miércoles, 17 de julio de 2024

La biblioteca yucateca de escritores desaparecidos

 


(Texto publicado originalmente el 10 de febrero de 2016 en el portal Arte Cultura y Rebeldía)

Hace unos días, por medio del Facebook, un colega historiador meridano subió a su muro un artículo de La Jornada Maya donde me enteré que el gobierno yucateco donó la biblioteca que en vida le perteneciera al doctor don Manuel Sarkisyanz, historiador alemán de origen azerbayano que escribió una erudita biografía de Felipe Carrillo Puerto. La biblioteca constaba de 6,000 volúmenes con temas de historia, antropología, etnología, arte, filosofía, y todo lo que tenga que ver con las humanidades. Tanto entre el gobierno yucateco y los representantes del zar Putin, se llegó al consenso que esta donación refuerza los lazos de amistad entre el pueblo mexicano y el ruso.[1] De inmediato, supe que el lábil razonamiento para deshacerse de esa biblioteca, estriba en que buena parte del acervo que llegó a juntar don Manuel se encuentra escrito en lenguas eslavas, en alemán y otras lejanías idiomáticas como el azerí, azerbaiyano, o turco azerbaiyano, que al parecer era la lengua originaria de don Manuel. Pero Sarkisyanz no solamente hablaba esas lenguas, basta con decir que su libro biográfico sobre Felipe Carrillo Puerto, mucha de su biografía se encuentra en español.

Al comentar la nota de marras, el historiador meridano, enfático, señaló estar:

[…] de acuerdo con que se haya respetado la voluntad de don Manuel, pero se trataba de entregar su acervo a una institución pública. ¿No le interesó a ninguna de las que existen en Yucatán? ¿Se realizó una consulta entre los académicos? ¿La embajada tiene interés en conservar 6 mil libros? Y si como dice la nota, al embajador se le entregó un paquete de primeras ediciones, ¿nadie las revisó ni se contrastó con los inventarios de las bibliotecas de Yucatán?

Otros más lamentaron lo que sin duda fue una especie de sustracción del acervo cultural yucateco. No es nada reciente esto de las sustracciones y saqueos culturales que Yucatán ha tenido a lo largo de casi medio milenio: desde las quemas hechas por el bipolar fray Diego de Landa,[2] pasando por los viajeros y protoarqueólogos del siglo XIX como el criminal Edward Herbert Thompson y su draga maldita empotrada en el cenote sagrado de Chichén Itzá, hasta las facilidades que indistintos gobiernos yucatecos e intelectuales extranjerizantes meridanos, han hecho a rubicundos del norte y europeos degradantes. La más reciente prueba del saqueo hormiga, es el que realizó, en el antiguo CAIHY,[3] el franchute Michel Antochiw.

Este preámbulo responde a una hipótesis -para nada peregrina y que siempre he traído en mentes al contemplar mi frágil biblioteca personal y leer noticias como que la Universidad de Austin es poseedora ya del archivo y biblioteca que perteneció al fabulador de Aracataca- que estriba en responder a dónde van a parar las bibliotecas de los escritores fallecidos. Como no teniendo ninguno de los escritores yucatecos la grandeza e inventiva del gran García Márquez como para que una universidad gringa, vaya, ni siquiera las universidades locales, se interesen por sus archivos personales al momento de fallecer, generalmente las bibliotecas personales de los escribidores de nuestras lajas, sus deudos, ignorantes supinos y bovinos, hastiados del polvo que producen tantos libracos incomprensibles para sus neófitas mentes ágrafas de contumaces no lectores, no tienen otra gran idea que irlos a vender por kilos con el turco Jorge Abraham Aguiar, un fumador empedernido que tiene su tienda de artículos usados, que paga en efectivo e inmediato, y que se encuentra en la calle 65 entre 62 y 64 del centro meridano, y a la cual acudía siempre al llamado telefónico del turco, cada vez que este me decía, con su voz ronca y congestionada de flemas, “con la novedad de que hoy ha muerto otro historiador, un poeta y un escribano maldito, o malito, y me han traído lotes de sus libros, tal vez te interese”. Ahí acudía yo, feliz al llamado del turco, y fumando igual de empedernido que él, para calmar las ansias de saber qué joya bibliográfica me venderá al precio de nada ese pinche turco.

Para contrarrestar este desmembramiento de las bibliotecas de los escritores fallecidos –como los acervos sobre Carrillo Puerto que recopiló en vida el fallecido Guillermo Sandoval Viramontes, o la biblioteca de Sarkisyanz- se me ha ocurrido la idea de que en Yucatán se podría crear otro nuevo recinto bibliotecario, en Mérida o en una ciudad cercana, algo como la Biblioteca Yucateca de Escritores Desaparecidos. Me explico.

Actualmente, en el caso específico de Yucatán, no se cuenta con una política cultural pública para que los órganos culturales del Estado se hagan cargo de las bibliotecas personales de los escritores que deseen que sus archivos y bibliotecas queden a disposición del público posterior a su fallecimiento, sorteando las fauces comerciales y judaicas del turco referido. Y eso es una carencia crasa que contraviene el antecedente de cómo fue fundada la biblioteca Crescencio Carrillo y Ancona, cuyo acervo original (que luego se fue ampliando con adquisiciones, compras y donaciones de libros exclusivos de Yucatán), que forma parte de la Biblioteca Yucatanense, se compuso con libros del Obispo izamaleño, con los del poeta Antonio Mediz Bolio, con los libros de la familia Peón Bolio, de Clemente López Trujillo y un número considerable que perteneció a la biblioteca de Carlos R. Menéndez. Preguntándole a un conocedor de las políticas culturales y de temas de bibliotecología en Yucatán, este me señaló que, contrario a un proyecto como el de La Ciudadela: la ciudad de los libros, que se encuentra en la Biblioteca Nacional José Vasconcelos de la Ciudad de México, y donde se alberga desde 2012 “las bibliotecas personales de escritores e intelectuales” mexicanos fallecidos en años recientes, como la biblioteca de Carlos Monsiváis, la inmensa biblioteca que poseyera José Luis Martínez, o de Alí Chumacero, entre otros;[4] en Yucatán no existe una política para reunir las bibliotecas de escritores, intelectuales, artistas e historiadores fallecidos recientemente, ya sea a través de sus órganos culturales o de la UADY: las donaciones que se han hecho a la UADY,  a iniciativa de los donantes, no se trata  ni de lejos de una política pública en forma como la que se encuentra en La Ciudadela.

Sería magnífico que las bibliotecas y archivos con manuscritos originales, o las primeras galeradas, o los libros que leyeron, apuntaron, subrayaron y anotaron los escritores yucatecos que han muerto en años recientes, o morirán -irremediablemente moriremos todos-, se encuentren, posterior del fallecimiento de sus dueños, en un recinto como el de la Ciudadela de la Ciudad de México. Y se me ocurren tantas bellas casonas del centro de Mérida bien aireadas y con luz suficiente, que podrían albergar la Biblioteca del Escritor Yucateco, o la Biblioteca Yucateca de Autores yucatecos Desaparecidos (el título me falla). La cláusula de esta biblioteca, tal vez estribaría en que debe dejar de ser clasista y elitista, y dar cabida no solamente a los libros que pertenecieron a las bibliotecas personales de escritores considerados de la “Alta cultura”, o a escritores cercanos al oficialismo, sino abrir sus puertas a un sinfín de escritores comunitarios, pueblerinos, etc., y escritores críticos de todo, hasta de ellos mismo. Desde luego, habría un proceso de selección de libros para no repetir, buscando siempre la riqueza, la extrañeza, y no omitiendo los ex libris.

Joaquín Bestard cuenta con 81 años, y es dueño, al parecer, de una biblioteca que todos desearíamos consultar. Roldán Peniche Barrera cuenta con más de 75, y su escritura se ha nutrido de periódicos, revistas y libros y más libros que perteneció a su padre Leopoldo Peniche Vallado, y que don Roldán ha agrandado. No sabemos hasta ahora dónde acabaron los libros de las bibliotecas de Antonio Betancourt, de Fidelio Quintal Martín o de Luis Ramírez Aznar. Seguramente que a resguardo familiar, pero, ¿hasta cuándo? Y ahí se acercan historiadores maduros como Pedro Bracamonte y Sosa o Sergio Quezada. Seguramente sus bibliotecas serán donadas a las universidades y centros de investigación donde actualmente laboran. Ojalá.

Colofón. Los libros de don Manuel Sarkisyanz.

La idea de la cual se valen los defensores del gobierno y los que rechazaron siquiera ver qué contaba la biblioteca de don Manuel, es que nadie puede leer su biblioteca porque las lenguas que dominaba no eran las típicas del francés y el inglés. El alemán espantó a un conocido historiador del rumbo de la Mejorada, pero el azerbaiyano o el ruso, nadie lo lee. Creo que está mejor con los rusos, pues en Mérida todavía seguimos siendo medio salvajes y conformistas con lo que sabemos y dominamos. Pero, ¿por qué no se hizo una selección de la biblioteca de don Manuel, en realidad se hizo una selección de los libros que podrían servir para las futuras investigaciones históricas en Yucatán? Es triste todo esto, él, que le dedicó sus últimos años a la historia social y política de uno de los periodos más emocionantes de la historia nuestra. Ni homenajes tuvo el día de su muerte, nadie supo cuando murió. Antes de morir, don Manuel se acercó al CIESAS Peninsular para ver si su biblioteca personal tendría cabida. Ahora sabemos que su donación fue rechazada. Mal fario para la historia del siglo XX.

 

 



[1] Gobierno de Yucatán dona biblioteca del doctor Manuel Sarkisyanz a embajada rusa, La Jornada Maya, 5 de febrero de 2016.

[2] Bipolar porque  quemó buena parte del pasado indígena de la península, y porque sin su Relación de las cosas de Yucatán no habrían estudios mayas como lo que hay ahora, no habría desciframiento de la escritura maya,  y tal vez tendríamos una pobreza en cuanto al conocimiento del mundo prehispánico en la península.

[3] Centro de Apoyo a la Investigación Histórica de Yucatán, antecedente directo de la actual Biblioteca Yucatanense.

[4] “Bibliotecas de intelectuales se unifican en 2012”

jueves, 9 de mayo de 2024

Del diarreico “fosfo” Mario Redondo, o de las nostalgias palúdicas de un niñato de la aristocracia de la hamaca moribunda chetumaleña que quiere ser, pero no será, diputado



 

Existe un cambio político generacional en Chetumal que tiene que ver no solamente con el partido en el gobierno, Morena, sino con figuras políticas que han caminado leguas en la lucha social, gastándose sus suelas para la concientización política de sus ciudadanos. Y un ejemplo paladino de estos políticos de izquierda del patio chetumaleño, y que día a día va abriendo brechas, es Saulo Aguilar Bernés, respaldadas sus acciones con un criterio analítico que le da su mirada de escritor.


Fotografía 2: El libro bus. 2019.

Desde antes de tomar un cargo público, Aguilar Bernés ha llevado un sinfín de proyectos culturales para avivar el arte, la cultura y la literatura en la ciudad capital de Quintana Roo. Recordamos todavía, un año antes de la pandemia, la llegada a Chetumal del libro bus en 2019, y que a iniciativa de Saulo, recorrió parques, plazas y escuelas de la ciudad de los curvatos, acercando el universo del libro entre los chetumaleños (ver Fotografía 2). De igual modo es digno de destacar el rescate de sitios públicos con valoración de personajes que les otorgan cadencia propia a las calles de la ciudad porque son confluencia de memorias e historias de Chetumal (ver Fotografía 3).

Fotografía 3: La cereza del pastel en el "mercado viejo". 2020.


Estoy completamente convencido de que en el Congreso estatal de Quintana Roo, la voz y presencia de este escritor chetumaleño metido a la política dará un enorme vigor a las políticas culturales, y tal vez en su curul se estructuren hasta iniciativas de ley para fomentar una empresa editorial del gobierno de Quintana Roo, que buena falta nos hace (Fotografía 4).


 

Fotografía 4: Saulo Aguilar Bernés.

Fosfo fosfo, o del intento pueril por el regreso de la aristocracia de la hamaca chetumaleña

 

Aguilar Bernés, sin duda, es un político joven, preparado, y que no tiene punto de comparación alguna con la fauna pueril, chabacana y “fosfo fosfo” que representan casquivanos de la política mercenaria, burguesa y de remembranza de la “aristocracia de la hamaca”, como Mario Redondo. No me gusta la crítica fácil para hablar de los años de este politiquillo, porque la juventud es un estado de ánimo. Me interesa, más bien, destacar que algunos personajes de Movimiento Ciudadano en Chetumal, es decir, Mario Redondo en específico, representan la nostalgia naranja por el regreso de la frivolidad, de la “gente bonita” y clasista que representaba el viejo priismo, en sus últimos días antes del maremoto que se dio en la calmosa bahía de Chetumal cuando irrumpió el morenismo.

Fotografía 5: La política fosfo como el arte de la frivolidad semántica.


Nombres como Mario Redondo y otros especímenes de Movimiento Des-Ciudadano (Foto 5), hijos de la burguesía tropical, representan el esperpento insulso, la nostalgia de una casta gobernante siniestra que dejó a Chetumal en ruinas, y que al final murió corroída por su inepcia de casta de la hamaca, vieja y sin poder salir de su atolladero, posiblemente cerca del basurero de la historia prostituida por sus historiadores y poetastros oficiales. Desde luego, hay que decir que estas castas de familias patriarcales (los Villanueva, los Alonso, los Abuxapqui, Ruiz Morcillo, el camaleónico Doctor Pech, etcétera) pueden caracterizarse y verse desde los marcos de un priismo cerrado, poco dado al diálogo, y que hizo de la simulación y la mentira su manera predilecta de gobernar. Fue, eso sí, una casta burocrática crecida en el trópico quintanarroense y con aires vomitivos de familias reinantes por derecho nativista (Foto 6).

Fotografía 6: El viejo Pech y la "nueva política" aristocraciahamaquera

Y ahora, el fosfo representa la volatilidad de la política en el trópico nuestro. Por derecho nativista, desean seguir camuflajeándose en el naranja y con su supuesta virtud de ser no políticos sino ciudadanos. De ese antecedente directo de la aristocracia de la hamaca viene y se puede entender el vacío discursivo de estos políticos de probeta que ha tirado Des-movimiento In-ciudadano para llenar de esputos y gargajos naranjas a Chetumal. Y esto no es nada nuevo: el Desmovimiento Inciudadano practica con sumo conocimiento las enseñas de la escuela borgista felixista, de llenar boletas con personajes merolicos que hoy se visten de pueblo, aunque se la han pasado, la mayor parte de su conchuda vida, encerrados en sus esferas reducidas de la “bonita” sociedad.

Hace unos días, en un post de su fanpage, el diarreico fosfo Mario Redondo, tuvo el descaro de decir que hace tres años se equivocó la ciudadanía al elegir a Morena en casi todos los puestos de elección popular. Sin duda, sabemos que este 2 de junio, la ciudadanía quintanarroense le hará comer sus palabras, porque no solo no se equivocó, sino que todo apunta a que está convencida de que debe haber continuidad de estos gobiernos de izquierda. El im-bebestible candidato naranjoso Mario Redondo, niñato ignaro, tiene Alzheimer prematuro: se le olvida decir que hace tres años se meaba con los candidatos de Morena porque ansiaba ser parte de ese partido, pero zurró fuera del bacín una y otra vez y hasta se quedó oliendo sus defecadas. Y ahora lanza dentelladas chimuelas de despechado, aunque puede ser de envidioso porque sabemos que el que estará en el Congreso de Punta Estrella será, por supuesto, Saulo Aguilar Bernés.

viernes, 15 de marzo de 2024

Los motivos de Raimundo Chi: "Solo la guerra purificaría todas las injusticias que los blancos han cometido contra nuestro pueblo"


Si Tzucacab fue el pueblo de la firma de aquel tratado, en Peto la cosa se recompuso. Días después de que el Cura Vela y Pat lo suscribieran, a Peto bajó por el rumbo de Dzonotchel Raimundo Chi con una nutrida facción del ejército de los indios orientales; traía órdenes de su hermano, el jamás indoblegable, Cecilio Chi. 


En el cabo del pueblo, el cura Manuel Meso Vales, secretario de Pat a la fuerza desde los primeros tiempos de la guerra, lo llegó a recibir e inquirir qué es lo que deseaba el hermano del caudillo de Tepich. 


Raimundo traía órdenes perentorias, y con arrogancia de guerrero fraguado en mil batallas, le pidió la estola pespunteada de oro donde los blancos habían designado a Pat como "Gran Cacique de Yucatán", así como los malhadados Tratados de Tzucacab y el bastón de mando con puño de plata que los "dzules" meridanos habían obsequiado al de Tihosuco. Y si osara negarse a estas peticiones, Raimundo juraba que por fuerza entrarían los bravos cupules orientales a enfrentarse con la facción maya del sur. Raimundo le ordenó al curita que vaya, señor, y que se lo haga saber así a su amo, que no pusiera en resistencia temeraria la suerte de los de Peto y las de ustedes mismos. 


Meso se lo hizo saber a Pat, convenciéndole que accediera a las peticiones del hermano de Cecilio. Pat no puso objeción alguna. Entonces el soberbio Raimundo entró al pueblo con todo su ejército, más de 1500 soldados de lo mejor del ejército oriental maya, y en la plaza principal, en el atrio de la iglesia de Peto, recibió de manos del caudillo de Tihosuco lo que venía a reclamar. 


Una vez obtenido lo que quería, Raimundo se dirigió a sus tropas para decirles una alocución en un maya castizo, con ecos sin duda prehispánicos, diciendo que "la guerra a muerte contra todos los blancos continuaría hasta hacerlos expulsar de nuestra tierra, hasta purificar todas las injusticias que han cometido contra nuestro pueblo." Y acto seguido, frente a la iglesia levantada por los siglos de colonial opresión indígena, hizo pedazos las prendas, el pergamino del tratado, la estola caciquil, el bastón con el puño de plata, que los blancos le habían otorgado al traidor de Pat. Los indios del oriente, al ver esto, lanzaron estrépitos bélicos, golpearon los machetes en las piedras, dieron vivas a Raimundo y a Cecilio, pidieron guerra a muerte contra todo blanco enemigo.


Raimundo, cumplida su misión, tomó de nuevo el rumbo hacia el camino a Dzonotchel, mientras su hermano, Cecilio, hacía su entrada triunfal a Tahdziu bañado con la sangre derramada en Maní.


Ningún tratadito detendría la rebelión de los mayas de Yucatán.


Nota: Extracto de un ensayo de mi autoría aparecido en Noticaribe Peninsular y denominado "Tratados de Tzucacab: el documento que fracturó la rebelión maya".



Documentos para la historia de Quintana Roo: el combate a la langosta en el aislado Territorio de Quintana Roo del año de 1941

En los años terribles de la langosta (principios de la década de 1940), la lejanía y condición de aislamiento del Territorio de Quintana Roo...

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