Quedan pocos herreros en los pueblos yucatecos.
Yo conocí a uno hace años, en mi infancia, ya estaba mayor, tenía su herrería a pocos pasos del taller mecánico de mi padre, en la lejana Villa de Peto. Era un señor ya septuagenario o nonagenario, vestido todo de blanco (con camiseta blanca de cuello en v, pantalones blancos, paliacate rojo y alpargatas) y era blanco, casi tirando a albino.
Ese herrero matusalénico de mi infancia tenía un yunque enorme y una caldera de bronce, y creo que hasta un fuerte fuelle hecho con cuero de vaca.
Aquel herrero de los mayores hacía buenos machetes y coas y a veces hasta cuchillos, y me dicen que hasta unas buenas escopetas o partes de ella.
Nadie siguió su trabajo, no sé si tuvo parentela que siguiera con esas duras faenas, lo cierto es que al morir, su predio se enmontó, y solo quedaron de su herrería dos enormes palma reales que antes fungían como puerta de entrada a su establecimiento. Mi padre aprendió algunos trucos y muchos trabajos de herrería con este maestro.
Lo cierto es que los herreros de los pueblos, los que trabajaban con yunque y fuelle (no los que los sustituyeron, los simples hojalateros y lamineros), se van perdiendo en el Yucatán profundo. Ahora, arguyo, quedan puro laminero sin más arte que hacerlo todo mal.

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