El 8 de octubre, en
el Congreso del estado de Quintana Roo, los nombres del batab de Chichimilá, Manuel Antonio Ay, del fundador de Santa Cruz
(Felipe Carrillo Puerto), José María Barrera, y del gobernador cardenista en
tiempos del Territorio de Quintana Roo, Rafael E. Melgar, serán escritos en el
muro de honor de aquel recinto legislativo, según decreto del 29 de mayo de
2018. Los tres personajes, de algún modo u otro, están directamente relacionados
con el posterior devenir histórico del actual estado de Quintana Roo.
En este artículo, me voy a referir
exclusivamente a los dos caudillos mayas de la primera época de la Guerra de
Castas.[1]
Voy a tratar de ser sucinto para aquilatar el por qué estos personajes
históricos merecen los lauros y el honor que se les rendirá en tan importante
espacio de poder en el estado.
Empecemos por el batab de Chichimilá. ¿Quién fue Manuel Antonio Ay Tec? La
Asociación Cívica de Yucatán (texto de 1956) señala algunos trazos biográficos
de don Manuel, así como su proceso de ejecución, y el maestro Fidelio Quintal
Martín elaboró un bosquejo de la vida del mártir. Sabemos, sin embargo, que al
momento de su muerte el 26 de julio de 1847 en la plaza de Santa Ana de
Valladolid, contaba entre 28 y 30 años, y tenía, por lo que se sabe, un hijo. Como
Cecilio y otros batabes de los
pueblos, había escuchado y acudido al grito falaz de la sociedad ladina
yucateca, en sus guerras contra el centralismo mexicano y sus pugnas interiores:
“Hijos de Tutul Xiu y de Cocom: sois los leales hijos, sois los defensores de
la patria y pronto la patria os recompensará”. En su Historia política, Acereto
le da un carácter secundario al batab de Chichimilá. Asegura que Cecilio Chi, “más
comprometido que Ay”, tomó el camino de la guerra junto con el otro batab de
Tihosuco y hombre poderoso en cuanto a sus reales: Jacinto Pat. Asegura el
historiador meridano, que Chi, uno de los tres conjurados caciques del oriente,
“hombre valiente, ambicioso y cruel, fue el alma del movimiento, y con todas
las dotes de un caudillo, amo de los suyos, le siguieron hasta donde y en la
forma que él quería”.[2]
El historiador González Navarro, da una estampa del contrastante carácter y
hasta la condición étnica y socioeconómica de los tres caudillos iniciales:
Precisamente los tres principales jefes de la guerra de castas iniciada en Tepich en 1847 (Manuel Antonio Ay, Cecilio Chí y Jacinto Pat) eran caciques, respectivamente, de Chichimilá, Tepich y Tihosuco. Ay y Chi tenían en común haber peleado en las guerras civiles; el primero en la toma de Valladolid en enero de 1847, el segundo en el asalto a Campeche en octubre de 1842. Chí pasaba por ser el más sanguinario de todos: búho, gavilán, buitre, águila, zorro, hiena, pantera, tigre, etc., son los animales con que le compararon algunos de sus enemigos. Su programa consistía en el total exterminio de los no indios. Ay, en cambio, se conformaba con expulsarlos de Yucatán. Aunque los tres eran caciques, Cecilio era pobre, Jacinto latifundista, bien relacionado con los más ricos comerciantes de Tekax, Mérida y Campeche. Pat, además, no era indio sino mulato. Por esta razón, según algunos, no participaba del feroz odio de Cecilio contra los blancos; sin embargo, Manuel Antonio era indio como Cecilio y no odiaba a los blancos como éste.[3]
Los factores de la
guerra de castas han sido abordados en otros trabajos,[4]
aquí solo me resta hablar del clima de zozobra producido para esas fechas de
julio, desde el mes de enero de 1847 con el saqueo de Valladolid, donde la población
indígena se ensañó contra una rancia sociedad blanca vallisoletana. Se
cometieron desmanes, la sangre corrió, y en Valladolid y toda la región del oriente
(donde se encontraban los pueblos de Chichimilá, Tixcacalcupul, Tepich y
Tihosuco), la situación política fue frágil.[5]
Para mediados de julio, por medio del dueño de la hacienda Acanbalam, Miguel Gerónimo
Rivero, el coronel Eulogio Rosado supo que en Culumpich, hacienda de Pat,
indios de Chichimilá y de otros pueblos cercanos como Tixhualahtún, Dzitnup,
Tixcacalcupul, Xocén y Ebtún, acudían a llevar provisiones. En la causa
instruida a Manuel Antonio Ay se lee que en el punto llamado Tzab, los indios
habían desembarcado “un número de armas de Belice, las que fueron conducidas al
rancho Culumpich de la propiedad del cacique de Tihosuco, Francisco Pat en el
que se están reuniendo indios para armarse”.[6]
De inmediato, en la mente del coronel Rosado surgió la idea de que se
fraguaba una conspiración de los indios contra los blancos y cuyos jefes
principales eran Manuel Antonio Ay, cacique de Chichimilá, Cecilio Chí, cacique
de Tepich y de Ichmul, Jacinto Pat, y el causante principal de los destrozos de
enero en Valladolid, Bonifacio Novelo. Rosado dio cuenta al gobernador Barret de
esto, y momentos después, ante él se presentó un tal Antonio Rajón (o Rejón)
para manifestar que al cacique de Chichimilá, que bebía en su establecimiento,
le había descubierto una carta en su sombrero. Era una carta de Cecilio Chi.[7]
¿Qué contenía la carta? En El Machete y
la Cruz, Dumond trascribe lo que Chi supuestamente le dijo a Ay: “Dígame cuántos pueblos están involucrados
en el asunto. Mi intención es atacar Tihosuco. Ellos están sobre mis pasos
aquí, así es que déme dos o tres días de aviso antes de venir a reunirse
conmigo”. Desde luego, concuerdo con Dumond en los indicios de que esta
carta tal vez fuera creada para buscar un culpable: estaba escrita en español, y
durante aquella época los caciques preferían escribir en maya sus cartas y
proclamas; en el posterior interrogatorio que le harían a Manuel Antonio, éste
manifestó no ser capaz de leer la carta de Chi, por no saber español. Los
interrogatorios y las averiguaciones siguieron. En el cateo que se le hizo en
su casa, a Manuel Antonio le encontraron una carta, no comprometedora, dirigida
al prófugo Bonifacio Novelo, y una serie de listas de personas que habían
contribuido con dinero para fines desconocidos.[8]
Siendo verdad o no la inminente conflagración racial, Rosado actuó de
inmediato. Apresó a Ay y lo ejecutó sin más ni más en un “breve sumario” para
que su muerte sirviera de escarmiento a los indios de la región. Pues como le
informaba al gobernador Domingo Barret, la región oriental estaba tensa
posterior del saqueo de Valladolid de enero de ese año, pues:
Bonifacio Novelo, y otros famosos criminales fugados vagan por los pueblos y ranchos alarmando á la indiada. Se han ofrecido dispensarlo del pago de contribución y del derecho de estola: muchos indios titulan á Novelo por su Gobernador. Usted dirá á que estado han llegado y solo fusilando inmediatamente á cuanto indio conspirador caiga, así como sus cabecillas se podrá salvar este Departamento… Si vamos á observar las fórmulas de la ley con los conspiradores, á ésta y á nosotros, nos cargará el diablo sin poderlo remediar… En fin, puede usted estar seguro que yo y los oficiales de esta guarnición haremos vigorosa defensa: pero siempre resueltos á no dar cuartel á los indios que se sublevan. Se exige la conservación de nuestra propia existencia.[9]
La muerte de Ay marcaría un rumbo preciso
en la supuesta “conjura general” de los
batabes de la Península, y en
Chichimilá, lugar en el que Felipe de la Cámara Zavala había devuelto su
cadáver el mismo día de su fusilamiento en la ermita de Santa Ana de Valladolid,
a las 8 de la noche de ese mismo 26 de julio se comenzó a oír “el inmenso
clamor de los indios que lamentaban la muerte de su padre y protector, del sol
que los alumbraba y dirigía…” La Guerra de Castas, esa Gran Guerra que
devoraría como una inmensa manga de langosta a la Península, había dado inicio,
y pronto los batabes de los pueblos –indios y mestizos- secundarían los
ejércitos que crecerían desde Culumpich para sitiar a Mérida y tirar al mar al
señor Obispo y a todo blanco enemigo: Cecilio Chi y Pat alumbrarían la llama de
la guerra que tal vez previó y prendió Manuel Antonio con su muerte; y Bonifacio
Novelo, José María Barrera, el “martillo de Yucatán” Crescencio Poot, y tantos
otros que vendrían después como el comandante Sóstenes Mendoza, más que
caudillos, podemos visibilizarlos como unos héroes que lucharon contra la
colonialidad del poder, por hacer del execrable Yucatán de las élites meridanas
del siglo XIX, un lugar mejor para vivir. Manuel Antonio, en su muerte y
martirio, fue un ejemplo de lo que le sucedería a los otros batabes si no
actuaran de inmediato. Y desde luego que actuaron.
Un mes después del inicio de
la guerra, Manuel Antonio había entrado al panteón de los héroes del pueblo
maya que habían ofrendado su vida por la libertad. Para agosto de 1847, en el rancho Acanbalam y
el pueblo de Pisté, había aparecido “un cartel que dejaron los indios firmado
con el nombre de Manuel Ay y Jacinto Canek”, a quienes invocaban como mártires de
su guerra de libertad. En menos de un mes de iniciadas las hostilidades, la
proclama anónima claramente hacía referencia a las “milpas” de los rebeldes,
así como a la falta de credibilidad de la palabra de los dzules. Ay y Canek, emparentados en el martirio, se habían
convertido en símbolos de una lucha que apenas iniciaba.[10]
Otro de los caudillos que será
escrito su nombre con letra de oro en el recinto legislativo local, es el
fundador de Noj Kak Santa Cruz Balam Naj,
José María Barrera. De Barrera he afirmado que representa la continuidad de la
lucha iniciada por los tres caudillos principales, y debido a lo que Santa Cruz
significaría años después de su muerte, ocurrida el 31 de diciembre de 1852,
podría considerársele como el caudillo que sentó las bases para el advenimiento
de la sociedad cruzoob, pues en pocas décadas, Santa Cruz “fue santuario del
libre”. Barrera fue el padre o abuelo fundador de Quintana Roo, en el entendido
de que el origen de este estado se encuentra directamente relacionado con ese
lejano conflicto de la medianía del siglo XIX. Con la fundación de Santa Cruz,
los mayas, bajo la égida de Barrera y los otros caudillos que lo secundarían,
como el general Crescencio Poot, quien igual debería estar su nombre inscrito
en el recinto legislativo; supieron mantener su independencia política y su
autosuficiencia económica, aislados en la zona oriental. Entre las alternativas
que les evitase caer bajo el control yucateco o del centro, los cruzoob, los
seguidores de la Cruz Parlante, los que siguieron a Barrera en su empresa
fundadora, apelaron a la guerra de guerrillas, al aislamiento en la manigua, a
las alianzas políticas con otros grupos, al contrabando y los pactos con los
ingleses, a la preservación de sus ritos, tradiciones y costumbres pasadas.[11]
Estos dos caudillos, no los únicos,
merecen, desde luego, que sus nombres sean recordados para la memoria futura.
[1] Sobre
Rafael Melgar puede consultarse el trabajo de Luis Rosado Vega, Un pueblo y un hombre... De igual modo,
el capítulo XII del Tomo II de los textos compilados por Lorena Careaga: Quintana Roo. Textos de su historia.
México. Instituo de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 1990. También puede
consultarse la colección Rafael E. Melgar (1913-1959), del repositorio digital
de la Universidad de Tulane: https://archivolal.tulane.edu/?p=collections/findingaid&id=152&q=&rootcontentid=3471
[2] Albino
Acereto. “Historia política desde el descubrimiento europeo hasta 1920”, en
Enciclopedia Yucatanense. Tomo III. Edición oficial del gobierno de Yucatán.
Ciudad de México. 1947, p. 233.
[3] Moisés González
Navarro. Raza y tierra. La guerra de
castas y el henequén. México. COLMEX, 1979, p. 76.
[4] Causas de larga
duración son el sistema colonial y neocolonial, las causas coyunturales: la
cuestión agraria, los impuestos onerosos a la sociedad indígena, la fuerza que
ésta experimento en las guerras de los blancos, y un punto importante: la
crisis de los batabes ante un nuevo panorama postindependista.
[5] Terry
Rugeley. “La Guerra de Castas: causas y consecuencias”, en Sergio Quezada et al
(coordinadores). Historia General de Yucatán. Yucatán en la construcción de la
nación, 1812-1876. Tomo III. Mérida. Ediciones de la Universidad de Yucatán.
2014, p. 151.
[6] “Causa
de Manuel Antonio Ay”, en Lecturas
básicas para la historia de Quintana Roo. Antología. Tomo IV. La Guerra de
Castas. Recopilación de textos: Lorena Careaga Viliesid. Fondo de Fomento
Editorial del Gobierno del Estado de Quintana Roo. No especifica año de edición.
[8] Don Dumond. El Machete y la Cruz. La sublevación de
campesinos en Yucatán. México. UNAM. 2005, pp. 138-140.
[9] AGEY, Poder
Ejecutivo, sección Secretaría de Guerra y Marina, serie Milicia, Eulogio Rosado
a Domingo Barret manda un informe de los acontecimientos de Chichimilá y
solicita castigo ejemplar, c. 163, vol. 113, exp. 74, fojas 2 (1847).
[10] José Tec Poot. “Traducción
y análisis de la Proclama de Manuel Antonio Ay y Jacinto Canek”, en Boletín de la Escuela de Ciencias
Antropológicas de la Universidad de Yucatán, enero-febrero de 1980, año 7,
No. 40, pp. 58 y 61.
[11] Lorena
Careaga. “Historia contemporánea de Chan Santa Cruz, en Yucatán: Historia y economía. Revista de análisis socioeconómico
regional. Año 4, número 21, septiembre-octubre de 1980.
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