(Escrito el 19 de octubre de 2019)
En Peto, en los años 1990 y principios del 2000, hubo un "experto en
tradiciones mayas" en los concursos de altares de las escuelas de esa
lejana Villa sureña, era un profesor de ballet, que no hablaba ni una pizca de
maya, que era dzul y se apellidaba Moguel.
El profesor Moguel, para
días de los concursos de altares en las escuelas secundarias y en el
bachillerato, era perseguido por todos, se volvía más importante que el
presidente municipal de ese pueblo olvidado, se transformaba en una especie de
iluminado, en el último chilam balam de los últimos días, en sumo sacerdote
guardián de la tradición inventada de un pueblo que clamaba el show de
"los concursos de altares".
Lo peor que pude haber
hecho en esos años salvajes y oscuros de simple bachiller, fue participar en
esos malhadados concursos de altares, invención de un turco yucateco que
arraigó la fiebre de la concursadera hasta en Quintana Roo.
Los concursos de altares
se volvieron mi cruz durante los años malditos del Bachillerato insufrible: nos
obligaban a ser cortadores de huano, a tumbar arbolitos, y a esquilmar la poca
morralla de nuestros padres para que todo salga bonito y vistoso: ¿y quién
sabrá de esas tradiciones? Yo, ateo desde los 13 años, decía, "¿y a quién
diablos le importa" el significado de tantos trastos y altarcitos?",
"¿como me voy a vestir todo de blanco y sin zapatos, como si fuera un
acasillado salido de la hacienda henequenera?"
Tenía, y sigo teniendo,
la plena convicción juarista, de que las cosas de la fe no deben arrejuntarse
con la ciencia y la educación laica y gratuita, pero mi juarismo siempre era
acallado por una bola de fervorosos crédulos de mis condiscípulos, que con tal
de no tener clases una semana, todos los días justificaban sus inasistencias a
las aulas diciendo que se largaban a preparar en el monte cercano a la escuela,
los materiales para su palapita express: construir 20 0 30 altares era, sin
duda, un acto ecológicamente insostenible.
Ya no podemos seguir en
ese tren devastador de la enana selva yucateca, sobreviviente de catástrofes y cambios
climáticos.
Hoy, los concursos de
altares se han vuelto parte de la "tradición inventada" por los
organismos culturales educativos de la SEP y de los organismos de cultura de
Yucatán. Son rituales de paso que todos los alumnos de media superior y algunos
de superior han realizado a lo largo de su vida estudiantil. Hay concursos de
altares en los municipios y hasta tenemos un Festival de Vida y Muerte en
Xcaret, se ha convertido en un elemento más que disfruta el turista, pensando
en lo auténtico del "ser mexicano".
Octavio Paz, en El
laberinto de la soledad no escribió sobre los concursos de altares, pero algún
maestro como el referido Moguel, tal vez hasta teorizaron sobre ello.
POSTDATA:
El Dr. Espadas Sosa, me apunta un
comentario pertinente:
"Me atrevo a opinar: nada de concursos y premios. En el mejor de los casos Debe ser encuentro de altares. En las escuelas urbanas se podría invitar a los niños de las comunidades para que conversen con sus coetáneos sobre cómo son sus costumbres realmente.en las univ. Urbanas sólo se folkcloriza la verdadera cultura comunitaria".
Más de acuerdo no puedo estar con el Dr. Freddy Espadas Sosa, y respondo:
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