sábado, 25 de octubre de 2025

El supremo capón (cuento contrarrevolucionario)




 Por Gilberto Avilez

 

“Se acabó la diversión,

Llegó el Comandante

Y mandó a parar.”

 

(Letra de Carlos Puebla, aunque uno preguntaría, ¿qué es lo que mandó a parar el Comandante?, ¿el tiempo, su muerte?)

 

Allá en mi pueblo -un pueblo sin crepúsculos arrebolados que siempre fue conservador y porfiriano en sus tiempos mejores-, se decía cosas de Cuba y del comunismo, que escuchaba desde mis muy infantes años de la última década del socialismo real anterior a la caída del Muro de Berlin. Estas consejas pueblerinas iban desde alabanzas acríticas a esa gigantesca mazmorra isleña, hasta execraciones malignas proferidas por los beatos del pueblo: que de Cuba nada bueno –salvo Reinaldo Arenas, Cabrera Infante y otros grandes disidentes como Huber Matos- salió desde que llegó Fidel y “mandó a parar” y mandó a defenestrar el tiempo para imponer un único tiempo: el tiempo de la “Revolución”, petrificando hasta las olas del mar de aquella inmensa mazmorra tropical.

 

 Una de esas historias –algunas, sicalípticas si había una jinetera de ancho caderamen de por medio- que mis orejas no tan inocentes oyeron alguna vez, me la contó un viejo marxista del pueblo que quiso hacer la guerrilla subido a la Sierrita Puuc, pero que a la vuelta de su autocrítica se volvió un descreído de ronco penar de su vieja fe de idólatra “marjijta leninijjta”,  y tocaba directo a la larga longevidad del sátrapa antillano nacido de los testículos estirados de su señor padre gallego feudal, hijo de señor feudal, el sátrapa antillano burgués amanerado que estudió el derecho corrompido salido de la colonialidad cubana donde los negros siguen siendo siervos de la gleba a pesar de revoluncioncitas-sierramaestras-conchadesumadre-pelaná.

El viejo profesor ex materialistahistórico-mao-sendero-ligado23-delincuencial, en una cantina de mala muerte de aquel pueblo de no menos mala muerte, al octavo misil me preguntó algo así (sus palabras estaban trufadas de "coños" y de por "una chingada" y de “comemierdas”):

 

¿Usted sabe por qué Fidel enterrará a todos esos hijueputas que se inmolan como bestias por una ideología roja del carajo? Ya enterró a Hugo, ahora va por Evo, luego por Correa el hijo de su chingada.

 

Yo, apenado de mi supina y crasísima ignorancia, dije:              

 

No, maestro, usted cuente: ¿por qué el dictador enterrará a todos esos hijueputas comemierdas mactaes pelanaes chingada de su madre rojos pútridos sin elegancia?

 

El ex marxista, descreído de todo dogma y de todo caudillaje y anexas peladajes, contestó:

 

Es sencillo: el caballo está capado.

 

¿Cuál caballo está capado?

 

No sabes ni una chingadera de historia, ¡recoño! El caballo, para que vayas sabiendo mi querido historiador pueblerino, era el apodo que tenía en la Sierra Maestra el camaján que regentea la isla-jinetera aquella.

 

¿Así?

 

Sí, dicen que no tiene un huevo el hijueputa, y las malas lenguas aseguran que no uno sino los dos le faltan. Que es un capón, un macho dictador pero capón, como esos cochinitos que capaba tú abuelo para que no sean verracos y anden chingando la carne con sus testosteronas.

Una vez, estando en La Habana en un viaje de turista revolucionario –por las mañanas aprendía con los cubanos estrategias de guerra en un cuartel a las afueras de la ciudad, y por las noches iba de putas con todas las negras y mulatas que me encontraba sin querer, dándome el culo sin pedir nada a cambio, apenas unos mugres dolaritos-, recalé en una lancha de pescadores furtivos porque quería homenajear a Hemingway comiendo pescado frito con pan cazabe y tomando hartos litros de ron. En medio de aquel mar azul-azul de la mazmorra antillana, con algunas aletas de tiburón rodeando la barcaza, los pescadores comenzaron a contarme cosas antirrevolucionarias según yo, porque en aquel entonces todavía no había renegado de mi marxismo pueblerino. Los pescadores me decían que no tenían ni para bañarse bien ni para comer como se debe, que el colectivismo había vuelto conchudo a medio mundo, y que las universidades “revolucionarias” seguían siendo de los blancos, no de los negros ni de los guajiros:

 

“¿Has visto tú –me cuestionaron- a un médico negro?”

 

“¡En mi puta vida, ahora que lo dices, no!, pero he observado que el mercado jinetero está copado de negras, pero de esas jineteras, igual hay blanquitas culoredondos”.

 

Yo ya estaba a punto de sacar mi revolver de guerrillero y mandar a la chingada a los pescadores furtivos contrarrevolucionarios, cuando uno, el más viejo de la tribu, dijo:

 

Yo pertenecía a la guardia revolucionaria, combatí en África con el asmático asesino, y una vez, en una orgía en que el Sátrapa se cogía a Haydé hasta por las amígdalas, después de sus arrumacos, oía que ésta le decía a Fidel que se siente rebonito que le estén dando por el culo por un supremo capón. Yo entendí, del otro lado de la puerta de la alcoba del sátrapa supremo, al instante que Fidel no tenía huevos. Luego, paré bien la oreja para seguir oyendo: el Supremo Capón, practicante de la santería, le contó a Haydé que la causa de su capada, o emasculada para ser finos en la hablada, se debió a que, teniendo ya a todos sus hijos, el “macuco” santero de la Habana le dijo que por cada huevo que se cortara, 25 años de vida tendría. No había ni terminado de explicar sus razones el brujo, cuando el Sátrapa, amante de la vida, con un “filo” que traía, se descuajó ahí mismo sus mierdas.

 

El viejo profesor, bebiendo el décimo misil, con un delirio de lucidez tremens, dijo:

 

Ahora, imagínate que el hijo de su chingada hubiera nacido monstruo como mi tío Tino, que nació con tres huevos en el escroto. Capaz y que nos entierra a todos el hijueputa.

 

 

jueves, 29 de mayo de 2025

Contra el poeta curvatero y en recuerdo de la muerte por hambre de César Vallejo



César Vallejo murió de hambre en París. ¡Qué perro coraje me repta!
El mejor poeta de habla española del siglo XX murió con hambre, literal, con hambre en las tripas andinas.
No tenía nadie un pan duro para regalarle, un mísero pan duro para sacarlo de los heraldos de la muerte y sus látigos malditos.
César Vallejo murió de hambre en París, con aguacero y en jueves del cual tengo ya el recuerdo.
Y tú, poetita de mierda inflado por filisteos ignaros,
que te crees tocado por los dioses del presupuesto en tu gran culo de burgués inflado,
rumias tus bien engordadas siluetas,
eructando el apapacho que te dan los granujas oficiales
que te celebran cada año tus mierditas de poemas pendejos,
¿dices que sufres por nada, viejo pendejo?
Eres una pobre bestia que escribe malos versos y mala poesía estreñida.
Pero César Vallejo ha muerto, murió en París, y nadie tuvo un puto pan duro que darle.

miércoles, 7 de mayo de 2025

Comentarios al texto de un estudiante de Derecho indígena de origen huehuetleco

 





Comentarios al texto de Salvador Méndez

Dr. Gilberto Avilez Tax

Universidad Intercultural Maya de Quintana Roo

 

Hablar de los pueblos indígenas es, antes que nada, lidiar con mucho bagaje de sentido común que, como consecuencia de esa larga mirada colonial, se han cernido contra ellos, a veces con una carga romántica difícil de cuestionar por lo que implica de “políticamente correcto”, y otras más con unas deformaciones que rozan el racismo epistémico. Contra eso, las nuevas generaciones de intelectuales indígenas salidos de las comunidades mismas y que, como almácigo necesario, se forman tanto intelectual como profesionalmente en las UIES (Universidades Interculturales), deben y están obligadas a cuestionar. El trabajo en proceso de Salvador Méndez, es un ejemplo de ello, pues el alumno, por lo que he leído del planteamiento de su tema de estudio, pone como centro de su análisis a la mujer totonaca, para la comprensión de una cosmovisión indígena actual: el mundo de vida de los huehuetlecos.

En la mejor tradición de la antropología jurídica establecida por estudios clásicos como el trabajo que coordinó en su momento Esteban Krotz,[1] o las propuestas de derechos indígenas con corte de género, como los estudios de Chenaut, María Teresa Sierra, se ha cuestionado los espacios cerrados del derecho positivo, su poca familiaridad con el contexto histórico, antropológico y sociológico en donde se desenvuelve el entramado jurídico: la cambiante realidad social. Sin embargo, y para cuestionar una ya olvidada posición “neutra” de la antropología comprometida, creo que el trabajo de Méndez se presenta con un dejo humanístico, ya que plantea que algunas manifestaciones de “la costumbre”, lejos de crear comunidad, divide, aherroja y segrega. ¿Podemos los estudiosos del derecho indígena seguir en la estela de invisilidad de derechos en que se encuentran buena parte de las mujeres indígenas del país? Imponer amigablemente una percepción antropológica a un logos machista invocando a la “costumbre”, es algo que nunca he compartido, y Méndez creo que tampoco. En este sentido, creo que habría que volver nuevamente, con ojos más críticos y con los nuevos aparatos teóricos de las actuales ciencias sociales, a los trabajos pioneros de Aguirre Beltrán y la escuela indigenista, tantas veces execrados por “de eso que llaman” antropología “comprometida” en purificar y dejar prístino lo que nunca ha sido: el mundo abierto y movible de las comunidades indígenas, la siempre yuxtaposición de encuentros y desencuentros, el mestizaje que se dio no solamente con la “extraña” cultura que vino en los barcos a partir de 1492, sino hasta con los contactos intra-mesoamericanos, como la nahuatlización ocurrida en la Península de Yucatán con las avanzadas “putunes”.

No se me mal entienda que pugno nuevamente, de forma anacrónica y desfasada, por un regreso al indigenismo clásico. Sin embargo, creo que el alumno tiene que distinguir este recorrido antropológico para plantear preguntas y formular respuestas. Se ha distinguido dos tipos de antropología mexicana en el decurso del siglo XX: por un lado, se encuentra la antropología acrítica indigenista, que sirvió al Estado mexicano nacido de la revolución mexicana, para llevar a cabo sus planes de “desarrollo económico”, y cuyas líneas de acción se centraban en “integrar” a los pueblos indígenas a la nueva nación que se forjaba en el crisol de la homogeneización estatal. Por otro lado, la antropología crítica que vio la luz en 1970, con la publicación de un pequeño libro de título novelesco: De eso que llaman antropología mexicana. Ese libro fue influenciado por la “nueva sociología” mexicana cuyo epítome fue La democracia en México (1965), de Pablo González Casanova, en donde se teorizaba sobre el colonialismo interno de las élites mexicanas con los distintos grupos subordinados como el campesinado y los pueblos indígenas. Sin embargo, lo que comenzó como cuestionador del dogma indigenista, se parapetó en otro dogma, el culturalistamente político, hasta el punto de criticar la infraestructura básica –carreteras, electricidad, etc.- que el Estado mexicano realizaba en las regiones indígenas. Entre estas dos percepciones y proposiciones dualistas y excluyentes, está la importancia del diálogo intercultural entre el derecho positivo y la sensibilidad (no acrítica) que posibilita la antropología jurídica de las comunidades actuales.

En ese sentido, el trabajo intercultural de Méndez gira en torno a presentar las voces de las mujeres de Huehuetla sobre tópicos de la “costumbre machista”, del patriarcado indígena. Es un intento loable por crear, con nuevas reinterpretaciones presentadas por las mismas mujeres huehuetlecas, una comunidad más incluyente y respetuosa de las cuestiones de género. Si existe un “deber cultural” de las mujeres huehuetecas, las nuevas generaciones de huehuetlecos tienen un nuevo deber: dejar de verlas como "úteros generadores de vida y continuidad”, y empezar a verlas, siguiendo a Méndez, como complementos irradiantes de las constantes recreaciones culturales de la cultura huehuetleca.

 



[1] Krotz, Esteban. 2002. Antropología jurídica: perspectivas socioculturales en el estudio del derecho, España, Anthropos y Universidad Autónoma Metropolitana. 



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