(Texto publicado originalmente el 10 de febrero de 2016 en el portal Arte Cultura y Rebeldía)
Hace
unos días, por medio del Facebook, un colega historiador meridano subió a su
muro un artículo de La Jornada Maya
donde me enteré que el gobierno yucateco donó la biblioteca que en vida le
perteneciera al doctor don Manuel Sarkisyanz, historiador alemán de origen
azerbayano que escribió una erudita biografía de Felipe Carrillo Puerto. La biblioteca
constaba de 6,000 volúmenes con temas de historia, antropología, etnología, arte,
filosofía, y todo lo que tenga que ver con las humanidades. Tanto entre el
gobierno yucateco y los representantes del zar Putin, se llegó al consenso que
esta donación refuerza los lazos de amistad entre el pueblo mexicano y el ruso.[1] De inmediato, supe que el
lábil razonamiento para deshacerse de esa biblioteca, estriba en que buena
parte del acervo que llegó a juntar don Manuel se encuentra escrito en lenguas
eslavas, en alemán y otras lejanías idiomáticas como el azerí, azerbaiyano, o
turco azerbaiyano, que al parecer era la lengua originaria de don Manuel. Pero Sarkisyanz
no solamente hablaba esas lenguas, basta con decir que su libro biográfico
sobre Felipe Carrillo Puerto, mucha de su biografía se encuentra en español.
Al
comentar la nota de marras, el historiador meridano, enfático, señaló estar:
[…] de acuerdo con que se haya
respetado la voluntad de don Manuel, pero se trataba de entregar su acervo a
una institución pública. ¿No le interesó a ninguna de las que existen en
Yucatán? ¿Se realizó una consulta entre los académicos? ¿La embajada tiene
interés en conservar 6 mil libros? Y si como dice la nota, al embajador se le
entregó un paquete de primeras ediciones, ¿nadie las revisó ni se contrastó con
los inventarios de las bibliotecas de Yucatán?
Otros
más lamentaron lo que sin duda fue una especie de sustracción del acervo
cultural yucateco. No es nada reciente esto de las sustracciones y saqueos
culturales que Yucatán ha tenido a lo largo de casi medio milenio: desde las
quemas hechas por el bipolar fray Diego de Landa,[2] pasando por los viajeros y
protoarqueólogos del siglo XIX como el criminal Edward Herbert Thompson y su
draga maldita empotrada en el cenote sagrado de Chichén Itzá, hasta las
facilidades que indistintos gobiernos yucatecos e intelectuales
extranjerizantes meridanos, han hecho a rubicundos del norte y europeos
degradantes. La más reciente prueba del saqueo hormiga, es el que realizó, en
el antiguo CAIHY,[3]
el franchute Michel Antochiw.
Este
preámbulo responde a una hipótesis -para nada peregrina y que siempre he traído
en mentes al contemplar mi frágil biblioteca personal y leer noticias como que
la Universidad de Austin es poseedora ya del archivo y biblioteca que perteneció
al fabulador de Aracataca- que estriba en responder a dónde van a parar las bibliotecas
de los escritores fallecidos. Como no teniendo ninguno de los escritores
yucatecos la grandeza e inventiva del gran García Márquez como para que una
universidad gringa, vaya, ni siquiera las universidades locales, se interesen
por sus archivos personales al momento de fallecer, generalmente las bibliotecas
personales de los escribidores de nuestras lajas, sus deudos, ignorantes
supinos y bovinos, hastiados del polvo que producen tantos libracos
incomprensibles para sus neófitas mentes ágrafas de contumaces no lectores, no
tienen otra gran idea que irlos a vender por kilos con el turco Jorge Abraham
Aguiar, un fumador empedernido que tiene su tienda de artículos usados, que
paga en efectivo e inmediato, y que se encuentra en la calle 65 entre 62 y 64
del centro meridano, y a la cual acudía siempre al llamado telefónico del
turco, cada vez que este me decía, con su voz ronca y congestionada de flemas, “con
la novedad de que hoy ha muerto otro historiador, un poeta y un escribano
maldito, o malito, y me han traído lotes de sus libros, tal vez te interese”.
Ahí acudía yo, feliz al llamado del turco, y fumando igual de empedernido que
él, para calmar las ansias de saber qué joya bibliográfica me venderá al precio
de nada ese pinche turco.
Para
contrarrestar este desmembramiento de las bibliotecas de los escritores
fallecidos –como los acervos sobre Carrillo Puerto que recopiló en vida el
fallecido Guillermo Sandoval Viramontes, o la biblioteca de Sarkisyanz- se me
ha ocurrido la idea de que en Yucatán se podría crear otro nuevo recinto
bibliotecario, en Mérida o en una ciudad cercana, algo como la Biblioteca
Yucateca de Escritores Desaparecidos. Me explico.
Actualmente,
en el caso específico de Yucatán, no se cuenta con una política cultural pública
para que los órganos culturales del Estado se hagan cargo de las bibliotecas
personales de los escritores que deseen que sus archivos y bibliotecas queden a
disposición del público posterior a su fallecimiento, sorteando las fauces comerciales
y judaicas del turco referido. Y eso es una carencia crasa que contraviene el
antecedente de cómo fue fundada la biblioteca Crescencio Carrillo y Ancona,
cuyo acervo original (que luego se fue ampliando con adquisiciones, compras y
donaciones de libros exclusivos de Yucatán), que forma parte de la Biblioteca
Yucatanense, se compuso con libros del Obispo izamaleño, con los del poeta
Antonio Mediz Bolio, con los libros de la familia Peón Bolio, de Clemente López
Trujillo y un número considerable que perteneció a la biblioteca de Carlos R.
Menéndez. Preguntándole a un conocedor de las políticas culturales y de temas
de bibliotecología en Yucatán, este me señaló que, contrario a un proyecto como
el de La Ciudadela: la ciudad de los
libros, que se encuentra en la Biblioteca Nacional José Vasconcelos de la Ciudad
de México, y donde se alberga desde 2012 “las bibliotecas personales de
escritores e intelectuales” mexicanos fallecidos en años recientes, como la
biblioteca de Carlos Monsiváis, la inmensa biblioteca que poseyera José Luis
Martínez, o de Alí Chumacero, entre otros;[4] en Yucatán no existe una
política para reunir las bibliotecas de escritores, intelectuales, artistas e
historiadores fallecidos recientemente, ya sea a través de sus órganos
culturales o de la UADY: las donaciones que se han hecho a la UADY, a iniciativa de los donantes, no se
trata ni de lejos de una política
pública en forma como la que se encuentra en La Ciudadela.
Sería
magnífico que las bibliotecas y archivos con manuscritos originales, o las
primeras galeradas, o los libros que leyeron, apuntaron, subrayaron y anotaron
los escritores yucatecos que han muerto en años recientes, o morirán -irremediablemente
moriremos todos-, se encuentren, posterior del fallecimiento de sus dueños, en
un recinto como el de la Ciudadela de la Ciudad de México. Y se me ocurren
tantas bellas casonas del centro de Mérida bien aireadas y con luz suficiente,
que podrían albergar la Biblioteca del Escritor Yucateco, o la Biblioteca
Yucateca de Autores yucatecos Desaparecidos (el título me falla). La cláusula
de esta biblioteca, tal vez estribaría en que debe dejar de ser clasista y
elitista, y dar cabida no solamente a los libros que pertenecieron a las
bibliotecas personales de escritores considerados de la “Alta cultura”, o a
escritores cercanos al oficialismo, sino abrir sus puertas a un sinfín de
escritores comunitarios, pueblerinos, etc., y escritores críticos de todo,
hasta de ellos mismo. Desde luego, habría un proceso de selección de libros
para no repetir, buscando siempre la riqueza, la extrañeza, y no omitiendo los
ex libris.
Joaquín
Bestard cuenta con 81 años, y es dueño, al parecer, de una biblioteca que todos
desearíamos consultar. Roldán Peniche Barrera cuenta con más de 75, y su
escritura se ha nutrido de periódicos, revistas y libros y más libros que
perteneció a su padre Leopoldo Peniche Vallado, y que don Roldán ha agrandado.
No sabemos hasta ahora dónde acabaron los libros de las bibliotecas de Antonio
Betancourt, de Fidelio Quintal Martín o de Luis Ramírez Aznar. Seguramente que
a resguardo familiar, pero, ¿hasta cuándo? Y ahí se acercan historiadores
maduros como Pedro Bracamonte y Sosa o Sergio Quezada. Seguramente sus
bibliotecas serán donadas a las universidades y centros de investigación donde
actualmente laboran. Ojalá.
Colofón. Los libros de don Manuel
Sarkisyanz.
La
idea de la cual se valen los defensores del gobierno y los que rechazaron siquiera
ver qué contaba la biblioteca de don Manuel, es que nadie puede leer su
biblioteca porque las lenguas que dominaba no eran las típicas del francés y el
inglés. El alemán espantó a un conocido historiador del rumbo de la Mejorada,
pero el azerbaiyano o el ruso, nadie lo lee. Creo que está mejor con los rusos,
pues en Mérida todavía seguimos siendo medio salvajes y conformistas con lo que
sabemos y dominamos. Pero, ¿por qué no se hizo una selección de la biblioteca
de don Manuel, en realidad se hizo una selección de los libros que podrían
servir para las futuras investigaciones históricas en Yucatán? Es triste todo
esto, él, que le dedicó sus últimos años a la historia social y política de uno
de los periodos más emocionantes de la historia nuestra. Ni homenajes tuvo el
día de su muerte, nadie supo cuando murió. Antes de morir, don Manuel se acercó
al CIESAS Peninsular para ver si su biblioteca personal tendría cabida. Ahora
sabemos que su donación fue rechazada. Mal fario para la historia del siglo XX.
[1] Gobierno de Yucatán dona biblioteca del doctor Manuel Sarkisyanz a
embajada rusa, La Jornada Maya,
5 de febrero de 2016.
[2] Bipolar porque quemó buena parte del pasado indígena de la
península, y porque sin su Relación de
las cosas de Yucatán no habrían estudios mayas como lo que hay ahora, no
habría desciframiento de la escritura maya,
y tal vez tendríamos una pobreza en cuanto al conocimiento del mundo
prehispánico en la península.
[3] Centro de Apoyo a la Investigación
Histórica de Yucatán, antecedente directo de la actual Biblioteca Yucatanense.
[4] “Bibliotecas de intelectuales se
unifican en 2012”