de José Torres Elzaurdia.
AGQROO. Fondo T.F.Q.R. Sección Despacho del Ejecutivo. Serie: Informes. Fecha:
17/06/ al 06/12/1973. Caja 32. Asunto: Discursos políticos de los gobernadores
Javier Rojo Gómez y David Gustavo Gutiérrez Ruiz.
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